El precio de un sargento

El intercambio de prisioneros entre Israel y Hamas es un error garrafal. El objetivo del nefasto primer ministro Netanyahu es desacreditar la propuesta de un estado palestino independiente que llevó Mahmoud Abbas a las Naciones Unidas hace menos de un mes. Al aceptar una propuesta de intercambio que no es nueva y que de pronto adquiere relevancia, el objetivo es anunciar que Hamas, que se resiste a reconocer a Israel como un estado soberano y que es catalogado por los Estados Unidos como una entidad criminal, también representa al pueblo palestino.

La ironía del asunto es enorme, sobre todo porque Netanyahu se ha pasado la vida declarando que Abbas y no Hamas es con quien Israel debe entablar conversaciones. Pero el cambio repentino no es sorpresivo.

El sargento Gilad Shalit lleva cinco años en cautiverio. Su regreso, como el de cualquier otro prisionero de guerra, es una obligación del gobierno de su país. El precio es exorbitante, aunque no a nivel numérico. Su libertad, es decir, la libertad de un solo ciudadano israelí, vale 1,027 prisioneros palestinos. Todos ellos han estado encerrados por años. Algunos fueron condenados a cadena perpetua. Si Hamas está de acuerdo con esa ecuación desigual, ¿por qué no proceder?

La respuesta es sencilla. Muchos de esos prisioneros participaron en atentados violentos contra Israel. Su odio no ha aminorado. Al contrario, ellos han expresado una y otra vez que su intención es regresar al mismo tipo de resistencia de antaño. Gaza los espera como héroes porque estar en una cárcel israelí es una de las formas de la santidad. No es improbable que algunos, quizás muchos de ellos, sean nombrados altos funcionarios en el gobierno.

Desafortunadamente, tanto para Netanyahu como para Hamas esa violencia es preferible a la alternativa civil que propone Abbas. La familia del sargento merece tenerlo de vuelta. Sin embargo, usar al Shalit como un conejillo de Indias, apoyar el quid pro quo, exacerbará el frágil equilibro. Se avecinan tiempos trágicos. La vergüenza, a mi gusto, la lleva a cuestas nuestro apocado presidente. Que Obama no mueva un dedo, que permita que el fascista Netanyahu y el grupo terrorista Hamas logren su cometido sin apoyar a Abbas va en contra de su propio mensaje, tal como lo anunció durante su primera campaña electoral. Los palestinos, repitió una y otra vez, merecen su propio estado independiente. Esa sería su prioridad.

En varias ocasiones anteriores, el intercambio de prisioneros entre Israel y Hamas parecía inminente y al final quedó suspendido. Ojalá este fuera el caso otra vez. Las fotografías del sargento Shalit de regreso en Israel causarán alegría en ciertos flancos israelíes. Los centenares de prisioneros palestinos a Gaza serán recibidos con disparos eufóricos y cantos de “¡Muerte a los sionistas!”

No serán días felices sino tristes. Serán días en los que la paz otra vez se habrá esfumado vanamente.

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