Préstamos estudiantiles

Educación

Febrero fue el mes de la locura, quiero decir, el mes de FAFSA. Pero, bueno, es la misma cosa. Y marzo no es mucho mejor.

Si la sola mención de FAFSA —el formulario de Solicitud Gratis de Asistencia Federal para Estudiantes, que la mayoría de las universidades utiliza a fin de determinar la ayuda financiera que cada estudiante puede recibir mediante subvenciones y préstamos— no le produce escalofríos, entonces probablemente usted no contemple la posibilidad de no tener medios para pagar la universidad de su hijo en el otoño.

Pero aún en peor situación que los padres que ya están luchando para reunir todos los documentos financieros necesarios a fin de completar la larga solicitud están aquellos que abrigan la esperanza de obtener becas, subvenciones y préstamos para estudiantes pero que aún no se han enterado del proceso FAFSA.

Lo siento residentes de Illinois, el “plazo prioritario” —la fecha límite para poder recibir asistencia universitaria por parte del estado —fue el 1° de marzo. Y los fondos eran tan limitados que el estado pidió a las familias que presentaran la solicitud “lo antes posible después del 1° de enero de 2013″— un pedido difícil considerando que los formularios de los impuestos no llegaron hasta fines de ese mes.

Anímense, tejanos, sus estudiantes tienen hasta el 15 de marzo para cumplir el plazo prioritario y los de Mississippi tienen hasta el 31 de marzo. En cuanto a todos los demás estudiantes que están ya pensando en diferentes universidades y áreas de estudios, es hora de tener conversaciones francas sobre cómo pagar la universidad.

Y el factor primordial del que deben estar conscientes las familias que van a solicitar ayuda financiera es que supone mucho trabajo.

Primero, la única manera de superar las historias de pesadilla de estudiantes que se gradúan con decenas de miles de dólares en deudas o peor aún, que abandonan la universidad antes de obtener un título, pero debiendo préstamos —es abordar con franqueza el difícil tema de las expectativas de su hijo y las limitaciones de la ayuda paterna en el mundo real.

Probablemente, la estadística más asombrosa que he escuchado sobre la deuda estudiantil de un billón de dólares en todo el país es que los que se han visto más afectados son los estadounidenses de 60 y más años.

La primavera pasada, el Federal Reserve Bank de Nueva York informó que ese grupo demográfico debe unos 36.000 millones de dólares en préstamos estudiantiles y que alrededor del 10 por ciento de esos préstamos han entrado en incumplimiento de pagos.

Todo padre quiere ayudar a su hijo en la universidad pero, como han señalado mentes financieras más preparadas que la mía, no es aconsejable comprometer la vida de uno al co-firmar el préstamo universitario de otra persona, incluso cuando esa persona es su niño. Además, quizás no sea la mejor opción.

Las investigaciones de Laura Hamilton, profesora de Sociología de University of California, hallaron que aunque la percepción común es que cuanto más contribuye la familia al costo de la educación, más tiempo tienen los estudiantes para concentrarse en sus estudios, esa afirmación quizás no sea cierta. Hamilton informó que, aunque los estudiantes cuyos padres pagaron la mayor parte de la cuenta tenían más probabilidades de graduarse, su promedio era más bajo que el de sus pares, posiblemente porque participaron en el aspecto económico de su educación.

Y después está la cuestión de si un estudiante debe trabajar mientras asiste a la universidad. En los últimos años, ha existido una tensión entre los que están orgullosos de haber trabajado durante sus estudios y los que temen que el trabajar coloque a los estudiantes —especialmente aquellos pertenecientes a minorías o que son estudiantes universitarios en primera generación— bajo riesgo de no rendir bien en la universidad.

Es una preocupación válida, especialmente si se trata de estudiantes que no se han destacado académicamente. Aún así, la American Psychological Association reportó, recientemente, que los estudiantes secundarios afroamericanos e hispanos que trabajan mientras van a la escuela, tienen calificaciones más estables, comparados con los blancos o asiáticos que trabajan las mismas horas.

Esos estudios no eliminan la preocupación de los padres que se preguntan si la universidad y su costo determinarán el futuro de sus hijos. Pero es información que puede promover la preparación y reflexión tan necesarias para enfrentar las consecuencias reales de la financiación de los sueños universitarios de una familia.

Abordar estos asuntos emocionalmente espinosos es muy duro, pero es también el paso anterior necesario para iniciar la tarea, a veces alucinante, de solicitar asistencia financiera.

Mi esposo y yo ya tenemos nuestros propios créditos estudiantiles para pagar y ahora estamos contemplando cómo pagar la universidad de nuestros dos hijos. Créanme, es una pesadilla.

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