Salsa viva en La Marqueta de El Barrio
Desde junio hasta septiembre, bajo las vías del tren Metro North, en la avenida Park, se reúnen boricuas de todas partes de Nueva York.
Manhattan – El boricua Albert Medina, a sus 86 años, no se pierde un sábado en La Marqueta, el icónico mercado de El Barrio que experimenta un nuevo renacer. Con su bastón y sombrero, se sienta cerca de la pista para ver a cientos de parejas bailando salsa de la buena en su Festival Multicultural de East Harlem: la cita sabatina con la cultura puertorriqueña que fundó hace siete años.
Desde junio hasta septiembre, bajo las vías del tren Metro North, en la avenida Park, se reúnen boricuas de todas partes de Nueva York, salseros y curiosos de otras partes del país y el mundo, en una fiesta cultural que nació en respuesta a los excesos de la modernización de este vecindario hispano.
Su sobrina Celia es el motor de estos sábados de salsa gratuitos, en el que DJs y orquestas tocan entre mediodía y seis de la tarde, algo que –según cuenta Celia- nuevos vecinos de El Barrio y el propio alcalde Michael Bloomberg han tratado de frenar.
El festival se creó para ser un lugar de intercambio para la gente que le gusta la música y la comida puertorriqueña. Como un proyecto de responsabilidad social de su constructora East River North Renewal, los Medina lograron que la Ciudad les alquilara La Placita, corazón del mercado que a mediados del siglo pasado fue pieza esencial del desarrollo económico del Harlem hispano.
“Muchos en El Barrio no están contentos con el desplazamiento de los hispanos en la zona; por eso es importante mantener sitios para preservar nuestra cultura”, destaca la empresaria, quien paga tres millones de dólares de seguro, limpieza y seguridad para usar el local.
En un ambiente sano, una tradición se consolida. Desde hace cuatro años, Margarita Arroyo y su esposo Manuel Baquero, boricuas de El Bronx, siempre son de los primeros en llegar. “Paso la semana pidiendo que llegue el sábado”, dice la nativa de Santurce.
Con impecable traje crema, Raymond Huguet, puertorriqueño de East Harlem, muestra sus dotes en el baile. “La única manera que me pierda esto será cuando me muera”, dice mientras repone energías.
Como él, decenas de ancianos del área, algunos en sillas de ruedas, acuden desde temprano para guardar su lugar. Sin embargo, la audiencia es de todas las edades y nacionalidades.
Priscilla Rodríguez, de El Bronx, viste de negro y sombrero para la ocasión. “Tengo muchas amistades y la música es buenísima”, comenta la septuagenaria.
No muy lejos Mircia Sánchez y su amiga Milly Méndez, ambas de Brooklyn, disfrutan de un día entre viejos amigos. “Hace cinco años que vengo, porque creo que es algo bonito para mantener la salsa de Puerto Rico viva, ahora que la radio y la televisión ya no lo hacen”, acota Mircia.
El festival es una plataforma para músicos y orquestas locales. Pedro Cosme, fundador de la Orquesta Lírica, es uno de los talentos que no cobran o reducen sus honorarios para tocar allí. “Es algo positivo para que mis músicos ensayen y pierdan el miedo”, afirma.
Ese sábado, John Mendoza y su banda Clase Aparte hacían que todos movieran el esqueleto, al ritmo de Rebelión de Joe Arroyo. Este nativo de Manatí sabe que los Medina no le pueden pagar lo que cobra. “Yo vine de visita un día y enseguida hablé con Celia para que nos incluyera en el calendario”, recuerda.