Cacho Falcón: un artista quita penas

El paraguayo Cacho Falcón escucha las historias de la gente y dibuja, con 'Sharpies', sus tormentos y alegrías.

El paraguayo Cacho Falcón escucha las historias de la gente y dibuja, con 'Sharpies', sus tormentos y alegrías. Crédito: Foto: Silvina Sterin Pensel

“Les propongo conversar en cualquier parte; su casa, un bar, un parque; lo importante es que la persona se sienta a gusto y cómoda”, explica Cacho Falcón, 35, mientras prueba sobre su mano izquierda que un Sharpie azul tenga suficiente tinta. Luego hará la misma jugada con el marcador verde y el naranja, el dorado y el plateado. Al cabo de un rato toda la superficie que va desde su muñeca a sus dedos quedará repleta de puntitos de colores. Sólo esas dos cosas –sus manos y una bolsa con unos cincuenta Sharpies- necesita este artista paraguayo para recrear con intrincados dibujos las historias personales que le cuenta la gente.

“Mi única condición es que sean honestos. Mi arte funciona si la persona es genuina y me cuenta cuáles son sus problemas, cuáles sus alegrías y cómo se relaciona con sus afectos. ‘Me desperté, recogí el diario en el deli y me monté en el subway rumbo al trabajo’ no me sirve y tampoco le sirve al que me está narrando la historia”, agrega Cacho.

En los años que lleva dedicándose a esta especie de terapia artística –él lo llama así, artherapy- este pintor y dibujante de Asunción, radicado en Nueva York desde el 2003, lo ha visto y escuchado todo: Parejas con relaciones tortuosas; neoyorquinos adictos al trabajo que sufren agudos cuadros de soledad; una madre en duelo tras la muerte de su hija de 14 años y con síndrome de Down. “Mientras los escucho no intervengo”, sostiene Cacho. “Les hago preguntas pero mayormente, los dejo que hablen y se desahoguen y al final sí les doy mi opinión. En el caso de la madre, por ejemplo, ella siempre tuvo terror de irse antes que su hija; su mayor miedo era dejar a la chica sin alguien que la cuidara y después de que yo pinté su vida se sintió aliviada, se reconcilió un poco más con el tremendo dolor de no tener a su pequeña”.

Por la ventana de su apartamento de Williamsburg puede verse el humo que despide la Brooklyn Brewery, la fábrica de cerveza y de las paredes cuelgan sus cuadros, la mayoría muy crudos y autorreferenciales. “Mis pinturas siempre fueron mi forma de combatir mis propios demonios”, comenta. Mi manera de lidiar con fantasmas de mi pasado que aún me persiguen”, dice apretando un poco los labios. Padres hiper conservadores y una situación de abuso, son algunos de los que menciona. En uno de los lienzos, ubicado cerca de la puerta, trazado con un Sharpie negro de punta bien finita, puede verse a un niñito. “Si te acercas puedes ver mi merendero del chapulín colorado”, dice señalando el cuadro. “Ese era el lunch box que me preparaba mi niñero, el que abusaba de mí”, afirma. Escuchar las historias de otros, sostiene, fue su forma de salirse de su propia cabeza. “Necesitaba vacaciones de mí mismo, de mi historia y lo logré escuchando a otros”.

En los comienzos, cuenta, sólo usaba Sharpie negro porque le permitía expresar mejor la oscuridad de sus pensamientos pero eso cambió escuchando a uno de sus personajes. “La historia de este tipo sí o sí necesitaba color. Era mayor y recién en su madurez se había permitido viajar y descubrir las cosas lindas de la vida. El negro no me alcanzaba.” Cacho graba a sus entrevistados y luego lleva sus relatos a los cuadros, generalmente de 24 x 24, usando también fotos de algunos personajes importantes para sus sujetos. “Muchos lloran, otros se ríen pero todos se sienten reconfortados con la experiencia”.

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