Fuentes, amor a la vida

La noticia del fallecimiento de Carlos Fuentes me llega justo cuando acabo de ver un video donde el maestro advierte sobre la gran la tragedia que sería para México que Peña Nieto llegara al poder, por varias razones, pero principalmente por su ignorancia.

Planeaba dedicar mi columna semanal a reflexionar sobre las propuestas de los distintos candidatos a la presidencia para enfrentar los grandes retos de México. Y en ese afán recurrí, como lo he hecho incontables veces, a buscar inspiración y guía en las sabias palabras de Fuentes.

Dicen que en esta vida nadie es imprescindible y es probable que así sea. Pero en este momento en el que trato de sobreponerme a la tristeza que me ha causado la pérdida del maestro no puedo evitar el sentir una especie de orfandad intelectual. Tuve el privilegio de entrevistarlo varias veces y comprobar que no sólo era un escritor extraordinario sino todo un caballero.

Recuerdo, en especial, cuando vino a Los Ángeles en marzo de 1999 a presentar su libro “Los años con Laura Díaz”. Nos citaron para una conferencia en el Hotel Biltmore. Ahí, el escritor habló de su obra y de lo difícil que en ese entonces se presentaba la contienda presidencial.

Al término de la conferencia, le pedí unos minutos para entrevistarlo en exclusiva. Inmediatamente aceptó. Le pregunté acerca de las drogas, y me dijo que era partidario de la legalización. “Borrachos y drogadictos siempre habrá, pero al menos se acabará con los que lucran a costa de ellos”, me comentó.

De manera directa, criticó al gobierno de Washington por su postura frente a este problema. “La posición de Estados Unidos es de absoluta hipocresía. Señalan la falta de esfuerzos de otros países, pero ellos no hacen nada. Aquí están no sólo la demanda sino los principales capos y los dólares que se obtienen como producto de esta actividad”, subrayó.

Me habló también de los indocumentados y de la urgente necesidad de que Estados Unidos concediera una nueva amnistía, como la de 1986. Después de casi 20 minutos de conversación, me animé a pedirle que me autografiara el libro de “Los años con Laura Díaz”. La dedicatoria es uno de mis más preciados tesoros: “A María Luisa, interrogadora sagaz”.

A pesar de todo lo que había hablado, se veía jovial y sonriente. Le pregunté entonces si podíamos tomarnos unas fotos. Ciro César, fotógrafo de La Opinión, sugirió que saliéramos del salón para aprovechar la luz natural. Para mi sorpresa, él aceptó de la mejor manera. Ya afuera, bromeamos sobre el hecho de que yo lo había tomado del brazo para la foto y después lo había soltado. Me preguntó por qué y, al ver que me había sentido un poco fuera de lugar, me preguntó si él podía tomarme del brazo en medio de risas.

Al final, le pregunté: “¿Cuál es su secreto para mantenerse tan jovial?”.

“El amor”, me contestó sin pensarlo. “Eso es lo que nos hace vivir”.

Hoy que se ha ido sólo puedo pensar que su vida y su obra fueron, sin duda, un ejemplo de amor.

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