¿Por qué Bezos, Zuckerberg y otros filántropos tecnológicos donan millones?

¿Pero por qué invierten tanto en causas sociales?

Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo según Forbes, preguntó el año pasado a sus miles de seguidores en Twitter a qué causas benéficas debería destinar sus millones.

Y en enero hizo su primera donación: 1,000 becas escolares por el valor de US$33 millones para inmigrantes que llegaron a EE.UU. cuando niños y que ahora se enfrentan a una potencial deportación.

Con esa acción, el dueño de Amazon se unió a lo que muchos llaman el club de los nuevos filántropos tecnológicos, que incluye al fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, y al de Paypal, Tesla y SpaceX, Elon Musk.

“La verdad es que tengo mucho dinero”, se justificó Bezos.

“Hay razones por las que, cuando te levantas por la mañana, quieres seguir viviendo. ¿Qué es lo que te inspira? ¿Qué es lo que te gustaría para el futuro?”, ha dicho por su parte Zuckerberg para explicar su actividad benéfica.

“Lo que es importante es invertir ahora para que nuestros hijos vivan en un mundo mejor“, dijo el fundador de Facebook

La búsqueda de un mundo mejor… ¿no es eso lo que Silicon Valley quiere que pensemos que es el objetivo final de su trabajo?

Pero es precisamente eso, la capacidad que estos nuevos filántropos tecnológicos tienen el poder de darle forma al mundo en el que vivimos, lo que preocupa a muchos analistas.

Sin rendir cuentas

Uno de ellos es David Callahan, experto en el tema y autor de The Givers: Wealth, Power and Philantropy in a New Gilded Age (“Los donantes: dinero, poder y filantropía en una nueva era dorada”).

“Son individuos que con sus exitosas empresas ejercen un gran poder sobre la sociedad y ahora están incursionando en el terreno de la sociedad civil, con lo que, a su vez, suman más poderío“, advierte.

“Los filántropos tecnológicos suelen querer hacer las cosas de manera diferente”, le reconoce a Manuela Saragosa, presentadora de Business Daily, un programa de la radio del servicio mundial de la BBC.

“Sus fortunas están poniendo industrias clave patas arriba y, de la misma manera, se preguntan cómo pueden usar ese dinero como filántropos y provocar cambios dramáticos en aquellas causas que les importan”, dice Callahan.

¿Pero en qué se diferencia esta nueva filantropía de la de antaño, protagonizada por personajes de la talla de los Rockefeller?

“Andrew Carnegie, John D. Rockefeller, etc., también tenían ideas ambiciosas”, señala Callahan.

“Eran empresarios poderosos que se dedicaron a la filantropía con el objetivo de encontrar la cura para enfermedades raras o para transformar sectores enteros”, explica.

Carnegie quería cambiar la educación y Rockefeller instaurar el primer centro de investigación biomédica para indagar sobre terribles enfermedades como la anquilostomiasis, una infección intestinal causada por parásitos y que afecta en particular a los habitantes de zonas tropicales.

“Fueron, a su manera, bastante rompedores como filántropos”, subraya el experto.

De acuerdo a Callahan, muchos de los filántropos actuales tienen una mentalidad similar.

“Pero lo que los distingue de las grandes fundaciones creadas con las fortunas de filántropos que ya fallecieron, gestionadas por profesionales y que avanzan a un ritmo lento, es que actúan más rápido y provocan un mayor impacto, tanto con sus grandes ideas como con sus anchos bolsillos”, sostiene.

Aunque el experto también le ve a esto un lado negativo.

“Tener una gran idea e impulsarla con mucho dinero y ambición es bueno, siempre que tenga un impacto positivo. Pero también puede suponer una amenaza y provocar un impacto negativo en algunos sectores, como por ejemplo el de la educación”, dice.

Para ilustrarlo, recuerda el caso de Mark Zuckerberg, quien en octubre donó US$100 millones para mejorar las escuelas de Newark, en Nueva Jersey.

“Eso supuso una revisión de lo que impartían estas escuelas, lo que se encontró con la resistencia de varios padres y profesores, y fue traumático para la comunidad”, apunta el especialista.

“Su ambición era mejorar la educación, pero le faltó el apoyo de la comunidad, tan necesaria para tener éxito en este tipo de misiones”.

¿Son entonces estas acciones, más rápidas e impactantes, menos democráticas porque dejan menos espacio a la gente para discutir si son necesarias, qué es lo que hay que cambiar y cómo debería hacerse?

La filantropía, por su propia naturaleza, no es muy democrática. Los filántropos, las fundaciones, no rinden cuentas a nadie”, subraya Callahan.

“Pueden hacer lo que quieran con su dinero y eso puede ser muy bueno, porque pueden asumir riesgos que los gobiernos y las empresas no, porque los primeros deben rendir cuentas ante sus votantes y los segundos ante los accionistas. En ese sentido, los filántropos tienen mucha libertad de acción para impulsar ideas muy rompedoras”, explica.

