Migración: California cambió
El presidente Peña Nieto vio un estado que ha evolucionado, en relación al país, en cuanto a la inmigración
Esta semana anduvo por tierras californianas el presidente de México, Enrique Peña Nieto, en su primera visita a los Estados Unidos con el propósito de intercambiar con la diáspora organizada, es decir, las federaciones, asociaciones y clubes de oriundos. Este tipo de visitas son de carácter simbólico, pero no por ello dejan de tener cierta importancia. En este caso, lo que quizá anticipa es un intento de reimaginar la desdibujada política del estado mexicano para con su población en el exterior.
Hay que señalar que la indefinición de la política del gobierno mexicano hacia su diáspora no empezó con el mandato de Enrique Peña Nieto, sino que ocurrió durante el período de Felipe Calderón. Mientras que su correligionario panista, Vicente Fox, quiso utilizar a los migrantes como punta de lanza de su política exterior con Estados Unidos, Calderón se fue al lado opuesto: guardó el tema en un cajón, le puso llave y se olvidó del asunto.
Pero mientras que el estado mexicano se paralizó en el ámbito migratorio, el mundo siguió dando vueltas: la crisis económica de fines de la década pasada puso fin a una de las más grandes oleadas migratorias de México a Estados Unidos y las autoridades federales norteamericanas hicieron mancuerna con las policías locales para deportar a cientos de miles de migrantes no autorizados. Los jóvenes “dreamers”, socializados en la cultura política de este país y apoyados por aliados en distintos frentes institucionales, le cambiaron el rostro al movimiento por los derechos de los inmigrantes.
La demografía tampoco se detuvo. Los hijos, nietos y bisnietos de migrantes mexicanos y otros países de Latinoamérica han venido a tener un peso cada vez mayor en la política, sobre todo en los sitios de alta concentración poblacional. California y Los Ángeles en particular son, por supuesto, el epicentro de muchas de estas transformaciones.
Y eso, precisamente, es lo más notable de la visita del presidente Peña Nieto a Los Ángeles el lunes pasado. El primer mandatario mexicano llegó a una ciudad y un estado que han cambiado. No se trata de un progreso irreversible ni mucho menos de un mundo ideal. Pero tampoco se puede negar que mientras en Washington, D.C., la reforma migratoria y el Dream Act son letra muerta, y en estados como la vecina Arizona los políticos se deshacen por aprobar leyes cada vez más persecutorias, en California las cosas avanzan (dando tumbos, sí) por otro camino. Para muestra un simbólico botón: el aplauso más prolongado e intenso durante el encuentro masivo del presidente mexicano con miembros de la comunidad mexicana se lo llevó Jerry Brown—el gobernador que aprobó las licencias para los migrantes indocumentados.
Con todo y que hubo protestas afuera del hotel donde tuvo lugar el citado encuentro, está claro que el jefe del ejecutivo mexicano vino a territorio amigo. Dicho de otra forma, vino a convertir a los (ya) conversos. La gran pregunta es si la administración actual se atreverá a más. Ya van casi dos años de mandato y el tiempo apremia.