Cuidar nuestra lengua

Hombres y mujeres acudieron a las clases de computación, inglés, alfabetización y finanzas que imparte el proyecto Entre Comadres.

Hombres y mujeres acudieron a las clases de computación, inglés, alfabetización y finanzas que imparte el proyecto Entre Comadres. Crédito: Aurelia Ventura | Impremedia

Sociedad

¿Cuán bien deben hablar los residentes de Estados Unidos el inglés? Es una pregunta difícil, a la que pocos científicos sociales han prestado mucha atención. Probablemente porque se entiende comúnmente, que hablar con la fluidez necesaria para comunicar ideas básicas —y comprender comunicaciones verbales y escritas— es, en general, suficiente en casi todas las facetas de la vida.

Pero ése es el único consenso general al que llegaremos en este país sobre lo que significa hablar inglés en forma “aceptable”.

Las variaciones fueron ya evidentes en 2005 cuando PBS sacó al aire “Do You Speak American?” (“¿Habla americano?”):

“No todos los estadounidenses hablan inglés, y de los que lo hablan, no todos hablan la misma versión,” señalaba la guía para el espectador, del programa. “Por el contrario, el inglés utilizado en Estados Unidos varía de región a región, entre grupos étnicos y otros grupos sociales, y hasta por edad y género … [y] muchas personas cambian de una versión del inglés a otra dependiendo de la persona a quien le están hablando y de dónde estén.”

Dada nuestra aceptación del amplio espectro de lo que constituye el inglés, ¿cómo podemos juzgar a los ciudadanos nacidos en Estados Unidos según su manera de hablar el inglés?

Si entregáramos una encuesta y pidiéramos a personas cuya lengua madre es el inglés que calificaran su capacidad lingüística con los términos: “muy buena”, “buena” o “no buena”, ¿cómo contestaría la gente?

No lo sabemos. Pero sí sabemos cómo se sienten los nativos que hablan inglés con respecto a todo el que lucha con nuestra lengua: Nuestro estándar es bastante alto, y cualquier cosa que no sea “muy bueno” inspira quejas sobre los inmigrantes que no “aprenden el idioma.”

La semana pasada, la Oficina del Censo de Estados Unidos dio a conocer un informe sobre la capacidad de hablar inglés de aquellos nacidos en el extranjero. La noticia se interpretó según lo esperado en un panorama mediático que refleja la polarización de las opiniones sobre la inmigración.

Dos titulares cuentan la historia: “Menos de la mitad de los inmigrantes habla inglés bien: Oficina de Censos” y “Cerca de la mitad de los inmigrantes nuevos informa tener alta competencia para hablar inglés, informa Oficina de Censos.” Estoy segura de que pueden adivinar cuál provino de una publicación de tendencia conservadora y cuál, de una centrada en los hispanos.

La Oficina del Censo dijo que en 2012, el 44% de la población nacida en el exterior, de 5 y más años, que llegó a Estados Unidos en 2000 o más tarde, mostró una elevada competencia para hablar inglés.

Sin embargo, si observamos el total de la población nacida en el extranjero, un 71.1% —alrededor de 29 millones de personas de 5 y más años— informó hablar inglés “bien”, y un poco más de un 15% informó hablar sólo inglés en su casa. El resto, alrededor de 12 millones de personas, dijo que hablaba inglés “no bien” o “no en absoluto”.

Para poner eso en perspectiva, según la más reciente Evaluación Nacional de Alfabetismo Adulto (NAAL) en 2003, el 14% de los estadounidenses adultos —alrededor de 30 millones de personas de 16 y más años— demostró un nivel “por debajo del básico” del alfabetismo necesario para leer noticias, folletos y materiales instructivos. Esa cifra, según NAAL, no incluye los adultos que no pudieron ser entrevistados debido al idioma que hablaban o a discapacidades cognitivas o mentales.

Obviamente, mi comparación es defectuosa, pero sirve para ilustrar que el tema de la capacidad lingüística no es fácil. Y nuestra comprensión de quién puede manejar el inglés adecuadamente y qué significa “suficientemente bien” tarde o temprano deberá ser evaluada.

Seamos realistas, el actual atascacamienio en el asunto de la inmigración no durará eternamente. O bien nos quedaremos con la amnistía de facto que tenemos ahora, o encararemos la reforma migratoria por medio del proceso legislativo.

De todas maneras, habrá muchos ciudadanos estadounidenses descontentos que tengan alguna queja, y se quejarán sobre el aspecto que más inflama los ánimos en el tema de la inmigración: la manera de hablar inglés.

Cuando llegue el momento, será útil recordar que es difícil definir el lenguaje en Estados Unidos.

Vivimos en un país en que el Senado ha aprobado una propuesta de reforma migratoria, que contemplaría bondadosamente a solicitantes de la ciudadanía que demostraran “competencia” en inglés, pero no la define de ninguna manera coherente.

Es el mismo país que lucha por inculcar competencia en escritura y lectura a los nativos y que no puede ponerse de acuerdo sobre el contenido —y mucho menos el valor— de los Estándares de Destrezas Básicas en Lenguaje y Literatura Inglesa.

Pero nunca lo olviden: Es también el país que tiene un historial casi perfecto en lograr que el inglés sea la lengua preferida de la mayoría de sus residentes. Eso nunca cambiará.

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