Sola y en moto de México a Alaska

Por primera vez, una mexicana decide ir en motocicleta al encuentro de sí misma en un largo viaje de casi ocho mil kilómetros sin más compañía que la fuerza de su carácter

Iliana Egea

La llegada a Alaska. Crédito: Iliana Egea

Iliana Egea se ajustó su casco y los delgados guantes de fina piel con tanta calma que parecía hacerlo con desinterés o como queriendo no terminar; después montó en su motocicleta, puso la mirada en la lejanía del camino hacia donde pensaba dirigirse y reafirmó una inquebrantable decisión en lo más profundo de su convencimiento. Pudiera creerse que si alguien le hablaba no lo escucharía. Y es que en ese momento no pensaba, no recordaba, tenía la mente sumida en tan profunda concentración que parecía no estar allí, pero tampoco en ninguna parte. Esa actitud casi de extravío obedecía a una poderosa razón pues estaba a punto de comenzar lo que ninguna otra mujer mexicana había hecho: recorrer en motocicleta y sin ninguna compañía el largo trayecto de México a Alaska de cerca de 4,500 millas (unos 7,500 kilómetros) y otro tanto de regreso.

Desde antes de acelerar la máquina para iniciar la marcha había decidido, y ella sabía muy bien por qué, que no debía mirar ni hacia atrás ni hacia los lados, sólo al frente. Nada existía, nada debía turbarla. Pero tampoco debía poner la mirada y el pensamiento en la lejana meta que perseguía. Para eso tenía que esperar mucho aún. En ese momento, como debería ser en toda la extensión del camino, su meta no era el extremo norte del continente, el legendario Alaska con sus mil leyendas, sino el primer metro de camino que estaba frente a ella, después el segundo y luego el tercero, porque nadie tenía que enseñarle que, para recorrer el segundo metro de una ruta, cualquiera que sea, antes debe haberse transitado el primero. Atrás irían quedando siempre uno, diez, cien o mil metros, pero adelante sólo uno. Esa sería su agenda, metro tras metro.

Iliana sabía que al concluir ese viaje su vida quedaría dividida en dos, sería un parteaguas en su existencia. Quizás siempre había sabido que necesitaba separar su vida en dos mitades, pero nunca lo había considerado como una posibilidad real. Todo comenzó cuando, pocos años atrás y como una circunstancia de vida no esperada y mucho menos planeada, comenzó a andar en motocicleta y poco después a pensar en realizar ese viaje. Y es que, también sin saber cómo, sabía que tenía que buscar la manera de comenzar a construir un nuevo y diferente futuro.

Iliana Egea
Iliana Egea

La idea de recorrer en su moto los 16 mil kilómetros que comprendía el viaje de ida y vuelta a Alaska germinó en la mente de Iliana Egea como brotan muchas de las grandes y aparentemente inalcanzables cosas que uno sueña en la vida: como una ilusión, un deseo que al nacer parece inalcanzable, una locura quizá, y de una manera que ni ella misma lo sabe con exactitud. Pero sí sabía por y para qué necesitaba hacerlo.

-Hace nueve años –cuenta Iliana-, estaba en un momento crucial en mi vida, sumida en una terrible depresión, acababa de pasar por un proceso muy complicado de divorcio después de 19 años de vivir en una relación matrimonial donde fui víctima de violencia conyugal y sicológica, y al separarme perdí la custodia de mis hijos de apenas 12 y 14 años de edad. Fue muy duro, muy doliente y sentía que la vida ya casi no tenía sentido para mí. En mi interior existía la idea de que necesitaba un reencuentro conmigo misma, de recorrer mis traumas, mis enojos, mis inconformidades, encontrarlos y eliminarlos. Trataba de refugiarme en mi trabajo y buscaba algo que me hiciera dejar de pensar que la vida no tenía sentido; entonces conocí, sin esperar ni buscarlas, a personas que pertenecían al Club de Motociclismo Ciudad de México que me invitaron a aprender a conducir motocicleta y a unirme al club. El hallazgo fue increíble, me encantó la experiencia, me atrapó y a partir de entonces la moto se volvió parte de mí…

Aprender a “rodar”

