Madre separada de sus hijos por más 12 años, pide cambiar leyes de separación familiar

El gobierno de EE UU castiga a sus propios ciudadanos al imponer castigos crueles migratorios, dice

Emma Sánchez a un año de reunificarse con su familia, su esposo Michael Paulsen y sus tres hijos, Brannon Liam, Ryan Max y Michael Alex. (Araceli Martínez/La Opinión).

Emma Sánchez a un año de reunificarse con su familia, su esposo Michael Paulsen y sus tres hijos, Brannon Liam, Ryan Max y Michael Alex. (Araceli Martínez/La Opinión). Crédito: Araceli Martínez | La Opinión

A un año de reunificarse con sus tres hijos y su esposo, Emma Sánchez Paulsen dice que lo mejor de estos doce meses,  ha sido abrir los ojos cada mañana y darse cuenta que es realidad que ya está con su familia.

Es maravilloso estar aquí, ver a mis hijos en sus cumpleaños y darles un abrazo. Para alguien que fue forzada a separarse de su familia por 12 años y medio, esto es algo muy valioso”, dice Emma irradiando felicidad.

Este domingo 8 de diciembre, cumple un año de reunificación familiar. Un castigo impuesto por las autoridades de migración en 2006 por haber entrado al país sin papeles que la mantuvo alejada de su familia.

A Emma Sánchez, la madre de familia que estuvo separada de su esposo y sus hijos durante 12 años y medio, el año que lleva reunificada con los suyos, se le ha ido volando. (Araceli Martínez/La Opinión).

En este año me tocó estar en el cumpleaños de mis hijos, ver en concierto al más chiquito; y al más grande, ser el estudiante del año por tercera vez consecutiva”, dice emocionada.

Emma nació en Michoacán, México. Se casó con Michael Paulsen, un veterano de la Marina en el año 2000 quien de inmediato presentó una petición de residencia para ella, pero los ataques del 9/11 dificultaron su proceso.

En 2006, fue citada a la embajada de Estados Unidos en Ciudad Juárez para una entrevista. La pareja ya tenía tres hijos, Michael Alex de cuatro años y medio;  Ryan Maximiliano de tres años, y Brannon Liam de dos meses de edad.

Emma Sánchez y Paul Paulson lograron mantener viva la llama del amor a pesar de vivir separados por 12 años y medio. (Araceli Martínez/La Opinión).

Pero en lugar de aprobarle la residencia, le dijeron que no podía regresar a Estados Unidos y le dieron un castigo por diez años por entrar indocumentada al país.

“Íbamos todos muy ilusionados a Ciudad Juárez, pensando en ir a Disneylandia al regresar; y en casarnos en una boda religiosa en Guadalajara. Yo quería que mi papá conociera a sus nietos”, cuenta.

Cuando a Emma le negaron el reingreso a EE UU, dice que entró en estado de shock. “Sentí que el mundo se me acababa, como que estaba flotando”, recuerda.

En medio de su desesperación, le propuso a su esposo divorciarse. “¿Cómo vamos a lograr un matrimonio? yo en México y tú en Estados Unidos. Si las parejas que viven juntas, a veces no sobreviven y se separan”, le dije.

Emma Sánchez fue separada de su familia en 2006. (foto suministrada)

El veterano le respondió que él se había casado para toda la vida y lo iba a cumplir.

“Así fue. Seguimos juntos. Pero la separación fue muy dolorosa. Es lo peor que te pueden hacer. Es una tortura diaria. Es clavarte el corazón con un cuchillo todos los días. Es no poder dormir todas las noches. No estar con tus hijos en el día a día. Es lo más cruel que le pueden hacer a una familia”, asegura entre sollozos.

Esta madre no tiene dudas de que las autoridades migratorias, le destrozaron el lazo maternal con sus hijos.

Emma vivió durante 12 años y medio en Tijuana; y Michael con los hijos en la ciudad de Vista, California en el condado de San Diego a 100 millas de la frontera sur. Cuando cada niño cumplía los seis años, Michael se los llevaba a vivir a San Diego para que se educaran en Estados Unidos. 

Emma Sánchez y Michael Paulsen se casaron en una ceremonia religiosa en el muro en Tijuana. (Foto suministrada)

Durante los años de separación, el esposo viajaba cada fin de semana con sus tres hijos para ver a Emma.

Ellos no fueron educados de la manera que yo hubiera querido. Me perdí toda su niñez cuando no hice algo malo. No soy una criminal. No dañé a nadie. No robé. No vendí drogas. No hice ningún delito mayor para merecer un castigo tan cruel”, afirma.

Emma está convencida de que la separación no fue un castigo solo para ella. “El gobierno afectó a sus propios ciudadanos, a mi esposo veterano y a tres niños nacidos aquí. No les importó el sacrificio de mi esposo. Por mucho tiempo sentí mucho coraje”, reconoce.

Y recuerda que aún cuando el padre de sus hijos tuvo una cirugía de corazón abierto en 2013, le negaron una visa humanitaria para venir a verlo. “Me dijeron que solo me la darían si estuviera a horas de morir”, recuerda.

Emma Sánchez se siente muy orgullosa de sus tres hijos adolescentes. (Araceli Martínez/La Opinión)

A un año de la reunificación familiar, a Emma, la separación le trae aún recuerdos muy dolorosos.

Me dejaron cicatrices que tal vez nunca cierren. A mis hijos los dejaron marcados para toda la vida. Una infancia separada de su madre, no es tan fácil. Los traumas de la niñez son muy difíciles de sacar adelante”, señala.

