El día que Messi jugó con un Maradona

En las inferiores de Newell's, el astro de Barcelona coincidió con Sergio Maradona, un juvenil de excelentes condiciones que tuvo un destino distinto

De la única jugada que se acuerda Maradona es una en la que él encaró por la derecha, se la dio a Messi, Messi se la devolvió, él se gambeteó al arquero e hizo el gol. Messi, el iluminado de la Categoría 87, venía por el medio. Él, el iluminado de la 88, es quien tiene la memoria letal: ya pasaron 17 años del único torneo que jugaron juntos los pibitos que más flasheaban a los entrenadores de las Inferiores de Newell’s y él igual puede acordarse de una jugada, una gambeta, un gol, cuando eso era -encima- lo que siempre hacía, un día cualquiera, su tic.

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Hay personas que se tocan la nariz cuando se ponen nerviosas y también hay personas así: Messi metió tres goles y Maradona uno en el 5-0 a Conesa, en la semifinal, y Messi metió un gol y Maradona otro en el 5-0 a El Fortín, en la final. El Newell’s de Messi y Maradona se consagraba campeón del torneo que en 1999 organizó el club Defensores de Villa Ramallo, y lo que entonces sólo fueron seis partidos en los que un técnico, Ernesto Vecchio, juntó a los dos 10 que más prometían en el club, hoy es una historia que los espeja y los resignifica: una historia que se escribe para atrás. A los dos les habían tatuado el mismo destino -ser Diego, un nuevo Diego- pero como son innumerables los futuros en los que el tiempo se puede bifurcar, mientras ahora, en Springfield, Lionel Messi juega en el Barcelona, en Shelbyville, también ahora, Sergio Maradona recuerda una pared que tiró con él.

Maradona era como Messi, gambeteador, con una técnica bárbara y mucha habilidad para limpiar jugadores -recuerda Vecchio, el primer entrenador de Lionel-. Eran parecidos, sí, sí.”

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“Era un deleite verlos jugar. Maradona parecía un gatito por cómo manejaba la pelota, tenía frenos y salidas imprevistas -recuerda Quique Domínguez, el segundo entrenador de Lionel-. Se parecían, sí, sí.”

Yo nunca comparé a Maradona con Leo porque para mí era al revés: era a Leo a quien había que comparar con Maradona. Yo jamás, jamás lo puse al Leo a la altura que lo ponen todos porque también lo tuve a Maradona, y a mí nadie me puede decir nada, porque el único técnico que los entrenó durante un año a cada uno, el único que los tuvo a los dos fui yo”, recuerda Carlos Morales, a quien nadie puede decirle nada porque, bueno, el único técnico de Newell’s que los tuvo a ambos fue él.

Mil novecientos noventa y nueve, última semana de julio, Villa Ramallo: en el norte de la Provincia de Buenos Aires juegan juntas -por primera y única vez- dos de las palabras más poderosas de este país.

Aquel torneo se jugaba todos los años, todavía se juega, y como Vecchio debía juntar a los chicos de las categorías 87 y 88, no le quedó otra que administrar a sus 10. Maradona fue a la derecha, el Gato Formica a la izquierda: en el medio, Lionel. Había entonces cuatro chicos por los que Newell’s hubiera apostado una mano del presidente Eduardo López. Leandro Depetris, que jugó con Sergio y a los 11 años se fue al Milan; Formica, el enganche del Newell’s subcampeón del Apertura 2009, y los dos sinónimos universales que la Argentina supo conseguir. Messi. Maradona.

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Yo nunca lo había visto jugar al Leo, aunque siempre se hablaba de él. Tanto de él como de mí. Yo era como el Leo, pero derecho -aparece en el relato, en su relato, Maradona-. Para nosotros, lo que sucedió en ese torneo era normal: ganar, golear, gambetearnos a todos.”

“Leonel (sic) Messi fue la gran figura del exitoso certamen, marcando 15 goles en seis partidos”, recuerda el diario El Norte, al otro día de la final. Quince goles en seis partidos: la mitad de los que metió Newell’s. Doce clubes jugaron el torneo, que se dividió en tres zonas. El equipo de Vecchio debutó con un 10-0 a uno de los locales, Defensores C, después goleó 3-0 a Belgrano y 7-0 a Paraná, y finalmente vino la segunda ronda, los 5-0 de la semifinal y la final. En uno de ellos, porque Maradona metió goles en ambos, sucedió el partido del toque que todos hemos imaginado alguna vez: Maradona, Messi, Maradona. Viéndolo del lado de Leo, un encierro, más que una pared.