Iliana le fue tomando cada vez más gusto a la máquina y a la emoción que le producía manejarla, parecía que era lo que necesitaba y estaba buscando para sacudirse de encima el fuerte peso de los tiempos malos que había vivido. Salir “a rodar” -como acostumbran llamarle los motociclistas a sus recorridos y competencias-, a andar caminos y explorar terrenos, a hacer travesías cada vez más largas fue más que una terapia. Se dio cuenta de que iba a ayudarle a ir al encuentro de esa otra Iliana que deseaba encontrar. Las rodadas le fueron dando confianza y experiencia en el manejo de la máquina, en cómo tenía que correrla y andarla con menores riesgos. Y cuando menos lo esperaba ya estaba soñando en ir en ella hacia sitios muy lejanos y vivir experiencias que pocos viven, incluso motociclistas de larga práctica y destreza. Un día conoció a un motociclista argentino llamado Emilio Escotto que daba una conferencia sobre las dos vueltas al mundo que había realizado en un recorrido que duró diez años y fue cuando decidió que ella, aunque sin saber cuándo, también emprendería un extenso viaje. No sabía cómo ni en qué condiciones, pero sí que lo tenía que hacer, sin ninguna compañía ni protección más que su casco y el ajuar que usan los motociclistas en ese tipo de acciones. Y efectivamente, pasaron casi siete años para poder emprender la jornada, pero ese tiempo le sirvió para prepararse, averiguar detalles que necesitaba saber para realizare una travesía larga e incluso decidir cuál sería su destino.

-La motocicleta muy pronto se volvió parte de mí, en mi avatar -relata-, me gustó mucho el motociclismo y todo el ambiente que lo rodea y comencé a participar en rallies y competencias, siempre pensando en fortalecer mis conocimientos y habilidades como parte de mi preparación para el viaje. En junio de 2014 hice el recorrido anual de motociclismo llamado “De Sol a Sol” que consiste en atravesar el país de costa a costa. Comienza al salir el sol en el Puerto de Veracruz, en el Golfo de México, y termina al anochecer en Acapulco, en la costa del Pacífico. En la noche estábamos todos los participantes en una reunión y yo tuve el deseo de salir a caminar sola por la arena de la playa. Al regresar vi desde lejos a todos mis compañeros departiendo alegres y me pregunté: ¿Cuántos habrán soñado con hacer un viaje largo y emocionante, lleno de cosas nuevas y diferentes? ¿Cuántos lo han hecho y cuántos nunca van a cumplir ese deseo?”. Al regresar al grupo ya había tomado una decisión, yo haría realidad ese sueño.

Que Iliana fuera en busca de Iliana

En ese momento Iliana no pensaba en que sería la primera mujer mexicana en completar ese recorrido, tampoco en establecer marcas mundiales. Sólo quería ir en busca de su otro yo.

Su plan inicial fue hacer el recorrido de México a Patagonia, al punto más al sur de América, pero motociclistas que ya habían hecho ese recorrido le recomendaron que lo hiciera a Alaska por razones de mayor seguridad. Ya resuelto el destino y con total decisión y seguridad de que deseaba emprender la aventura, comenzó a prepararla desde siete meses antes de iniciarla.

Iliana Egea
Recorrido realizado por Iliana Egea: Izquierda, trayecto de ida, por la costa del Océano Pacífico. Derecha, recorrido de regreso, por los estados centrales de Estados Unidos y México.

Iliana radica en Metepec, una pequeña ciudad situada a una hora aproximadamente de la capital del país, pero tomó la decisión de comenzar “oficialmente” su viaje en Guadalajara, su ciudad natal, (a 500 kilómetros de su punto real de partida) donde vive su mamá, y deseaba que ella la despidiera impartiéndole su bendición. La señora lo hizo, aunque muy en contra de su voluntad, pues estaba totalmente opuesta a lo que iba a hacer su hija y no había encontrado la manera de “hacerla entrar en razón”. Así fueron las cosas: cuando su mamá le dio la bendición Iliana quedó lista para comenzar su jornada y con decisión aceleró su máquina para arrancar. Ya no había punto de retroceso y su mente pensaba más en lo que debía que en lo que deseaba hacer. Eso era fundamental para el buen éxito de su faena y así fue como cumplió con tranquilidad y buen ánimo su primera etapa, de unos 200 kilómetros hasta Tepic, la capital del estado de Nayarit. Poco después de pasar la ciudad y continuar su marcha con una total calma que la hundió en sus pensamientos y la hizo perder concentración, la carretera decidió recordarle lo peligroso que pueden ser para un motociclista las distracciones y la falta de atención al camino.

