Necesitamos más plazas para aprender inglés

Hace casi dos semanas, a poca distancia de la biblioteca de la Calle 42, un abogado neoyorquino furioso y grosero, entró a un restaurante, vociferó su opinión ignorante y racista, y cayó voluntariamente en las profundidades de la infamia viral. ¿De qué se quejaba? De que los empleados estaban hablando español –eso sí, no con él, sino con otros clientes de habla hispana.

El abogado –Aaron Schlossberg– acusó a las personas que hablaban español de ser indocumentados y de recibir servicios sociales gratuitos del gobierno, sin saber absolutamente nada de la situación personal de ellos. También amenazó con llamar al Servicio de Inmigración para que los echen de su país.

Al igual que a la mayoría de los neoyorquinos, me horrorizaron y enfurecieron sus actos. Ver este tipo de odio descarado en la zona midtown de Manhattan, el centro de una de las ciudades más diversas del mundo, me resultó chocante e inaceptable. Aquí se hablan cientos de idiomas. Es donde se fusionan incontables culturas. La ciudad se fundó con la convicción de que los inmigrantes –todas las personas– son bienvenidas y aceptadas. La diversidad cultural sigue siendo el corazón de la Ciudad de Nueva York. Solo basta con ver los documentos históricos de la fundación de este país, que se conservan en el Edificio Stephen A. Schwarzman de la Biblioteca, a pocos pasos de donde el Sr. Schlossberg expresó su invectiva. La Biblioteca alberga una copia de la Declaración de Independencia manuscrita por Thomas Jefferson. “Sostenemos estas verdades como evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales…”, fue la línea más famosa que escribió en el documento. En un país fundado bajo esos principios, simplemente no hay lugar para el tipo de retórica vil escupida por el Sr. Schlossberg.

Lamentablemente, los sentimientos xenofóbicos y otras dificultades no son nada nuevo para los millones de inmigrantes y personas que no hablan inglés de esta ciudad. Tuve el privilegio de hablar con muchos de ellos en mi recorrida por las 88 sucursales vecinales del sistema de la Biblioteca Pública de Nueva York, y se imaginarán algunas de las cosas desagradables que ellos escuchan. “¿Por qué no aprenden inglés?” “Ustedes viven en nuestro país y deben aprender nuestro idioma”. “Si no desean hablar inglés, ¿por qué no regresan a su país?”

Esas declaraciones son tan obstinadamente ignorantes y hechas con tanta confianza que es desconcertante. La premisa de que una persona que no habla inglés no deseaaprender el idioma ignora tendencias recientes. Lo cierto es que hay menos plazas disponibles en las clases gratuitas para aprender inglés financiadas por el estado. Si bien los fondos han permanecido relativamente estables, los costos por estudiante han aumentado, lo cual significa que hay menos plazas disponibles y menos estudiantes que reciben ayuda, según un estudio del año 2016 realizado por el Center for an Urban Future. Para muchas personas que no hablan inglés, las clases privadas son demasiado costosas.

Al mismo tiempo, según datos del Censo, casi la mitad de los residentes de la Ciudad de Nueva York hablan en su casa un idioma que no es inglés. La demanda existe. Y, por cierto, la demanda está aumentando. Pero no es posible satisfacerla.

Además, aunque puedan encontrar una plaza, es ridículo pensar que con solo decidir aprender inglés, se aprende por arte de magia. Aprender un idioma requiere tiempo, perseverancia, paciencia y mucha dedicación. No hay duda de que aprender inglés ayudaría en gran medida a esas personas a mejorar su perspectiva laboral y su calidad de vida. Pero muchos inmigrantes no disponen de tiempo para dedicarse a aprender inglés. Necesitan trabajar largas horas y, a veces, dos o incluso tres trabajos para pagar las cuentas. Otro factor además de la disponibilidad limitada de clases (en especial fuera de Manhattan), es la poca flexibilidad en los horarios de las clases.

Me enorgullece decir que la Biblioteca está haciendo todo lo posible por ayudar a los neoyorquinos a mejorar sus circunstancias. Durante el año fiscal 2018, ofrecimos 15,586 plazas en clases de inglés. Ello representa un aumento de casi el 100 por ciento desde hace solo cuatro años –cuando más del 80 por ciento de los participantes encuestados dijeron que no había alternativa a los cursos de la Biblioteca– y un aumento del 523 por ciento con respecto al año fiscal 2011. Pero se necesita más.

Sabemos que los inmigrantes y las personas que no hablan inglés se sienten cómodas y seguras en las bibliotecas de sus vecindarios –algo importante en este mundo en el que gente educada todavía vocifera abiertamente contra los que no hablan inglés–, y es por eso que es una prioridad seguir ofreciendo estos programas. Para mucha gente, estas clases son la oportunidad de una mejor vida. Les permiten hablar con los maestros de sus hijos y ayudar a sus niños con las tareas escolares. A pedir indicaciones para llegar a un lugar o llenar formularios importantes. A sentirse seguros y poder pedir ayuda cuando sea necesario.

Como las bibliotecas han sido el fundamento de la democracia desde el comienzo mismo de este país –lugares que ofrecen igualdad de condiciones y proporcionan información, conocimientos y educación–, tiene sentido que prestemos nuestra ayuda para que la lucha no sea tan ardua. Gracias a la inversión de la ciudad y de donantes privados, hemos podido incrementar estos servicios, pero la necesidad supera en creces lo que podemos hacer. Se necesita hacer más.

Esperamos que la ciudad siga invirtiendo en las bibliotecas públicas para que podamos seguir abiertos la misma cantidad de horas y ofrecer programas y servicios, como los servicios de idiomas, para toda la gente. De ahí seguiremos ampliando nuestros programas educativos y ofreceremos un plan de acción para otras bibliotecas, entidades sin fines de lucro y organizaciones que desean ayudar.

Si realmente creemos en los valores que encarna este país y si deseamos vivir la vida conforme a los principios americanos, entonces debemos ser amables, comprensivos, recordar que muchos de nosotros somos descendientes de inmigrantes y ayudar a aquellos que no hablan inglés. Si los tildamos de “otros”, les damos la espalda y los criticamos, seremos –como el Sr. Schlossberg– fundamentalmente antiamericanos.

-Anthony W. Marx es el presidente del sistema de Bibliotecas Públicas de Nueva York (NYPL)

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