“No sé si tengo casa o demolerán mi edificio“
La incertidumbre de miles de damnificados del sismo en México no acaba después de un mes y medio con la ayuda acotada
MEXICO – Isaac Martínez levanta la cinta que acordona el edificio como señal de peligro de derrumbe y símbolo de zona deshabitada después del desalojo de 17 familias en la calle Siracusa 121, delegación Iztapalapa, al oriente de la Ciudad de México. Antes del sismo del pasado 19 de septiembre, aquí era el hogar que formó con su esposa y dos hijas.
“Ahora no sabemos oficialmente si el edificio se puede rescatar o se va a demoler’’, comenta una vez dentro de la construcción que visita intermitentemente sólo para vigilarlo. Una grieta de dos centímetros de ancho que divide el muro de la fachada le da la bienvenida.
Fausto Sanchez y su esposa miran a su vecino de reojo desde el umbral de su departamento en la Planta Baja. Ellos tampoco viven ahora aquí pero vuelven una y otra vez para remover escombros: ladrillos y azulejos caídos, paredes cuarteadas como si no hubiera pasado un mes y medio desde el día del temblor.
Los Sánchez y los Martínez son en la colonia Lomas Estrella el rostro visible de miles y miles de familias que se quedaron sin hogar en la capital mexicana por los derrumbes y daños del temblor de 7.1 grados en la escala de Richter con epicentro en el vecino estado de Puebla y que aún no saben lo que pasará con su patrimonio.
Solamente en Iztapalapa la delegada Dione Anguiano reportó que hay 17,500 inmuebles con daños frente a un presupuesto acotado de alrededor de 2,000 millones de dólares que reclaman ocho estados afectados.
“Se quedó corto ese presupuesto’’, dijo Anguiano en un recorrido por la zona poco después del terremoto y a donde no regresó sino hasta hace poco para prometer apoyos aunque no alivió la incertidumbre.
— Pase a ver, esto sigue igual- se queja Fausto.
Isaac entra al departamento y mira un baño cuyos azulejos se desprendieron de la pared y cayeron al piso, una sala con muebles cubiertos por sábanas y un montón de escombros en el piso, un par de recámaras con los clóset desencajados que la familia quiere reparar.
Fausto, de 68 años, se levanta temprano en la casa de su hermana, donde vive para llevar a su hija a la escuela y regresa al campamento que montaron los vecinos frente al edificio para empujar por la reconstrucción con una loza a cuestas: su departamento no tiene seguro.
— No pensé que aquí hubiera un riesgo sísmico, eso ocurra siempre en el centro de la ciudad.
Para ser exactos sólo tres de los 17 departamentos cuentan con un seguro de hogar (apenas un poco más que la media nacional que ronda el 1%) y por ello los vecinos tienen ahora que pagar sus propios gastos para evaluar los daños con una empresa particular que les cobró alrededor de 8,000 dólares que se añadirán a los 250,000 que aproximadamente costarán las reparaciones si es que no lo tiran.
“Los estudios de topografía, mecánica de suelo y estructura que mandamos a hacer dicen que lo más probable es que no se tenga que demoler, pero no podemos hacer nada hasta que nos dé un dictamen del gobierno y sólo hasta entonces podremos tenerlo claro’’, cuenta Isaac al subir las escaleras camino a su departamento en la última planta.
Los departamentos de arriba no están dañados. Ni siquiera hay grietas en la sala de Isaac, pero como se trata de un condominio debe luchar en conjunto. Él tiene tiempo de hacer gestiones porque quedó desempleado mientras su esposa vende productos farmacéuticos. “El problema son los pilares que sostienen este edificio: si hubiera ahora otro sismo de la misma magnitud podría venirse abajo’’, comenta mientras se sienta en el sofá.
Desde la ventana hacia la planta baja se ven algunas vigas de madera que ayudan a apuntalar el edificio. “Toda la información que se ha recopilado se está mandó a un análisis matemático y en breve nos van a decir donde es frágil y donde hay que reforzar’’.
Por ahora la familia Martínez vive con el suegro de Isaac y no tienen problemas (como otros desalojados de Siracusa 121) por el hacinamiento. De todos modos él está optimista de que pronto podrán regresar a casa, según murmura de regreso a la calle, escaleras abajo.Este damnificado parece ver la vida como un vaso medio lleno, no vacío en el infortunio.
No es para menos, concluye mientras sube a su camioneta y conduce por la calle de Paseo de las Galias, donde cayeron dos edificios de más de dos décadas de antigüedad que fueron diseñados por la empresa Mauritania, la misma que construyó el suyo.
— Pudimos caer, pero aquí estamos de pie- concluye frente a otra cinta que impide el paso a la zona de derrumbes de la calle de Galias.