Editorial: Donald Trump fue la sorpresa política del año

Su popularidad se basa en el resentimiento, explotando el miedo de los votantes

Cuando Donald Trump anunció su intención de ser candidato republicano para la elección presidencial de 2016 nadie anticipó que se iba a ser el favorito en las encuestas partidarias, desafiando todo convencionalismo y sentido común. El crecimiento de su popularidad en la interna partidaria llevó a primeros planos un discurso anti-inmigrante e intolerante con tintes fascistas.

El millonario neoyorquino sorprendió a todos al beneficiarse de la ira de un sector conservador, blanco, masculino y de baja educación, que está frustrado con los cambios económicos, sociales y demográficos en Estados Unidos. Este sector, que se identificó en elecciones pasadas con el populista Tea Party, volcó ahora su enojo antigubernamental sobre el Congreso de mayoría republicana, por no frenar al  presidente Obama ni eliminar sus leyes como el Obamacare. De ahí que el favorito de hoy sea una celebridad y empresario ajeno a la política y a Washington.

La popularidad de Trump es fruto del mal cálculo del establishment republicano y de la astucia del neoyorquino. Trump llevaba años especulando con su ambición presidencial, estableciendo su persona en el sector rabiosamente anti-Obama. El millonario fue el principal en cuestionar si el presidente había nacido en Estados Unidos.  El establishment partidario exprimió la crítica absurda callando y aprovechando los dardos contra 0bama.

De igual manera, el establishment republicano dejó que el ala más recalcitrante sobre inmigración en Congreso sea la que domine el debate. Trump no hizo más que elevar el nivel de los insultos contra los inmigrantes que se escuchaba desde hace años en el recinto.

Trump es hoy el republicano más popular porque es el más indignado. Sus discursos son  peroratas sobre su popularidad, expresiones de ego, insultos a sus rivales y alguna propuesta impracticable. Sus seguidores lo respaldan por “decir lo que piensa”. Las barbaridades que dice son vistas como sinceridad, en vez de barbaridades.

Donald Trump representa las peores cualidades de un político, es divisivo, su mensaje se alimenta en el resentimiento y sus soluciones fáciles son engañosas. Al principio se lo llamó payaso, no se lo tomó en serio ni siquiera en el partido, hasta que mostró que tiene sus seguidores, muchos de ellos desafectos republicanos.

El año que viene los votos dejarán atrás a las encuestas y se verá si Trump era solo la expresión de un sentimiento o la maduración de un nuevo populismo ultraconservador.

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