Duvalier, asesino que acumuló poder
@chris.canavan1@gmail.com
Ha muerto el exdictador de Haití, Jean-Claude Duvalier. Para un americano que por suerte nunca pasó tiempo en Haití durante el reino sangriento de Duvalier y de su papá, el infame Papa Doc, es una muerte extraña.
Como muchos leyendo los obituarios de Duvalier, no tengo experiencias personales que me puedan conectar a los tiempos de este dictador.
Sin esas experiencias personales, para mí es una muerte que evoca imágenes que me han llegado de la ficción, sea de Graham Greene, el gran autor británico que nos dio “Los Comediantes”, su novela de 1966 que toma lugar durante los tiempos de Papa Doc y sus fuerzas de seguridad, los Tonton Macoutes, o de la bellísima prosa de Edwidge Danticat, autora de Haití y de Brooklyn que desentierra la violente historia del conflicto entre Haití y la República Dominicana en su novela “The Farming of Bones”.
Es una muerte que nos recuerda las grandes obras del boom literario en Latinoamérica, en que autores como Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos, Alejo Carpentier y Mario Vargas Llosa exploraron las perversiones sicológicas y políticas de los grandes dictadores y caudillos que pueblan dos siglos de historia latinoamericana.
Es una muerte que marca otro punto y aparte (aunque no un punto final) en un romanticismo producido por gigantes literarios que lograron usar historias violentas, perversas y nefastas para elucidar realidades oscuras de la condición humana.
Sin embargo, Duvalier y su padre fueron incondicionalmente criminales. Sus víctimas fueron sangrientamente torturadas y asesinadas.
La ficción del dictador, creada por genios como García Márquez y Vargas Llosa, nos permite acercarnos a la brutalidad de estos monstruos. Pero también nos aleja de una verdad innegable y fundamental: estos dictadores fueron asesinos. Asesinaron para acumular el poder, asesinaron para hacerse ricos, y asesinaron para el mero entretenimiento.
Las frases, los párrafos y cuentos, las obras épicas de los maestros literarios tienen el poder de iluminar horrores que de otra forma no podríamos entender. Pero lo hacen con una belleza que nos separa de la verdad brutal.
Me cuesta reflexionar sin sentir un poco de melancolía, porque me siento aún más lejos de esas obras que hace años expusieron los funcionamientos tan diabólicos del dictador y la dictadura.
Hay que resistir la melancolía y el romanticismo. En un momento como este, hay que dirigirse directamente al dictador y darle el nombre que merece: asesino