Cónclave papal: Por qué el papa elegido debe cambiar de nombre y cuál es el que nadie ha elegido

El nombre papal no es un detalle menor: marca el rumbo espiritual del nuevo papa. Conoce qué nombres inspiran o incomodan a los pontífices

Conclave papal

El tema de que el nuevo papa opte por cambiarse el nombre tiene una explicación bíblica. Crédito: Gregorio Borgia | AP

Cada vez que el mundo escucha la emblemática frase “Habemus Papam”, el anuncio no solo revela la elección de un nuevo líder espiritual, sino también el inicio de una nueva etapa para la Iglesia Católica. Ese momento, esperado por millones de fieles, viene acompañado de un detalle cargado de simbolismo: el nombre papal. Lejos de ser una simple formalidad, se trata de una de las decisiones más significativas del pontífice recién elegido.

La elección de un nombre nuevo significa una identidad renovada, una guía pastoral y, a menudo, una declaración de principios. Pero esta práctica, hoy inseparable del papado, no siempre fue así.

Un origen con raíces bíblicas y estratégicas

La tradición de cambiar de nombre al asumir el pontificado tiene su inspiración en las Escrituras. Según el Evangelio, Jesús cambió el nombre de Simón por el de Pedro para simbolizar su papel fundamental en la edificación de la Iglesia: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16:18).

Este acto fundacional sirvió de referencia siglos más tarde. El primer papa que adoptó un nuevo nombre al ser elegido fue Juan II, quien gobernó entre los años 533 y 535. Su nombre de nacimiento era Mercurius, en honor al dios romano Mercurio, una elección que planteaba un problema para quien sería el máximo representante del cristianismo.

Para evitar esa asociación pagana, Mercurius adoptó el nombre de su predecesor, Juan I. Así nació una costumbre que, con el tiempo, se convertiría en una norma no escrita dentro del Vaticano.

Una práctica que se consolidó con el tiempo

Según ACI Prensa, durante los siglos posteriores, algunos papas adoptaron nuevos nombres, pero la práctica no fue universal hasta varios siglos después. Entre los siglos IX y X, el cambio de nombre comenzó a interpretarse como una transformación del alma y del rol espiritual del papa, una señal de su misión renovada.

A partir del siglo XI, con el dominio eclesiástico más centrado en Roma, muchos pontífices provenientes de fuera de Italia eligieron nombres que los conectaban con la tradición romana. Este gesto ayudaba a consolidar su autoridad en el seno de una Iglesia con fuerte identidad latina.

Desde entonces, con escasas excepciones como Marcelo II y Adriano VI en el siglo XVI, todos los papas han elegido un nuevo nombre al asumir su pontificado.

El poder de un nombre: señales y prioridades

La elección del nombre papal no es aleatoria. Representa una síntesis de valores, prioridades pastorales y referentes históricos o teológicos. En el caso del papa Francisco, elegido en 2013, el nombre fue una referencia directa a San Francisco de Asís, figura emblemática de humildad, pobreza y amor por la creación.

Ese nombre no solo sorprendió por ser inédito, sino que marcó un punto de inflexión: un papado centrado en la sencillez, el medioambiente y la cercanía con los sectores más vulnerables.

Su predecesor, Benedicto XVI, eligió un nombre que evocaba tanto a San Benito de Nursia, fundador del monacato occidental, como a Benedicto XV, papa durante la Primera Guerra Mundial. Con esa decisión, buscó proyectar una imagen de reconciliación y fortaleza doctrinal.

Juan ha sido el nombre que más papas han elegido a lo largo de la historia. (Foto: Luca Bruno/AP)

¿Qué nombre podría elegir el próximo papa?

Con el cónclave convocado para este miércoles y la inminente elección del sucesor de Francisco, vuelve a surgir la pregunta: ¿qué nombre escogerá el nuevo pontífice? Y más aún: ¿qué mensaje querrá enviar al mundo con esa elección?

Algunos analistas vaticanos no descartan nombres como León, en homenaje a León XIII, autor de la influyente encíclica Rerum Novarum sobre justicia social. Otro nombre con posible carga simbólica es Inocencio, asociado a papas que promovieron la transparencia y la lucha contra la corrupción.

En un contexto donde la Iglesia Católica enfrenta demandas por reformas internas, más participación de las mujeres y un mayor compromiso social, el nombre adoptado podría ser una clara señal del enfoque que tomará el próximo pontificado.

Otra opción menos frecuente, pero de gran fuerza simbólica, sería retomar nombres asociados a papas de origen africano de los primeros siglos del cristianismo, como Gelasio, Milciades o Víctor. Estos nombres, además de raros en la historia reciente del papado, representarían una apertura hacia la diversidad cultural y geográfica de la Iglesia actual.

Dado que el crecimiento del catolicismo es más fuerte en África que en Europa, esta decisión sería una forma poderosa de reconocimiento a ese dinamismo espiritual.

El nombre que ningún papa se atreve a tomar

Hay un nombre que, por respeto o temor, ningún papa ha elegido jamás: Pedro II. A pesar de no haber ninguna norma oficial que lo prohíba, la tradición lo ha evitado sistemáticamente.

El motivo es teológico y simbólico. San Pedro, considerado el primer papa, fue nombrado directamente por Jesús. Adoptar su nombre sería, según muchos teólogos, un acto de presunción espiritual, como si alguien se pusiera a la par del apóstol al que Cristo confió su Iglesia.

Incluso Juan XIV, nacido con el nombre Pietro Canepanova, decidió cambiarlo tras su elección en el año 983 para evitar ese conflicto.

La historia también ha marcado a ciertos nombres con connotaciones polémicas. Urbano, por ejemplo, ha sido poco usado desde Urbano VIII, asociado al juicio contra Galileo Galilei. En un mundo donde la relación entre fe y ciencia sigue siendo delicada, retomar ese nombre podría generar controversias.

Otro caso es el de Pío, en especial Pío XII, cuyo rol durante la II Guerra Mundial ha sido fuertemente criticado por su silencio ante el Holocausto. Un papa contemporáneo, con sensibilidad hacia la historia y los sectores críticos, difícilmente optaría por ese nombre.

A lo largo de los siglos, nombres como Juan (21 veces), Gregorio (16) y Benedicto (15) han marcado una línea de continuidad. Otros, como Francisco, abren nuevas sendas.

El nombre que escuchemos tras el próximo “Habemus Papam” no será un mero formalismo, sino un mensaje claro: un símbolo de lo que vendrá para la Iglesia Católica en los años futuros.

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