“Pocho House’’, un espacio para mexicanos repatriados
El grupo brinda apoyo a los deportados para reintegrarse a la sociedad mexicana
MEXICO.- En la calle Ayuntamiento número 37, en el corazón del Centro Histórico de la capital mexicana un grupo de jóvenes repatriados tomó al toro por los cuernos y asumió que ya no está en Estados Unidos para ayudarse entre sí a integrarse otra vez a la sociedad mexicana y ayudar a otros en similares circunstancias. Así nació Pocho House’.
“Sabemos que el termino pocho se ha usado mucho de manera despectiva pero queremos reivindicarnos’’, ataja Rossy Antúnez, de 26 años, quien regresó a México hace nueve años, y hoy es parte del equipo.
Una década desde su retorno la convirtió en una veterana en el tema. Ya pasó por muchas etapas, la de estar sola sin la familia que se quedó en Wisconsin, la de que le echaran en cara el acento; la de extrañar, comparar a los dos países, enfrentarse a la revalidación de estudios y la burocracia que ataca con agudeza pidiendo papeles y papeles en su propio país.
Por ello no dudó en integrarse de tiempo completo al proyecto de Pocho House, un espacio donde asesoran desde los últimos días de febrero pasado a todos los repatriados, sean deportados o retornados de manera voluntaria, como fue su caso.
“Mi mamá decidió que era mejor que yo estudiara aquí porque en EEUU iba a ser muy difícil por el tema del dinero y me mandó aquí -a la ciudad de México- y yo obedecí’’, cuenta cuando deja a un lado una bocina a la que busca un lugar.
Son las 2:00 de la tarde y todo el equipo trabaja afanosamente. Aquí está Maggie Loredo, hoy de 27 años, quien también quiso estudiar aquí, regresó y sigue sin ir a EEUU donde está su familia; Eduardo Aguilar, deportado hace cinco años. Adriana Cervantes, quien hoy es la coordinadora de la casa, está de descanso.
El equipo cuenta con diversos voluntarios que van y vienen en su mayoría menor de 30 años, y dispuestos a apoyar a cualquiera que haya sufrido las mismas penas que ellos. Y no son pocos: tan solo el año pasado regresaron 166,000, más los 2.8 millones de la administración de Barack Obama.
En la oficina de techos altos y paredes blancas recientemente remodelada -como uno de los 743 edificios considerados por el gobierno como “valiosos’’ que deben ser conservados-, un par de ellos, apilan cajas de madera para colocar su pequeña biblioteca: Migrantes, voces, rostros y sueños compartidos, de la Comisión nacional de Derechos Humanos; Policy Brief Series o el Directorio de Programas Institucionales Dirigidos a la Población Migrante entre otros.
“Es importante que se sientan cómodos, que vengan y se sienten a hablar spanglish’’, dice Loredo. “Así ns ayudamos a sentirse parte de una comunidad mientras resuelven otros problemas que implican el retorno’’.
Para promover la existencia de Pocho House, parte del equipo acude todos los jueves al aeropuerto para recibir a los deportados asustados que llegan en uno de los tres vuelos dedicados traerlos cada semana.
En uno de ellos, llegó Juan, un migrante de Guanajuato al que hoy ayudan de larga distancia para revalidar sus estudios, un proceso que da muchos dolores de cabeza a quienes quieren continuar sus carreras aquí porque aún hay mucho desconocimiento de los funcionarios escolares.
“Aunque ya no se debe pedir apostillas, en algunos estados la siguen exigiendo y hay hacer mucho tramite para hacerlos entender que la Secretaría de Educación Pública eliminó ese requisito (desde el año pasado)’’.
La burocracia es necia y cuadrada. En Pocho House lo saben desde hace años porque, aunque la oficina es reciente, son parte de la organización no gubernamental Otros Dreamers en Acción, fundada por la estadounidense Jill Anderson desde el 2013 y fue la primera organización no gubernamental que dio este tipo de apoyos en la Ciudad de México.
Mucho ha cambiado desde entonces. “Al menos hay una comunidad con quien hablar a ratos sin que piensen que nos creemos más por hablar otro idioma’’, observa a Maggie.
“En la calle la gente nos detiene y nos pregunta molesta que por qué si somos mexicanos hablamos en inglés’, eso es siempre’’.
La importancia de Pocho House radica, principalmente, en la integración. Incluso con la gente que siempre ha vivido aquí y por eso comenzarán a dar talleres de inglés públicos y gratuitos (con cuotas voluntarias), cursos de redacción en español, de contabilidad (el sistema fiscal es totalmente distinto) y hasta de baile de bachata para desestresar a los más estresados.
Acaba de entrar un mensaje. Lo escribió una chica de Minnessota. Está harta de ser beneficiaria de DACA, de ser la carta de juego entre republicanos y demócratas y el ambiente hostil que le provoca directamente. “A veces me quiero ir porque sé que allá está Pocho House’’, lee Maggie sobre el texto y agrega: “Por estas cosas ha valido la pena’’.