Oro “del norte” siembra esperanza en Llano de Lodo

Las 38 familias que perdieron hasta su pueblo, por un alud, recibieron a dos emisarios que además de ayuda económica llevaron cariño y solidaridad

La pequeña población mixteca de Rancho Popular peregrina en busca de un futuro.

La pequeña población mixteca de Rancho Popular peregrina en busca de un futuro. Crédito: Enviada especial / Gardenia Mendoza

LLANO DE LODO, México – Trombones, trompetas y tamboras tronaron, pero su sonido, aunque sorpresivo, no fue el mismo que el de la noche en que el cerro se vino abajo arrasando con casas, sueños e historias de 38 familias que por generaciones habitaron la pequeña población mixteca de Rancho Popular.

¡Pum! Estalló la banda que abrió paso a dos visitantes que viajaron este fin de semana desde Estados Unidos como representantes de gente solidaria en California –principalmente migrantes- que recabó donaciones en la cadena de tiendas Gonzalez Market.

A su llegada, comenzaron a salir desde debajo de los plásticos para invernaderos, decenas de niños descalzos con las mejillas partidas por el frío acompañados de mujeres vestidas con enaguas floreadas y camisones blancos bordados de colores y hombres de sombreros empolvados.

Este refugio improvisado que solidariamente prestó un empresario tomatero de la región ubicada a 250 kilómetros al noreste de la capital del estado es, por ahora, el único hogar, el punto de partida, de alrededor de 200 indígenas locales afectados por el paso de los huracanes Ingrid y Manuel que azotaron Oaxaca a mediados de septiembre pasado.

Hubo 40,000 damnificados en el estado más pobre del país, pero los desplazados de Llano de Lodo son un extracto del azote. Un infortunio de infortunios.

Se quedaron sin nada más que la ropa que tenían puesta, algunos cacharros de cocina y el instinto de supervivencia que los llevó a recibir con la banda de viento a los benefactores que trajeron la esperanza de comprar comida, algunos muebles, zapatos, aunque no alcanzará para hacerse de otra tierra que sustituya a la cuarteada por una falla geológica.

“Aquí crecimos, somos oaxaqueños, y sentimos profundamente lo que pasó”, dijo Mauro Hernández, presidente de la Organización Regional de Oaxaca (ORO), quien junto con Isaí Pazos, secretario, llegó comisionado para entregar a la comunidad el donativo solidario del “norte”, donde muchos ven un futuro contra la pobreza.

La ayuda tardó mes y medio en llegar. Aunque no a destiempo para recibirla a ras del camino y llevarla a una improvisado auditorio al aire libre donde colocaron algunas sillas plásticas que consiguieron en los pueblos vecinos para los portadores.

Hernández se disculpa por la demora. Explica que es la primera vez que las organizaciones de migrantes oaxaqueñas piden ayuda para apoyar a otras personas fuera de sus comunidades y por tanto no había un plan de acción. “Regularmente si algo pasa con nuestras familias en México sabemos qué hacer, pero ahora la desgracia llegó a otras partes y no nos queríamos quedar con los brazos cruzados”.

De ORO surgió la idea de la colecta a la que finalmente el empresario Miguel González –dueño de los supermercados González Market- se unió con $25,000 para sumar en total $86,000 dólares con las aportaciones de los clientes.

De esto, el 49% se envió a Guerrero; el 34%, a Oaxaca, y el 17% restante se dividió entre Veracruz y Sinaloa.

El presidente municipal del desaparecido Rancho Popular, Moisés López, rompió en llanto cuando recibió el cheque simbólico con los $40,000.

Recordó el alba en que dejaron atrás su vida. De un tirón, los campesinos fueron desplazados por la naturaleza tan cruel como hermosa en el paraje boscoso rodeados de ríos, árboles y agua los 365 días del año.

Ahora el problema principal es encontrar un terreno, vivienda, agua potable, electricidad… ¡Otro pueblo!

Podrían integrarse a una aldea ya establecida con los riesgos de despertar los celos étnicos. Una segunda opción sería crear un nuevo asentamiento, pero tardaría hasta cinco años por la burocracia que requiere estudios de factibilidad y la alternativa menos recomendable es volver atrás, donde todo se hundió.

Por ello se aferran a la banda de viento, un ancla en el presente que toca la “Chilena Alegre” frente a los visitantes que trajeron esperanza y a cambio recibieron todo el optimismo que puede dar un pueblo que perdió casi todo, excepto el optimismo y algunas cabras que se convirtieron en fresca barbacoa del banquete de gracias.

Moisés Pérez, de 48 años, dormía plácidamente en una de sus dos casas que construyó en la mixteca con los ahorros de su trabajo como jornalero en la pisca de mora de Watsonville, California, cuando escuchó los gritos desesperados de su primo Demetrio: “¡Corre!”

Eran las 9:00 de la noche. Demetrio salió de casa para cenar tamales con su mujer cuando escuchó el crujido de la tierra como recuerda como la mezcla de un poderoso trueno y el desgarre de una tela.

Luego, el lento e imparable deslizamiento de árboles, los gritos desesperados de la gente. Los chirridos de los muros rotos. Entonces corrió a avisar a los suyos. Aullando de aquí para allá lo escuchó Moisés antes de salir vestido en ropa de cama, a galope.

Mientras el alud venía arriba, pensaba en su esposa y los cuatro hijos (de 23, 20, 17 y 13 años) que viven en California y dejó para cumplir la obligación de autoridad en la aldea por un año al ser electo por el régimen de usos y costumbres de los mixtecos.

Regresaría en febrero con la familia, satisfecho de su labor comunitaria y las dos viviendas en las que invirtió $50,000 dólares. Con estas cuentas volvió a la realidad.

De pronto todos sus paisanos detuvieron la estampida. Se encontraban entre el barranco y la avalancha que milagrosamente se detuvo antes de caer sobre ellos. Fue hasta entonces cuando algunos se arrodillaron, otros lloraron o enmudecieron entre la vida y la muerte.

Era momento de maldecir y bendecir.

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