Marina Abramovic: “En el momento que esto termine, habrá una explosión de contacto humano”
"Nuestro celular se volvió algo que no conseguimos separar de nuestro cuerpo, como si fuera una extensión de él"
“¿Has escuchado el discurso de Biden?”, pregunta Marina Abramovic (Belgrado, 1946), ícono del arte contemporáneo y pionera del performance, al mediodía de Nueva York el día de la toma de posesión del nuevo presidente de Estados Unidos.
“La luz del sol está volviendo a este país, después de haber estado sumido en la oscuridad por cuatro años”.
La artista que en los años 70 se plantó impasible frente a una audiencia que le cortó la ropa con tijeras, le clavó espinas en el estómago y le apuntó con una pistola cargada (Rhythm 0), recorrió en 1988 media Gran Muralla china para despedirse de su ya expareja, el también performer Ulay, o se sentó inmóvil y callada durante ocho hora ininterrumpidas en el atrio del MoMA (The Artist is Present) en 2021 está contenta.
Puede, pues, que ya no necesite las zapatillas de casa que solía ponerse nada más levantarse de la cama “para empezar el día con una sonrisa”. Fuck, se leía en la del pie izquierdo, negativity en la del derecho.
— ¿Le funciona usarlas últimamente?
Se ríe. “Ahora estoy usando otras, porque está haciendo frío”. Acerca una de ellas a la cámara de la computadora. Son negras, de pelo sintético, con un beso bordado en rojo.
Así comienza la entrevista por zoom con BBC Mundo, que tiene lugar con la excusa de su participación en el festival Santiago a Mil*, y durante la cual habla de cómo el fin de la pandemia traerá una explosión de contacto humano, de que “limpiar la casa” no tiene nada que ver con barrer, y del sueño que aún tiene por cumplir: volver a Argentina para mejorar su tango.
La interacción con la audiencia ha estado desde sus inicios en el corazón de su arte. ¿Por qué está tan interesada en el contacto humano?
El medio que elegí como artista es el performance y trata precisamente de la interacción con la audiencia. Si no lo llevas a cabo frente al público, no tiene sentido.
Es un diálogo, un intercambio muy especial de energía y una experiencia emocional e inmaterial. No hay objetos de por medio, el contacto directo lo es todo.
Por ello con la pandemia de coronavirus se vuelve todo tan difícil y limitado.
Efectivamente, ahora casi no interactuamos físicamente. ¿Pero qué pasará si esto no se queda en algo temporal y trae un cambio permanente, a largo plazo, y la gente deja de tocarse, de acercarse?
Por ahora soy paciente y estoy esperando que la situación cambie.
No quiero hacer arte por zoom, porque no puedo llevar a cabo performances reales, pero he encontrado distintas formas de esperar: en el último año he realizado tres trabajos.
Hice una ópera, 7 Deaths of Maria Callas (“Las siete muertes de Maria Callas”), y conseguí representarla cinco veces frente a 500 personas en un teatro con capacidad para 2.300, con distancia social y todas las medidas pertinentes.
También usé la televisión como medio por primera vez en mi vida (Marina Abramovic Takes Over TV, para la cadena Sky Arts), y realicé una pieza de realidad aumentada titulada The Life.
En relación a la pandemia y el cambio en la forma de relacionarnos, usted ha dicho que debemos dejar de culpar por un rato al coronavirus, que el distanciamiento y la desconexión empezó mucho antes de la aparición de la covid-19.
Sí, empezó con la tecnología. Pero no creo que la tecnología sea mala. El problema es cómo la utilizamos, porque tenemos una naturaleza adictiva.
Nuestro celular se volvió algo que no conseguimos separar de nuestro cuerpo, como si fuera una extensión de él.
Tenemos que encontrar la manera de desintoxicarnos de la tecnología lo antes posible, para usarla con los fines adecuados, para aquello para lo que la necesitamos.
Está convencida de que el arte no debería aislarse de la vida. Ahora, sin embargo, es la vida la que parece un gran performance global, tan irreal se siente la situación.
Debemos aprender de todas aquellas situaciones en las que nos encontremos, buscar la manera de lidiar con ellas y de aprovecharlas para nuestro propio crecimiento.
Hay una frase (de la filosofía) sufí maravillosa que dice: “Lo peor es lo mejor”.
Es tan fácil hacer cosas, repetir cosas que son sencillas. Mucho más difícil es enfrentarte a problemas reales, a miedos verdaderos, a esos momentos de la vida en los que hay obstáculos. Pero son esas las situaciones que realmente te trasforman.