Raspones y un gran susto

-Al acercarme a una curva, a mediana distancia, vi un reflejo en el pavimento pero no le di importancia -lo platica como con vergüenza de tener que reconocer su falla-; pensé que se trataba de algo normal en el asfalto y cuando vi que era una mancha fresca de diésel en donde las llantas de mi moto podían resbalar, ya estaba muy cerca, no había tiempo para hacer algo, no podía frenar y tampoco tenía espacio para sacarle la vuelta sin volcarme, mi moto derrapó, comenzó a bandearse de lado a lado y salió violentamente de la cinta asfáltica, ambos quedamos tirados entre polvo y ramas muchos metros adelante, la moto por un lado y yo por otro con el corazón traqueteando como un tambor.

Dos jóvenes que habían visto el accidente llegaron apuradamente a auxiliarla, la ayudaron a levantar la moto y a regresarla al pavimento y con palabras de aliento la reanimaron y le devolvieron, aunque sólo en parte, la tranquilidad. El resultado había sido sólo un golpe en un hombro, otro en una rodilla y algunos raspones. Muy poco para lo que pudo haber sido. Sin nada que la hiciera desistir de su intento y después de un rato de reposo para calmar los nervios y recobrar la tranquilidad, Iliana prosiguió su camino.

Iliana Egea
A punto de embarcarse en el ferry de Topolobampo a La Paz.

-Mientras rodaba de nuevo fui meditando sobre el incidente, había perdido la concentración y ese error pudo haber sido fatal, pero afortunadamente no hubo mayores consecuencias, la moto sólo había sufrido algunas raspaduras y mi cuerpo sólo sentía un leve dolor en la pierna y el hombro. “No puede volverte a pasar”, me dije, pero en mi mente escuchaba a dos Ilianas que me hablaban. Una me reclamaba “¿qué estás haciendo?, ¿estás loca?” pero la otra me animaba a seguir “¡tú puedes, sigue adelante, lo vas a conseguir!”. Comprobé que los largos trayectos de soledad, en el peligro constante de algún accidente, afectan la mente, uno raya en la locura, pero seguí mi camino decidida a no dejarme vencer ni por las distracciones ni por los temores.

En algún momento de su vida Iliana conoció a una persona que con sus consejos y enseñanzas le enseñó el “cómo sí” y el “cómo no” de las cosas con lo que entendió que algo se tiene que hacer, o dejar de hacer, porque existe una razón para ello y que uno debe saber identificar esas razones. El accidente la hizo recordar esa enseñanza y analizar si lo que estaba haciendo lo debía hacer o dejar de hacerlo. Su análisis la hizo concluir que debía hacerlo, pero siempre con la noción y conciencia permanente del riesgo e importancia de lo que estaba haciendo. No tenía que aprenderlo, lo sabía perfectamente y sólo bastaba aplicarlo.

En moto por el mar

Sin problemas recorrió la mitad del largo estado de Sinaloa hasta llegar al puerto de Topolobampo donde embarcó su máquina en un ferry que la llevó a La Paz, en la parte más al sur de la península de Baja California. En ese punto inició un largo recorrido terrestre de mil quinientos kilómetros hasta llegar a Tijuana, en la frontera con Estados Unidos. Una vez que cruzó la línea internacional para llegar a San Diego, California, dio comienzo a la larga y accidentada ruta costera californiana que le permitió cruzar las grandes zonas urbanas de Los Ángeles y San Francisco, para concluir el largo trayecto norteño de California e ingresar a los últimos dos estados del país vecino, Oregon y Washington, antes de entrar en suelo canadiense. Fue un largo y cansado tramo pero que se dejó recorrer sin ningún inconveniente.

