Alex, un joven repatriado que lucha para no volverse indigente en la CDMX

Ha tenido que dormir en las calles y hacerse a sí mismo en una batalla de trabajo, juventud y donde el dinero no le alcanza para mucho. La música ha sido uno de sus escapes

MÉXICO.- El 5 de diciembre de 2015, David Alejandro Eligio era un adolescente casi como cualquier otro en la ciudad de Monroe, Carolina del Norte, que caminaba por los arbolados campos de la high school con unas hamburguesitas de pollo y un bote de leche en la mano cuando un policía, vestido de chaleco y lentes oscuros, se le atravesó en el camino.

-Hey, Alejandro, ¿puedo hablar contigo?- le preguntó.

Un mes después Alex, como él mismo se llama, ya no era un estudiante con aspiraciones a ser parte de las Fuerzas Armadas estadounidenses,  ni la promesa de una humilde familia de emigrantes que lo llevó a Estados Unidos en busca de un mejor futuro, sino un jovencito entre los más entre los 12,000 menores de edad que fueron repatriados ese año.

Alex no tiene ningún familiar en su país de origen. Oriundo de Guerrero, vio partir poco a poco a todos sus parientes camino a California, Florida, Texas, Nueva York, Arizona… para huir de la violencia o los bajos salarios. El único primo que se quedó en Huitzuco fue asesinado por hombres del crimen organizado.

-“Empaca tus cosas, tu mamá mandó por ti”- le dijo su abuela y lo entregó con ocho años a un traficante de indocumentados que lo llevó hasta Carolina del Norte.

Diez años después, al desandar el camino, se dio cuenta que ya no tenía a quién acudir en su país de origen y ni cómo regresar a Guerrero que cada día esta peor. Así que escogió vivir en la CDMX casi por intuición.

“Allá puedo tener más oportunidades”, dijo a su mamá por teléfono, en cuanto cruzó la frontera hacia el sur y pudo pedir ayuda.

Ella le mandó 124 dólares. En Monroe quedaban cuatro hijos por mantener.

David Alejandro recién había cumplido los 18 años cuando se vio solo en México. Los agentes de ICE esperaron de septiembre a diciembre para que el chico cumpliera la mayoría de edad y lo echaron en enero.

Desde entonces, no ha hecho otra cosa que sobrevivir, aunque la vida lo azote con el desempleo y la falta de dinero hasta para rentar un cuarto. Varios días ha tenido que quedarse en la calle, como un vagabundo, un homeless, con un único motivo para seguir en pie: la música que él mismo compone,canta y baila.

Alex rapea como una terapia motivacional frente al Monumento a la Revolución, en la CDMX
Alex rapea como una terapia motivacional frente al Monumento a la Revolución, en la CDMX. (Foto: Gardenia Mendoza)

El gobierno mexicano no tiene contabilizado el número de repatriados que no cuentan con las posibilidades para alquilar un lugar donde vivir, pero cálculos de organizaciones civiles como “Casa de los Amigos” apuntan a “centenares” que han terminado en las calles porque los albergues civiles solo les dan tres meses máximo para que permitan a otros recién llegados tener un primer techo.

“En los alrededores de los call centers en la CDMX, se ven cada vez más deportados homeless“, observa Israel Concha, un migrante de retorno que creo la organización civil “Workforce”que busca empleo para repatriados.

“Voy a demostrarles a todos aquellos que no han confiado en mí, que yo puedo triunfar”, dice Alex, mientras se levanta del banquillo frente al Monumento a la Revolución, donde se encuentran la oficinas de Teletec, un call center donde recientemente empezó a trabajar.

El muchacho se anima, se tira al piso, rapea, canta:  “Mexicano Norte Americano , yeah , that’s me / I came to the united States when I was a kid / I learned to live, I went to school , learn some English and now I’m here todo Mexican please stand up , todos Los latinos please stand up…”

Luego de un rato, vuelve al banquillo. “Trabajaba en otro call center pero me cambiaron el horario, y a las 11 de la noche, ya no me daba tiempo de llegar al Estado de México, donde rentaba porque era más barato. Renuncié pero luego me quedé sin nada, ni siquiera para pagar allá”.

Durante varios días vagó del Monumento a la Revolución al Centro Histórico, esperando sin techo el amanecer. Fumó algún cigarrillo de marihuana, igual que de vez en cuando lo hacía en Carolina del Norte, aunque aquí no se ve tan “normal” y escandalizó a más de un transeúnte que lo vio con malos ojos.

En el medio de ese desamparo,  Alex recordó hasta el último detalle de su deportación. Fue por una chica que conoció en una fiesta y cortejó durante tres semanas antes de que se hicieran novios. La mamá de él le advirtió que un hermano de ella lo estaba buscando pero antes llegó la policía a su escuela.

-¿Qué has hecho este verano?- le preguntó el oficial vestido de chaleco y lentes.

-Nada, ¿por qué?-

-No has salido con Naomi…-

-Sí, ¿por qué?-

-Te gusta,¿verdad? Se ve grande, ¿verdad? Parece hasta mayor de 18… ¡pero tiene 13! Y no me queda otra que ponerte las esposas-

El delito de abuso de menor no se confirmó pero sí que el acusado no tenía papeles.

Inmerso en esos recuerdos, Alex conoció en otra fiesta de la CDMX a Rigoberto Avillaneda, otro joven deportado de Arcelia, Guerrero, y se hicieron amigos. Ahora comparten un cuarto que piensan pagar con el segundo salario del mes (unos 150 dólares) que recibirán de su nuevo empleo.

David Alejandro y otros compañeros de trabajo que también vivieron en EEUU.
David Alejandro y otros compañeros de trabajo que también vivieron en EEUU. (Foto: Gardenia Mendoza)

El sol comienza a brillar, aunque Alex todavía extraña a su familia y aún tiene hambre “No sé qué pasa con el dinero en México que nunca alcanza y por eso voy a regresar. Y porque se lo prometí a mi hermano”.

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