El calentamiento global, el hambre, el desempleo, los virus, la inestabilidad política, son las situaciones de las que más aprenderemos.
Deberíamos enfrentarnos a ellas preguntándonos: “¿Para qué estamos en este planeta?, ¿cuál es nuestro propósito en la vida?, ¿cuál es nuestro deber?”.
Es el momento de hacernos esas preguntas y de tratar de encontrar la manera de vivir nuestra vida y de hallar algo de tranquilidad y paz.
El arte debe reflejar eso. No me gusta el arte que refleja los problemas, quiero ver soluciones. Quiero ver cómo podemos aportar algo nuevo, distinto, que traiga energía positiva y emocione.
El arte debe emocionar y tener un propósito.
Al principio el propósito era religioso, luego servir a los reyes, en Rusia estaba al servicio del sistema político. Hoy el arte debe estar al servicio del ser humano.
¿Es esta la filosofía que promueve en los talleres que lleva a cabo con el llamado Método Abramovic?
El Método Abramovic es el resultado de una gran investigación llevada a cabo a partir de mi propio crecimiento personal, tras acudir a tantos retiros y a culturas ancestrales.
En la cultura occidental usamos tanto la mente que apenas tenemos relación con nuestro lado espiritual, con nuestro lado físico. Así que empecé a pensar cómo podía hacer para combinar todo esto.
Fui a vivir con los aborígenes del desierto central de Australia, recorrí la mitad de la Gran Muralla china, viví con chamanes en Brasil, fui tantas veces a la India, pero no como turista.
Y de estos procesos de aprendizaje regresé con unos ejercicios muy sencillos que primero probé yo misma, y al ver que podían ser útiles para la gente, creé el Método.
¿En qué consiste exactamente?
Empieza con algo muy sencillo: “limpiando la casa”.
La verdadera y única casa que tenemos es nuestro propio cuerpo, así que comenzamos limpiándolo y luego seguimos en otras direcciones.
Se trata de pasar entre tres y cinco días sin comer, sin hablar, sin leer, así que al principio (los participantes) te odian. Pero después, cuando ven los beneficios, recibo mensajes en los que me preguntan cuándo va a ser la siguiente.
Y es que la gente no quiere hacer cosas incómodas. Sabemos que la comida chatarra no es buena para nosotros, pero aun así la comemos.
De la misma manera, estos ejercicios no son fáciles pero son buenos para ti.
¿Y le parece este un buen momento para ponerse a ello?
Sí. Es algo que todos deberíamos hacer por nuestra cuenta dos veces al año, al comienzo del invierno y de la primavera: vaciar el cuerpo, para poder llenarlo otra vez.
Son cosas sencillas.
Es increíble cuánta energía acumulamos cuando dejamos de hablar. Lo verbalizamos todo y la energía se pierde, así como la concentración.
Hablando de energía, ¿cree que saldremos de esto revitalizados o lo contrario?
Creo que en el momento que esto termine, la gente empezará a aprender a bailar charlestón de nuevo, que habrá fiestas por todas partes, reuniones enormes, cenas, los unos irán a las casas de otros.
Habrá una explosión de contacto humano.
Veo que es usted una optimista.
Sí. Siempre pienso que si ocurre algo malo es por alguna razón y que voy a aprender de ello. Cada vez que te enfrentas a un obstáculo te haces más fuerte.
Cuando miro atrás, (me doy cuenta de que) mi vida ha sido muy difícil. Cada paso ha sido un esfuerzo enorme.
A principios de los 70 me crucificaron por el tipo de arte que estaba haciendo. Si hubiera leído las críticas y me las hubiera tomado en serio, jamás habría salido de casa.
Tuve que tirar de la determinación y la fuerza de voluntad, decirme “no importa lo que digan, que todos crean que estoy equivocada. Estoy en lo correcto y tengo que hacerlo”.
(Es por eso que) no me gustaría volver al pasado. Si me preguntas: “¿No te gustaría ser 20, 30 años más joven?”. No, por Dios, no. Demasiado sufrimiento.
Lo bueno de hacerse vieja es que puedes disfrutar de verdad, porque no estás tan apegada a las emociones. Tienes más risa en tu vida.
Ahora me encantan los chistes, los chistes “sucios”. Pero cuando era joven todo era tan dramático, demasiado serio. ¡Lloré tanto en aquella época!