A estas alturas del recorrido Iliana se daba cuenta de que la frontera de Canadá ya estaba muy lejos de su punto de partida, pero también del de llegada y varias veces, sobre todo por las noches en medio de su enorme soledad y cansancio, se preguntó cuándo y por qué había tenido la idea de hacer ese recorrido. Y además su cansancio no era tanto como el dolor del hombro que sin llegar a ser intenso se hacía cada vez más molesto.

-En esos ratos de soledad y quietud pude pensar y meditar mucho, no solamente sobre la dimensión de mi locura sino en la necesidad de enfrentarla. Recorría mi pasado, revivía los momentos buenos y malos de mi vida y llegaba a una conclusión, la mejor a la que podía llegar: que yo era una mujer con decisión, que no era la que alguna vez llegué a pensar, incapaz de enfrentar con éxito ratos difíciles y metas lejanas.

Durante muchas de esas noches de interrogación y meditaciones no pudo evitar la compañía de las palabras de su madre y de sus hijos, sobre todo el mayor, que calificaba aquella jornada como una total locura. Y era muy difícil evitar que en su subconsciente se preguntara si no tendría razón.

Su entrada a Canadá

Completamente convencida de que su locura tenía una razón de ser, ingresó a territorio canadiense, que era la última etapa, aunque muy larga, antes de arribar a la región que se había fijado como destino. Sus familiares se enteraban de su llegada a cada sitio gracias a la comunicación vía teléfono celular que mantenía casi constantemente con ellos, así como con dos amigos motociclistas que ya habían hecho ese recorrido y que la acompañaron en su trayecto con sus recomendaciones. Con agradecimiento, Iliana recuerda sus consejos:

-“Cuídate del calor”, “del viento”, “hidrátate”, “toma descansos”, me decían y me sugerían rumbos por donde ir pero en ocasiones yo improvisaba la ruta, me dejaba guiar por el mapa y llegaba a lugares donde “turisteaba”, trataba de conocer un poco para divagar, para quitarme la monotonía de recorridos muy fatigosos de hasta 700 u 800 kilómetros diarios. Eso es agotador así que necesitaba y tomaba ciertos descansos.

Iliana Egea
Un reparador descanso en los caminos de piedra de Alaska.

Conforme pasaban los días Iliana iba sintiendo molestias más intensas en el hombro, tenía una lesión que no se había atendido y le hacía cada vez más difícil continuar el recorrido. La última parte del territorio canadiense se convirtió en un reto difícil de enfrentar por las grandes asperezas del camino que ya no era pavimento sino grava y tenía que ir constantemente con el sol de frente. Estaba a menos de mil kilómetros de la frontera alasqueña, y cada vez le resultaba más arduo alcanzarla. Pero no se dejó vencer.

-Cuando avanzaba por una zona de curvas, de muchas subidas y bajadas llamado “destruction bay”, donde soplan vientos cruzados muy intensos y en vez de muros de contención en los lados del camino hay charcos de agua y hielo, una fuerte racha de viento empujó la moto hacia un lado y me sacó de mi carril invadiendo el lado contrario del camino por donde se acercaba un tráiler cargado. Jamás he sentido un miedo más grande, simplemente aterrador, cerré mis ojos convencida de que iba a morir, pero el chofer del camión, al ver que yo no podía controlar mi máquina, aplicó los frenos de emergencia y las 18 ruedas del camión se amarraron a la grava del camino en medio de un ruido fortísimo y pudo detenerlo cuando estaba a punto de impactarme. ¡Jamás he sentido más miedo que entonces, sentí que mi ánimo se derrumbaba y me puse a llorar invadida por el pánico!

Con la sensación de que ya no podía más y a punto de empezar a pensar que allí tenía que terminar la aventura, levantó la vista y vio un hermoso arcoíris y al lado de la carretera un letrero: “Alaska 14 kilómetros”. Reanimada y sintiendo que una vez más la bendición de su madre surtía efecto, continuó hasta llegar a una caseta fronteriza pequeña, en donde había cuatro vigilantes que se quedaron mirándola asombrados preguntándose si de verdad lo que había llegado montando una motocicleta completamente sola y en aquellas lejanías era una mujer.