“Pero que tengan tanta libertad de acción y no necesiten rendir cuentas es también peligroso”, añade.

Y advierte que el hecho de que nadie los fiscalice “es algo que debería asustarnos”.

En ese sentido, que Bezos preguntara a los usuarios de Twitter a qué causas creían que debían donar su dinero, abría espacio a la discusión.

Pero para Callahan eso no hizo el proceso más democrático ni transparente.

“Fueron aportes en formato democrático, sí, pero eso no significa que terminaran influyendo en su decisión. Y al final fue él y solo él quien tomó la decisión”, hace notar.

Impacto en sus propias familias

Alguien que conoce la razón por la que individuos adinerados donan ingentes cantidades a causas sociales es Antonia Mitchell.

Es la directora de Aurelia Philanthropy, una consultora dedicada a orientar a los que quieren convertirse en filántropos.

Fundó la consultora por la experiencia de su familia en la filantropía.

“Mis familiares estaban desanimados con las donaciones, porque muchas veces no lograban averiguar su impacto real, incluso había ocasiones en las que no llegaban ni a saber qué ocurría con el dinero”, le cuenta a Saragosa, la presentadora de Business Daily.

“Además, tomaban decisiones basándose en aquello que los apasionaba, porque algún amigo les recomendaba una causa o porque algo les había llamado la atención”, explica.

“Quizá no lo decidían por un impulso momentáneo, pero definitivamente no le dedicaban el mismo nivel de pensamiento estratégico que a otras inversiones“.

Ante eso, se propuso reestructurar la manera en la que su familia donaba, analizar a qué se destinaba realmente el dinero aportado y si eso encajaba con sus objetivos.

Y ahora hace eso mismo con otros grandes filántropos.

Preguntada por cómo suelen estos decidir en qué causas benéficas invertir y cuál es la verdadera razón para hacerlo, asegura que no es sumar poder.

En mi experiencia, no suele ser cuestión de poder, sino de tratar de marcar una diferencia al interior de su propia familia”, apunta.

Pone de ejemplo a un exitoso empresario convertido en filántropo al que asesoró.

“Tuvo una infancia pobre y sus hijos personificaban de alguna manera todo aquello que odió cuando crecía: recibieron educación privada, se criaron como ricos, con amigos adinerados”, cuenta.

“Y él, que siempre había luchado por comer y que valoraba cada penique, le preocupaba que terminaran como muchos hijos de ricos, en las drogas y sin ningún interés por trabajar“, relata.

“A él la filantropía le ha valido para hablar con ellos sobre valores, para hacerles entender cómo creció él y enseñarles qué impacto positivo puede tener su dinero”.

En ese sentido, Mitchell cree que son muchos los que toman como ejemplo a Bill Gates, cuyos hijos no aparecen en los medios luciendo bolsos o ropas caras.

Pero entonces, pareciera que buscan en la filantropía un beneficio para ellos mismos…

“Creo que es más bien un beneficio en dos direcciones”, refuta la consultora. “En el fondo está el deseo de marcar la diferencia en la sociedad. Pero al mismo tiempo, cuando donas esas cantidades, me parece correcto que te sientas bien y participes de ello”.

Cuestión de filosofía

En todo esto, hay países más dados a la filantropía que otros.

Y de acuerdo a la edición de 2017 del Índice Mundial de Donaciones (WGI, por sus siglas en inglés), un reporte publicado anualmente por la organización británica Charities Aid Foundation, China está en el fondo de la lista.

No es porque no haya en ese país capital privado suficiente para destinar a esas causas: según Forbes es el segundo país del mundo, después de Estados Unidos, con más billonarios.

Según James Chen, un inversor con sede en Hong Kong que con sus iniciativas Clearly y Vision para universalizar el acceso al cuidado ocular es una excepción a la regla, cree que se debe a la filosofía que rige la sociedad china.

“De acuerdo al confucionismo (el conjunto de doctrinas morales y religiosas predicadas por los seguidores del pensador chino Confucio), los que nos está yendo bien tenemos la obligación de revertir a la sociedad”, explica.

“Pero lo que esta filosofía no alienta es que la clase privilegiada trabaje por el cambio social. En este sistema ese es el papel del gobierno“.

Aunque Chen no cree que ese pensamiento encaje hoy, en el mundo posindustrial. “En muchas ocasiones los gobiernos no pueden asumir el riesgo o no están entrenados para lidiar con cambios tan rápidos”, argumenta.

Por eso, dice que para él el reto es que otros se entreguen a lo que llama la “filantropía audaz“: a que elijan una causa, traten de entender la problemática en profundidad y se conviertan en expertos en la materia.

“Solo así marcarán la diferencia y sus acciones tendrán impacto real y positivo”.


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