Ya lo superé. A mi edad la depresión es un lujo que no me puedo permitir.
En uno de aquellos performances de los 70 (Rhythm 0, 1974), puso a disposición de los visitantes 72 objetos, para que le hicieran con ellos lo que quisieran. Había una rosa, una boa de plumas, pero también un látigo, unas tijeras, un cuchillo… Y ellos le cortaron la ropa, le llegaron a apuntar con una pistola. ¿Era realmente consciente de lo que podía llegar a ocurrirle?
Estaba dispuesta a morir por la idea. La pistola tenía una bala, qué más quieres (se ríe). Era una cuestión seria.
En aquel tiempo el performance se consideraba una tontería y me tacharon de masoquista, dijeron que lo que hacía era una mierda, que deberían meterme en un psiquiátrico.
Pero yo me puse allí, con unos jeans y una camiseta normales y los 72 objetos frente al público, y le dije: “Yo asumo la responsabilidad. Pero tú también tienes que asumirla”.
El performance artístico es un arte transformador; transforma de una manera que otras formas de arte no hacen, porque es un arte vivo. Hay que estar ahí para experimentarlo y cuando se acaba, se acaba para siempre.
Treinta años después, cuando hice The Artist Is Present, opté por un concepto distinto. “Voy a estar sentada sin hacer nada, pero tú tampoco puedes hacer nada. Solo puedes sentarte, observar y mirarme a los ojos”.
Aprendió la lección…
A mis 30 años les había dado varias posibilidades, entre ellas una pistola cargada. Les di la oportunidad de ser agresivos.
Ahora solo les ofrecía una silla, solo les permitía la mirada.
Es interesante el hecho de que las dos piezas son complementarias, pero me tomó mucho tiempo llegar a esa conclusión: que fuera solo un diálogo de energía, sin objetos mediante.
Es lo que hizo luego en la galería Serpentine de Londres con 512 Hours, en 2014. Allí, por no haber, no había ni silla.
No había absolutamente nada. A algunos visitantes los agarré de la mano y los puse mirando a una pared blanca.
Pero fue poderoso.
Ahora está planeado que vuelva a Londres, con una retrospectiva en la Royal Academy of Arts (RA) a inaugurarse en septiembre. Es la primera vez que este centro organiza algo así sobre una artista mujer.
Sí, la primera vez en sus 250 años de historia. Sus espacios menores sí (han albergado exposiciones dedicada a mujeres artistas), de Tracey Emin por ejemplo. Pero el espacio principal ha sido solo para los tipos grandes.
Cuando empecé a estudiar en la academia de arte de Belgrado, éramos solo tres mujeres. Durante la primera lección, el viejo profesor se nos acercó, nos miró y nos dijo: “Si no tienes bolas, no puedes ser artista”.
Fui a casa llorando. No tengo bolas, soy mujer.
Ahora creo que las mujeres sí pueden tener bolas, no físicas pero metafóricas.
Durante siglos, ¿cuántas artistas magníficas habrá habido de las que no sabemos nada?
Yo soy como un bulldozer, como un tanque. Quiero ensanchar el camino a las que vengan por detrás.
¿Pero esta entrevista es para Chile?
Para toda América Latina y para cualquiera que nos lea en español desde donde sea.
¡Ah! Pues he trabajado de forma extensa en Brasil, filmando también. Y también he estado en Argentina.
Mi sueño es ir a Argentina por más tiempo y mejorar mi tango.
Aprendí a bailarlo durante un gran festival de performance que se celebraba hace años en Buenos Aires.
Me invitaron, pero yo andaba mal de tiempo, así que les dije: “Iré con una condición, que cuando llegue al aeropuerto, antes de dejarme en el hotel, me lleven con el mejor profesor de tango para que me imparta una lección. Y tiene que ser viejo, calvo y que apenas me llegue a las tetas”.
Me llevaron hasta el hombre. Tenía 86 años y era el que estaba enseñándole a Liza Minnelli a bailar tango en Las Vegas.
Me encanta Sudamérica en general, pero nunca he estado en Perú o Bolivia, dos lugares a los que quiero ir. A Chile también. Y Colombia.
Suena el timbre. Pide disculpas y se levanta un segundo. Espera al diseñador de su último libro. Y también unas pizzas. “Vamos a celebrar a Biden”.
*Anunciada inicialmente hasta este domingo 24, la XXVIII edición del festival Teatro a Mil se prolongará hasta el próximo viernes 5 de febrero.
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