“No hubo un solo torneo en el que Leo no la haya descosido. Por aquellos años él había ido a Cantolao, un torneo muy conocido, en Perú, y le había ido bárbaro (NdeR: fue en 1997 y el campeonato se llamaba Copa de la Amistad, organizado por la Academia Cantolao: fue la primera vez que Messi jugó afuera del país), al otro año fui yo y lo mismo: la rompí. Entonces siempre era así: él, yo, él, yo”, dice Maradona, hasta que la historia -él, yo, él, yo- finalmente se bifurcó.

“Yo pensé que iba a llegar, pero hay chicos a los que el entorno no los ayuda”, recuerda Vecchio.

“No tenía la base familiar fuerte que tenía Leo”, recuerda Domínguez.

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“Un tiro al aire, el Sergio”, traduce Carlos Morales, el único técnico que los tuvo a los dos.

La cosa fue que jamás supe manejar la presión; yo vivía una presión que me sacaba, no la podía tolerar. ¿Viste cuando sentís que todo depende de vos? Te miran siempre, sos el crack, tenés que hacer algo distinto: bueno, yo ésa nunca me la banqué. Nunca fui fuerte para aguantar las críticas, yo soy una persona, cómo te digo, ¿calentona? Calentona, una persona calentona, capo, es así. Yo me saco, puteo, me voy. A veces me veo como un Burrito Ortega, algo así. Y encima, el apellido. Con otro apellido hubiera jugado tranquilamente en Primera División”.

Maradona no es el otro Maradona: es el otro Messi. El Messi diestro. El Messi que no llegó.

Hasta la séptima división jugó en Newell’s, igual que Leo, e igual que Leo se probó en River y quedó. Mientras al 10 del Barcelona le trabaron el pase y ya no retornó al Monumental, la historia paralela fue más directa: como extrañaba a su familia, Maradona se volvió. Para entonces, otro punto los hermanaba: mientras el Messi zurdo se inyectaba una proteína para crecer, el Messi diestro se inyectaba una vez cada dos meses una proteína que combatía el avance de un asma que -según el médico que lo trató, Apolo Brock- también le impediría crecer con normalidad. Hasta España se emperró en unirlos. El Rayo Vallecano y el Villarreal quisieron, en 1999, al otro 10, pero su viejo, Alfredo Víctor Maradona, les dijo que no. Un año después, Messi y su viejo, Jorge, se tomaban un avión hacia el Camp Nou.

Detrás de cada elección hay un futuro que se elimina, un porvenir que no conoceremos jamás. Sergio Maradona nos ha concedido, con su vida, la respuesta imposible: mientras en 2007 el Messi zurdo le metía al Getafe el gol imposible del Diez, el Messi diestro debutaba en Atlético Tucumán, en el Torneo Argentino A. No duró ni cinco partidos; extrañaba a su familia, se escapó, se volvió. Mientras, en 2008, el Messi zurdo conocía a Pep Guardiola, el Messi diestro jugaba en Albinegros de Orizaba, México, en la Tercera División. Cuenta un perfil que la revista Don Julio publicó en mayo de 2014 que entonces se peleó con el presidente, que quedó colgado, que empezó a jugar torneos rancheros, por guita, semi amateurs. En 2011 volvió al país, donde jugó en América de Fuentes, en Santa Fe. La última temporada, el otro Messi se calzó la 10 de Sportivo Pocitos de Salta, en el Torneo Federal C.

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Todavía hoy me doy la cabeza contra la pared por las oportunidades que desaproveché, pero nadie más que yo sabe lo que es tomar otro camino. Me cansé. Quiero estar donde debería estar“.

Un camino, otro camino, una decisión: mientras en Kongresshaus, Zurich, el Messi zurdo es protagonista de la gala del Balón de Oro, ahora, en la Rosario de ambos, el Messi diestro espera que le destraben su pase para negociar con un club de la Primera de Bolivia. El otro Messi -que en esta historia se llama Maradona, justo Maradona- sólo espera recuperar la sensación que los había hermanado, cuando era normal “gambetearnos a todos, ganar, golear”. Volver a Ramallo, en un punto. Sencillamente, volver a empezar.

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