-Me recibieron con una lluvia de preguntas: ¿Qué haces aquí? ¿Por qué vienes sola? ¿A dónde vas?” Pero mi respuesta fue ponerme a llorar, aunque tengo la seguridad de que era por felicidad. Difícilmente habría en esos momentos una persona más feliz que yo en todo el mundo. Cuando por fin pude hablar les dije quién era yo y qué estaba haciendo, se acercaron entusiasmados, me ayudaron a bajar de la moto, me abrazaron, felicitaron y celebraron junto conmigo. Fue un momento de alegría que no se puede describir. Y es que por sobre todas las cosas… ¡ya estaba en la frontera de Alaska! Habían transcurrido veintidós días desde el momento en que salió de su casa.

Los guardias preguntaron a Iliana hasta dónde pensaba llegar y cuando les contestó que hasta la ciudad de Fairbanks, todos exclamaron: ¿Estás loca? ¡Eso está como a 600 kilómetros, te faltarían 12 horas de camino o más¡ Le explicaron que es un trayecto muy solo y difícil de transitar, sin servicios, sin sitios donde alojarse. Le aconsejaron que llegara a la siguiente población, Border City, muy cercana, tomara un cuarto en el único hotel que hay, descansara y diera vuelta a la moto de regreso a casa.

Un encuentro de mexicanos

-Llegué a Border City, siempre dándole vuelta en mi cabeza a lo que me habían dicho los guardias; me alojé en el hotel y pasé una noche larga pensando qué debía hacer. Sabía que era necesario escuchar a la razón y a la prudencia ,además de que los momentos difíciles vividos me habían enseñado dónde estaban mis límites y había muchas cosas que me decían: “míralos, estás frente a ellos”. Ya no tenía que demostrar nada, mi sueño estaba cumplido. Continuar era simplemente satisfacer un deseo pero no la meta ni la finalidad de mi recorrido porque eso ya se había cumplido.

Iliana Egea
La llegada a Alaska.

Pero, aunque parezca increíble, la afanosa viajera no estaba plenamente convencida de todo lo anterior y dudaba de qué debía hacer. Dándole vuelta a sus pensamientos se detuvo en una gasolinera y el conductor de un tráiler se dio cuenta que la motocicleta llevaba placas de circulación de México, se acercó a Iliana y le preguntó en perfecto español qué hacia allí. Cuando le respondió quién era y qué hacía allí, él le dijo con mucho entusiasmo: “¡yo también soy mexicano!” En medio del enorme gusto que le dio encontrar en aquellos lejanos confines a un paisano suyo, Iliana supo desde ese momento que aquel hombre sería para ella como un ángel de la guarda…

Aquel hombre, llamado Saulo Angulo, era de Tijuana, en donde vivía su familia, y desde hacia 14 años pasaba los veranos recorriendo los caminos de Alaska en un tráiler carguero hasta que se lo impedía el hielo invernal.

Saulo fue un verdadero ángel custodio para mí –recuerda Iliana con emoción que humedece sus ojos y refleja las condiciones de tensión física y emocional que vivía en esos momentos-. Me explicó que el camino faltante era muy peligroso, y agregó “tu moto no trae llantas especiales para ese terreno, tardarías dos días en recorrerlo y no hay hoteles donde puedas dormir y reponerte”. Pero quizás lo que más me convenció fue cuando dijo: “Además, ya estás en Alaska y eso es lo que querías, ¿o no?”. Y era cierto, desde el momento en que crucé la frontera… ¡había cumplido mi sueño!…

Saulo le dijo que al siguiente día él tenía que emprender el regreso y agregó: “si quieres salimos juntos y yo puedo puedo ir siguiéndote”. Así lo hicieron, pero el dolor que Iliana sentía en el hombro hacía muy difícil y lento el avance. Entonces decidieron consultar a un médico en la siguiente población quien le recetó algunos calmantes y le recomendó descansar un par de días antes de continuar la jornada.

-En vez de quedarme a descansar le pedí a Saulo que subiéramos la moto a su tráiler y me diera un “aventón”, que duró 16 horas y me ayudó mucho a descansar el hombro y a disminuir el dolor. Saulo iba rumbo al estado de Dakota, en Estados Unidos, y cuando llegamos a la provincia de Saskatchewan, en el sur de Canadá, bajamos la moto, nos despedimos, y yo me dije: “Bueno, a comenzar de nuevo”.

