Una lección real con dinero de mentira
Con el dinero especulativo, lo peor que puede suceder es triplicarlo en un año
El entorno financiero de hoy en día caracterizado por la omnipresencia de las inversiones puede generar un vicio, particularmente, en los más inexpertos: el exceso de confianza. ¿Qué debe hacer un padre cuando un hijo cree que elegir acciones es así de fácil? Un asesor financiero se enfrentó a la tarea de tener que hacerle poner los pies en la tierra a la incipiente estrella del mercado bursátil… y a su orgulloso padre.
El ejercicio planteado en la clase de la escuela secundaria parecía sencillo: elegir e invertir hipotéticamente en una acción y luego seguir su progreso. “Me pareció una enseñanza nefasta para los jóvenes”, recuerda el asesor Kenneth F. Robinson, fundador de Practical Financial Planning, con sede en Cleveland.
El riesgo se cristalizó rápidamente cuando el hijo pasó a ser el número uno de su clase en términos de rentabilidades hipotéticas. “El padre no sabía qué rumbo tomar”, recuerda Robinson, el asesor financiero de la familia. “Me llamó y me contó que su hijo le había dicho que no entendía por qué la gente iba a trabajar”.
¿Qué le depara el futuro a ese niño? ¿Abandonar los estudios? ¿Desperdiciar su juventud soñando con hacer una fortuna en la bolsa de la noche a la mañana?
Según cuenta Robinson, el padre, un profesional sumamente ocupado al igual que su esposa, parecía ser el típico inversionista bien intencionado de hoy en día, que aporta dinero al nuevo plan de jubilación 401(k) de su empleador y cuya experiencia con las inversiones se reduce a unas pocas acciones individuales. “No es un hombre particularmente diversificado y, pese a hacer sus mejores esfuerzos, parece no poder robarle tiempo a sus responsabilidades profesionales para hacer cambios en su [cartera]”.
Luego, llegaron noticias sobre una clase distinta de acciones: Para su proyecto escolar, el hijo optó por seguir las acciones de empresas de tecnología y “desde el momento en el que las eligió y el momento en el que el padre me llamó, el hijo lideraba la pizarra y obtenía mejores resultados que todos los demás”, cuenta Robinson.
Muy a pesar de él, el padre se enfrentó al sesgo del resultado, la confianza que surge cuando los inversionistas que compran acciones nuevas que suben rápidamente de precio (y los jugadores) de todas las edades reaccionan ante resultados prometedores, sin considerar los factores que los produjeron. De hecho, Robinson recuerda que el padre estaba orgulloso por los logros de su hijo.
“El padre pensó que el hijo podía tener un don para esto y que quizás debía invertir algo de dinero en lo que el niño le sugería”, cuenta Robinson.
Algunos inversionistas deben aprender por las malas, en ocasiones, a partir de salidas a la bolsa deslumbrantes como la de Alibaba (BABA), la estrella china del comercio electrónico.
“Tenía que advertirle al padre y le dije, aunque no con estas palabras, que el hijo iba a rumbo al fracaso”, recuerda Robinson. “Todos sabemos el entusiasmo que se genera en torno a algo nuevo como Alibaba. ¿Qué sucede cuando una acción pasa a ser mediocre? No hay ninguna magia especial en esto.
“Le sugerí al padre que fuera muy medido. Temía que él también se entusiasmara demasiado”. Robinson también le envió uno de sus libros favoritos sobre inversiones razonables titulado The Investment Answer.
Robinson no tiene idea si el padre y el hijo alguna vez abrieron el libro, pero lo cierto es que el padre se volvió a comunicar con él un mes después. “Me preguntó si recordaba que su hijo era el número uno de su clase”, cuenta Robinson. “Ahora es el último”.
Tal como le dijera una vez el asesor Bert Whitehead, uno de los mentores de Robinson: con el dinero especulativo, lo peor que puede suceder es triplicarlo en un año, pues uno cree que develó el secreto.
“El hijo pensaba que había descubierto algo y luego se dio cuenta de que sus alas eran de cera”, comenta Robinson, y agrega que el padre se transformó luego en “exactamente lo que se espera de un buen padre. Le dijo: “Mi hijo se siente un tanto desilusionado por esto. Tenías razón?” y luego se rió. Quizás esa risa fue para aliviar la tensión, o quizás quiso decir “me convenciste a mí, pero no puedes convencer a mi hijo”.
Un año después y en retrospectiva, esa lección aprendida con dinero de mentira parece ser una inversión oportunista. “Ahora que lo pienso, quizás eso fue lo que se había propuesto enseñar el profesor”, concluye Robinson.