Esta madre dice que en este año ha tratado de darles lo que no pudo cuando eran niños, pero admite que “no es lo mismo”.

Durante los años de separación, revela que le daba fortaleza para ponerse de pie cada mañana, saber que un día iba a regresar con su familia.

“Desde la ventana de mi casa veía el cerro y la línea fronteriza. Sabía que detrás de ese cerro estaban mi hijos, y no podía verlos ni tocarlos. El tiempo era tan cruel, se me hacia tan eterno. Cuando llegaba el domingo para reencontrarme con ellos, todo era tan fugaz”, dice.

Emma Sánchez y Michael Paulsen, una pareja a prueba de separaciones migratorias. (Araceli Martínez/La Opinión).

Sin embargo, entre los recuerdos más gratificantes del primer año de reencuentro con sus hijos, se le hizo cumplir su sueño de llevarlos a la escuela.

“No sé cómo le hizo mi esposo para llegar a tiempo a tres escuelas diferentes. Uno en la primaria, otro en la secundaria, y el más grande en la preparatoria. Yo no pude lograrlo”, dice. 

Emma afirma que este año se le ha ido muy rápido. 

“Siento que cuando abro los ojos, ya es de noche”, comenta.

Todavía tiene fresco el 8 de diciembre de 2018 cuando el gobierno de Estados Unidos la perdonó y le dio su tarjeta de residente permanente.

“¡Oh Dios! sentí un alivio tan enorme. Todo el trayecto fue hermoso y divino. Yo solo recordaba pedacitos de la ciudad donde había vivido”, dice emocionada.

Emma Sánchez disfruta a su esposo y a sus hijos en una de sus visitas a Tijuana durante los años de separación familiar impuesta por las autoridades de migración. (foto suministrada)

Confía que le sorprendió mucho ver a tantas personas sin hogar en las calles; y el alto costo de la vivienda y de la vida. “Todo está carísimo”, dice admirada.

Pero si de algo se siente orgullosa es de sus hijos. “Los tres tienen calificaciones excelentes”, dice.

Y considera que si los menores no escogieron el camino de las adicciones o las pandillas, es porque siempre los bombardeó con consejos.

“Ese día que estaban conmigo en Tijuana, quería darles todo lo que no podía en una semana. Cuando veía a uno de ellos que andaba rebeldillo, me sentaba a darle consejos, a decirle que nunca fueran a usar drogas, que tenían que ser fuertes y echarle ganas a la escuela porque solo así iba a poder regresar. Ay mami, me estás torturando, me decían”, recuerda riendo.

Pese a que muchas veces sintió que la mente se le hacia pedazos para mantener en ellos la motivación por ir a verla, el que la familia se haya mantenido unida, dice, fue un trabajo de todos.

Cada uno dimos el 110%. Fue un trabajo de equipo”, sostiene.

Emma Sánchez y Michael Paulsen con uno de sus hijos antes de la separación familiar.(Foto suministrada).

A un año de distancia de reunirse con los suyos, esta madre externa que se está acostumbrando al rápido ritmo de vida de este país.

“Al principio, cuando recién regresé, los nenés se sacaban de onda cuando me veían entrar a su cuarto. Mamá, ¿de dónde saliste? Estaban muy acostumbrados a estar sin mi”, comenta.

Hoy los hijos de Emma tienen, 18, 16 y 13 años.

Además de disfrutarlos, ha dedicado parte de su tiempo a estudiar inglés y a prepararse para hacerse ciudadana en dos años.

“Me gustaría trabajar en una escuela dando pláticas de concientización. Hay muchos niños que están aterrados de que les deporten a sus papás. Mi regreso fue como una esperanza para muchos de ellos. Un sí se puede”, dice.

A las madres que han sido deportadas a México y a otros países, y se han separado de sus hijos, les dice que a pesar de que sientan que el mundo se les acaba, mientras haya vida, hay que levantarse y continuar.

Encuentren algo que mantengan su mente ocupada y las motive como pintar, trabajar, tejer, un trabajo; busquen asesoría legal y nunca traten de regresar indocumentados”, subraya.

Emma Sánchez en Tijuana durante una de las últimas navidades que pasó separada de su familia. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Claro que a ella le pasó por su mente regresar sin papeles. Llévame rápido a Tijuana, y págale a un coyote, yo me quiero regresar. No puedo vivir aquí en México. ¿Qué voy hacer?”, recuerda que a punto de un ataque de nervios, le exigió a su esposo, cuando recién le impusieron el castigo migratorio por diez años, pero con los trámites se hicieron 12 años y medio.

“Tú no te vas a cruzar. Si te cruzas y te detienen, no me vuelves a ver a mi y a los niños. Me aguanté todo el castigo, tuve que soportar tener a mi esposo entre la vida y la muerte; y muchas cosas más”, dice.

Emma dice que las leyes de la separación familiar fueron impuestas por la administración Clinton.

En lugar de estos castigos tan crueles, deberían obligarnos a hacer servicio comunitario, trabajar gratis para el gobierno, pero no separarnos de nuestras familias. ¡Las leyes deben cambiar!”, exclama.

Pero pese a la larga y traumatizante separación, Emma dice que este año ha estado lleno de felicidad.

“Mis hijos ya están muy grandes. Se están convirtiendo en hombres, y yo estoy aquí para verlos graduarse”, dice gozosa.

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