Buscan incluir en LA “clínicas-bodega” en el sistema de salud

Este tipo de centros médicos también son populares en los vecindarios latinos de Phoenix y en Miami

Con un personal médico hispanohablante, este tipo de lugares ofrece sus servicios a bajo costo.

Con un personal médico hispanohablante, este tipo de lugares ofrece sus servicios a bajo costo. Crédito: Suministrada

California.- Las llamadas “clínicas-bodega”, ubicadas en las calles de los barrios de inmigrantes en Los Ángeles, se funden en medio de una densa selva de comercios.

Enclavadas entre tiendas que venden giros postales, y negocios de empeño, los escaparates de estos consultorios indican que atienden a cambio de dinero en efectivo: una visita médica cuesta entre $20 y $40; un examen del podiatra en una clínica bulliciosa, $120; y una colonoscopía se anuncia en una pizarra borrable a $700.

Los oficiales de salud del condado describen a estas clínicas como un sistema de cuidado de salud paralelo, que atiende a un vasto número de residentes sin seguro médico, aunque admiten que tienen poco conocimiento sobre quiénes son los dueños y quiénes las operan; y tampoco saben demasiado sobre cómo están reguladas y la calidad del cuidado médico que proveen.

Con un personal médico hispanohablante, pocas de estas clínicas de bajo costo aceptan seguros privados o participan en programas administrados por el Medicaid.

“Alguien tendría que averiguar si tienen un nivel básico de competencia”, dijo el doctor Patrick Dowling, profesor y director del Departamento de Medicina Familiar de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en Los Ángeles.

Y no es que los investigadores no hayan tratado. El mismo doctor Dowling, por ejemplo, ha sondeado las clínicas locales por años, como parte de una investigación estatal para documentar la falta de médicos. Lo que él y otros hallaron, sin embargo, es que los dueños de estas clínicas eran reacios a contestar sus preguntas.

Lo que sí es cierto es que, más allá de sus nombres, muchas de estas clínicas son consultorios privados, no clínicas con licencia que están obligadas a reportar regularmente a los organismos estatales y federales de supervisión.

Es una distinción que preocupa profundamente a Kimberly Wyard, jefa ejecutiva de Northeast Valley Health Corporation, una organización sin fines de lucro que gerencia 13 clínicas de salud acreditadas para la atención médica de personas de bajos recursos del Sur de California. “Ellos están fuera del radar”, dijo Wyard sobre las clínicas. “Y no es claro lo que están haciendo”, agregó.

Pero, impulsados por la puesta en marcha de la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio (ACA), oficiales de salud en Los Ángeles piensan si deben incluir a las “clínicas-bodega” -de forma selectiva y con cuidado- dentro de la red de centros de salud públicos y sin fines de lucro que están estrictamente regulados, y que están impulsados más por la misión de atender a los que no tienen seguro, que por las ganancias.

Los oficiales de salud ven en las clínicas la tentadora oportunidad de cubrir la persistente y profunda brecha en la tensa red de seguridad del condado, incluyendo la crónica falta de médicos de familia.

Para enero del 2014, cerca de 2 millones de los “angelinos” sin seguro se supone que estén inscritas en Medicaid (Medi-Cal) o habrán comprado un seguro de salud y ya tendrán cuidado de atención primaria. Y las clínicas, apuntan los oficiales de salud, ya están bien establecidas en los vecindarios más pobres del condado en donde cubren las necesidades de los residentes que hablan español.

Las clínicas también podrían continuar atendiendo a una población que no cubre el ACA: los inmigrantes indocumentados que tienen prohibido comprar cobertura médica a través del mercado de seguros por ley.

El doctor Mark Ghaly, subdirector de Salud Comunitaria del Departamento de Servicios de Salud del condado de Los Ángeles, dijo que las “clínicas-bodega”, un término que parece haber acuñado, están de acuerdo en que cierto escrutinio sería una buena forma de hacer frente a la escasez de médicos en estos vecindarios.

“¿Adónde vamos a ir a buscar estos proveedores”, expresó. “Un lugar lógico hacia donde mirar son estas clínicas”.

Los Ángeles no es la única ciudad con una población latina considerable en donde estas clínicas se han vuelto parte del paisaje de las calles. Proveedores de salud en Phoenix y en Miami dicen que estas clínicas pululan en muchos de los vecindarios latinos.

Pero su presencia en Los Ángeles es realmente llamativa, con docenas de anuncios de estos consultorios en ciertas áreas.

Visitas a más de dos docenas de clínicas en el sur de Los Ángeles, y en el Valle de San Fernando, hallaron mujeres hispanas vestidas con brillantes trajes de enfermeras repartiendo tarjetas y cupones que prometen desde pruebas de embarazo hasta ligadura de trompas.

Otras anuncian horarios nocturnos y durante el fin de semana, y otras pregonan que están abiertas las 24 horas del día con el anuncio “Nunca Cerramos”. Este amplio horario para acudir a las clínicas -y el poder fijar los precios por adelantado- es crítico para una población con empleos de salarios mínimos y puestos de trabajo en torno a las 24 horas, dicen los expertos en salud de los hispanos.

Los oficiales dicen que también es importante que los nuevos inmigrantes de México y Centroamérica están acostumbrados a las clínicas de barrio que son habituales en sus países de origen, más que a los complejos médicos y los grandes centros comunitarios de salud que hay en Estados Unidos.

Y ellos pueden tener el tipo de tratamientos médicos -incluyendo inyecciones de drogas antihipertensivas, soluciones vitamínicas intravenosas o antibióticos generosamente dispensados- que están mal vistos en la práctica médica estadounidense.

Muchos inmigrantes hispanos tienen “preferencia por los inyectables”, dijo la doctora Yelba Castellón-López, médica de familia residente en la UCLA y criada en el sur de Los Ángeles, que trata a pacientes en una clínica con licencia. Y como ciertos antibióticos son de venta libre en México y otros países latinoamericanos, los pacientes a menudo exigen una receta para estas drogas, aunque no sea médicamente recomendable.

“Si intentas explicarles que no necesitan un antibiótico, las personas tienden a irse muy insatisfechas”, explicó Castellón.

*** Esta historia fue producida en colaboración con The New York Times

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