Temor a los Zetas hace que ruta hacia EEUU sea más larga

Centroamericanos optan por el camino más largo

Un grupo de inmigrantes espera el paso del tren de carga en  Guadalajara, Jalisco, vía más larga pero más segura.

Un grupo de inmigrantes espera el paso del tren de carga en Guadalajara, Jalisco, vía más larga pero más segura. Crédito: Gardenia Mendoza / La Opinión

GUADALAJARA, México.- Jesús Elías Cabrera lleva casi un mes sobre el tren de carga de la región Pacífico y le falta otro tanto: es la ruta más larga de las tres opciones ferroviarias que tiene como indocumentado clandestino en México, pero con menos probabilidades de ser atacado por la organización criminal Los Zetas.

“Sólo los locos se van por el otro lado”, afirma este salvadoreño que hoy ronda cansado, ojeroso y hambriento por el comedor “Dignidad y Justicia en el Camino”, el único espacio en esta capital del estado de Jalisco que brinda alimentación gratuita a alrededor de 60 inmigrantes al día y esperan un abrupto incremento.

Los secuestros, robos, asesinatos y reclutamiento forzado de centroamericanos “sin papeles” en los estados de Tamaulipas, Veracruz, Coahuila, Durango y Zacatecas empujaron recientemente el flujo de transmigrantes a la región del noroeste de México, dominada principalmente por el cártel de Sinaloa, que se ha mantenido hasta ahora al margen de los ataques a inmigrantes.

Hace menos de dos años alrededor de 400,000 centroamericanos sin papeles preferían las rutas del Golfo y el Centro por ser las más cortas desde la frontera con Guatemala hasta Estados Unidos.

Según el mapa ferroviario nacional de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, por el Golfo: desde Tenosique, Tabasco (sureste), hasta Reynosa, Tamaulipas (nororiente) son 4,283 kilómetros; por el centro: partiendo de Arriaga, Chiapas, a Ciudad Juárez, Chihuahua, el recorrido es de 8,427 kilómetros.

En cambio por el Pacífico las distancias se multiplican para sumar 14,733 kilómetros partiendo de Arriaga, al Distrito Federal, Jalisco, Nayarit y Sinaloa hasta alcanzar Sonora y Baja California.

En este último trayecto, Guadalajara con seis millones de habitantes, es una parada obligatoria y la ciudadanía todavía ve con asombro la aparición de cientos de muchachos desaliñados con sucias mochilas al hombro.”Poco a poco empezaron a aparecer para pedir dinero y agua; tortillas y pan”, narra Enrique González, un joven abogado fundador del merendero para inmigrates “Dignidad y Justicia para el Camino” de la organización FM4 Paso Libre.

“Era imposible no verlos porque las vías del tren cruzan la ciudad y todos estaban ahí y por eso un grupo de amigos y yo quisimos hacer algo por humanidad”

Desde 2010 el comedor opera tres horas al día sobre la Avenida Inglaterra 208, colonia Moderna, con dinero de los voluntarios: pagan 700 dólares mensuales de renta de la casa más las aportaciones de vecinos solidarios que sirven para comprar arroz, frijoles, verduras y dulces.

González se queja de la “ceguera” oficial y de la arquidiócesis local. “Es increíble que justo aquí, en el arzobispado que más sacerdotes produce en el país, no quiera mirar el problema”.

El gobierno local, por su parte, sólo ofrece el Hospital Civil a los accidentados que se amputan brazos o piernas al caer del tren, pero nada más: no envía patrullajes u otro tipo de operativos de seguridad.

El estado de Jalisco no tiene una política pública para los transmigrantes y el temor principal de los activistas es que el crimen organizado vuelva los ojos a la nueva ruta de los centroamericanos para alcanzar territorio estadounidense.

La necesidad de atención es tan clara que algunos apostolados católicos replantearon sus prioridades ante el reto de garantizar los derechos humanos de los transmigrantes en la región.

La congregación del Corazón de Jesús envió a Guadalajara a la religiosa Guadalupe Castillo, experta en Migración internacional, para apoyar a la organización FM4 Paso Iibre.

“Yo estaba en España trabajando con peruanos, ecuatorianos y dominicanos, pero me dijeron que era apremiante que regresara a México porque la migración centroamericana está cambiando de ruta y enfrentará otros problemas”.

La mayoría de los centroamericanos que se aventuran por el Pacífico tomaron la decisión a última hora, por recomendaciones de otros compañeros, pero siempre con dudas.

Yolanda Mejía, una hondureña de 26 años, cuenta que ella y su novio tiraron una moneda al aire para definir qué camino seguir: no estaban seguros de que los otros migrantes dijeran la verdad sobre los riesgos de la ruta del Golfo, ¿y si era una trampa?”Uno no sabe qué hacer”, confiesa.

El salvadoreño Elías Cabrera tomó la ruta del tren del Pacífico porque en Lechería, Estado de México, encontró a un guatemalteco que regresaba a su país después de que Los Zetas secuestraron a otro compañero en Nuevo Laredo, Tamulipas. “Me dijeron todo lo que me podía pasar en México, pero no exactamente donde”, le dijo.

Con esa información, Elías se decidió por el camino largo. Regresa a Los Ángeles porque quiere encontrar a su hija Ivonne Cabrera Morales, a quien abandonó después de un derrame cerebral hace 15 años, cuando la niña tenía siete.

Siente su meta casi en la mano, aunque este aún lejos físicamente: “Voy a recuperar su amor cuando la encuentre en Estados Unidos”.

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