Max, el repatriado que no quiso trabajar para el crimen organizado

Renunció al robo de gasolina y ahora trabaja en un call center

MEXICO.- Maximiliano Alcalá sudó. En el vagón del metro de la Ciudad de México no cabía un alfiler, hombres y mujeres apresurados, algunos malhumorados. Todos en una comunión de cuerpos calientes, apretados unos contra otros, empujando de aquí para allá hasta que sonó la alerta de descenso.

Salió al pasillo y tocó los bolsillos de sus pantalones, ¡ya no estaba su teléfono celular, lo único que había conservado de Estados Unidos tras su deportación!

En su natal Ciudad Hidalgo, Michoacán, este robo no hubiera ocurrido. Allá los robos son otra cosa,  una industria millonaria que pica ductos de gasolina y controla el crimen organizado, el mismo  que contrató a Maximiliano hace 10 meses  en cuanto se enteraron que era un repatriado.

Maximiliano llegó en marzo pasado de Chicago a donde lo llevaron a vivir sus padres cuando tenía nueve meses. Hoy tiene 21 años.

“Acepté trabajar en ese negocio porque no se ganaba mal (4,000 pesos a la semana)’’, cuenta en entrevista con este diario. “Y también porque creo que en el robo de gasolina todos ganan: la gente la compra porque es más barata mientras yo iba de pueblo en pueblo a donde no había gasolineras o a ofrecerla con las empresas’’.

En ese empleo clandestino le iba bien, dice.  Podría haber seguido ahí sin problemas de no ser porque su intuición de expandillero lo alertó de que su vida podría volver a complicarse como ocurrió en Chicago cuando por una acusación de venta de droga cayó en manos de ICE y lo echaron de su mundo, de sus amigos con quienes creció en el barrio y de sus dos hijos de cuatro y dos años que hoy crecen con la abuela porque la madre los abandonó.

Por toda esa ruina, Maximiliano decidió salirse de ese nuevo sistema ilegal de robo de gasolina en el que había caído cuando llegó a su país. Luego de dos meses puso un negocio de ropa, pero pronto se aburrió, de convencer a la gente, acarrear trapos de un lugar al otro hasta que finalmente optó por mudarse a la Ciudad de México. “Creo que ahí puede ser más fácil para mi, pensó’’.

En los últimos meses cada vez más deportados oriundos del interior del país apuestan a mudarse a la capital mexicana, observa Israel Concha, fundador de la organización de repatriados New Comienzos.

“Vemos que no se están acoplando en sus lugares de origen porque no hay trabajo o simplemente no es lo que recordaban o pensaban’’, comenta. “Otra cosa es la inseguridad -principalmente en Guerrero, Michoacán y Tamaulipas– y también vienen a la CDMX porque hay más redes y organizaciones que pueden opoyarlos’’.

Hasta ahora no hay una cifra oficial sobre el número de retornados que optaron quedarse o mudarse de sus estados de origen a la capital mexicana, pero, según diversos cálculos con base en estadísticas de la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades, durante 2017 pudieron ser alrededor de 15,000.

“En mi caso creo que corro menos riesgos’’, concluye Maximiliano camino al empleo que encontró en la capital mexicana: un call center donde atiende de 3:00 de la tarde a 11:00 de la noche las quejas en inglés de clientes de empresas estadounidenses, una actividad laboral a la que recurren cada vez más los mexicanos deportados.

Los planes del muchacho son juntar un poco de dinero, rentar y amueblar un departamento aunque no le gusta mucho la CDMX porque a veces no hay agua potable y tiene que comprar garrafas, el tráfico es insoportable y abundan los lugares malolientes, piensa, aunque también le ve un lado positivo: las mujeres son más abiertas y la vida nocturna es inmejorable con tantas opciones de divesión, de bares y discotecas.

Aunque su sueño más grande es tener una casa en Ciudad Hidalgo. “Trabajando aquí no lo voy a lograr y por eso, cuando pueda dejar un año de renta y dejar montado mi departamento voy a solicitar una visa y, sino, me voy otra vez de ilegal’’.

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