Hugo Chávez. Entre lágrimas y euforia (Fotos y videos)
El presidente venezolano Hugo Chávez guardaba un perfil emotivo único, que le granjeó pasiones populares y enconos con o sin razón. Se le recuerda más sonriendo, pero no se puede obviar ese lado del que tanto abrevaron sus detractores.
Hugo Chávez Frías, quien falleció el martes a los 58 años a consecuencia de un cáncer que acabó con su vida 20 meses después de serle diagnosticado, es desde ya, una figura para la posteridad, por diversas razones.
No pocas veces se le vio al comandante Chávez, cantando, haciendo chistes y conviviendo amablemente lo mismo con su familia y allegados políticos, que con sus seguidores en cualquier rincón de Venezuela. Un lado público jocoso que jamás medró en su carácter férreo y determinado, pero sobre todo polémico y vehemente cuando se trataba de defender a la “Revolución Bolivariana” y sus efectos en la sociedad de un país que terminó o amándolo u odiándolo.
De tal forma que a veces se le veía afable y dispuesto a la convivencia y la plática, incluso en actos oficiales, pero en otras, demasiado duro y ensimismado.
Es un hecho que al comandante se le recuerda más sonriendo y haciendo bulla, que en el traje de carácter que su investidura obligaba, hecho al que debe gran parte de su popularidad, por decir lo menos, arrolladora.
Sus emociones nunca fueron secreto. Acaso, casi siempre mantuvo el hermetismo en torno a su vida familiar -cuando no era televisada-, apenas lo suficiente para lograr un equilibrio que resultó muy efectivo mediáticamente hablando.
Sus manías, sus filias y sus fobias eran del conocimiento popular; virtud y defecto, porque lo mismo, lo ubicaban “al alcance”, asequible, próximo, íntimo y casi “de la familia”, que como un confianzudo, arrebatado, necio y burdo hombre elemental que nunca estuvo a la altura de su encomienda por mandato popular, según sus enemigos políticos y detractores, quienes también sumaban una gran masa.
Hugo Chávez fue un hombre que era todo menos intrascendente. Polémico, apasionado, vehemente y magnético, comprometido con su causa, la misma del libertador Simón Bolívar, a cuyo espíritu siempre le “guardaba” un lugar a su lado y en sus aposentos, dentro y fuera de Venezuela, en reuniones oficiales o informales.
Un hombre dicharachero que lo mismo cantaba rancheras mexicanas y era galante con las damas, que se llenaba la boca maldiciendo al “imperialismo yanqui” y a sus enemigos políticos, siempre con una constitución miniatura en su bolsillo.
Su pueblo, esa mayoría que forjó y mantuvo a su lado, hoy lo despide entre lágrimas y euforia, casi como él vivió. El otro, el que esperaba su caída y también abundante, no puede mantenerse totalmente indiferente, a pesar de todo.