El viaje en tráiler no fue ni fácil ni cómodo y además pudo haber encerrado otros peligros, pero afortunadamente no fue así aunque familiares y amigos la reprendieron después por el riesgo que había corrido.

-Me decían: ¡Cómo te atreviste, eso era muy peligroso, en la soledad y con un hombre desconocido!, es cierto, pero Saulo siempre dio muestras de una calidad humana extraordinaria, me ayudó, me apoyó, me aconsejó y su compañía fue una gran ayuda. Cinco meses después estuve en Tijuana y conocí a su familia, gente increíblemente buena.

A partir de allí Iliana continuó el regreso por una ruta diferente recorriendo Estados Unidos hacia el sur por las entidades de Minnesota, Dakota, Nebraska y Texas hasta llegar a la fronteriza Laredo donde cruzó de regreso la frontera con su país. Luego continuo por Nuevo León, San Luis Potosí, Querétaro y el Estado de México para retornar a Metepec, en donde se rencontró con su casa y sus familiares. El viaje de regreso, por una ruta más corta y directa, había tenido una duración menor: once días, y el viaje completo había durado 33 agotadores días.

-En el regreso no hubo ni contratiempos ni grandes dificultades -dice Iliana-, sólo un cansancio enorme, pero fue interesante porque conocí lugares muy hermosos y gente muy interesante que se asombraba al ver a una mujer sola haciendo ese recorrido tan largo y difícil. En Nebraska, en una gasolinera, se acercó a mí un señor que cuando se enteró de mi jornada dijo que me admiraba porque él siempre quiso hacer lo mismo, pero había tenido que vender su moto para ayudar a la curación de su hija enferma de cáncer.

Al llegar a este punto de su narración Iliana no puede evitar que el llanto cierre el paso a las palabras, aunque sigue recordando:

-Es cierto que muchos me han catalogado como una loca, que corrí riesgos enormes e innecesarios. Y sí, es cierto, pero bendita locura porque yo no puedo estar encerrada en una jaula, aunque sea de oro, soy una mujer con necesidad de hacer, de decidir, de libertad… Antes de empezar el viaje, cuando le dije a mi hijo mayor que lo iba a hacer exclamó alarmado: “¡Estás loca! ¿Cómo se te ocurre?” Yo le respondí con pesar, pero también con total sinceridad, que ya era una decisión tomada y no la iba a cambiar. Le dije que se quedara con la idea de que su madre iba en busca de lo que deseaba hacer y que si algo me pasaba siempre pensara en mí en esos términos. Yo mantenía comunicación telefónica con él constantemente y un día, cuando estaba en Alaska, me dijo que había decidido que también él sería motociclista e iba a tomar un curso de entrenamiento. De regreso, en San Antonio, Texas, le compré un ajuar completo de motociclista y cuando se lo entregué le dije, pensando en mi propia experiencia: de aquí en adelante las cosas dependerán de ti.

Cuando la arriesgada viajera llegó a Metepec de inmediato consultó a un médico porque el dolor del hombro continuaba muy intenso. Era necesario operar para acomodar los huesos que estaban fuera de su lugar y comenzó una terapia de preparación, pero de manera inesperada el hueso se acomodó en su lugar y se evitó la operación sin que volviera a tener molestias.

Iliana sigue rodando en su moto, con sus compañeros motociclistas, pero no puede cancelar su fábrica de sueños. Poco después de concluir su aventura alasqueña tomó la decisión de emprender otro viaje, ahora hacia el rumbo contrario, de México a Ushuaia, en la Patagonia argentina, el punto más al sur del continente. Piensa iniciar el recorrido el próximo mes de octubre por lo que actualmente se prepara para ello.

-Va a hacer un año de mi regreso -termina su plática-, regresé a mi casa el 22 de julio de 2015 pero continúo haciendo el recorrido con los recuerdos, con lo aprendido, con las personas de enorme calidad humana que conocí y apoyaron mi aventura, pero sobre todo con el encuentro más importante que tuve con la persona que fui a buscar: con Iliana Egea, yo misma.

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