Llegó la alegría a la casa
Después de meses que se me hacían eternos para reencontrarme con las dos personitas que más amo en mi vida, mis gemelos, por fin llegó el momento.
“Papa”, gritaban corriendo hacia mí, tan pronto salieron por la puerta del aeropuerto. Fue el domingo Día del Padre, cuando a las 7 de la noche se me volvió a llenar el alma de vida.
Mientras los esperaba, me preguntaba cómo algunos padres pueden abandonar a sus hijos o tenerlos cerca y nunca visitarlos, caminando por la vida sin ningún tipo de remordimiento. Yo definitivamente no soy esa persona. Nunca había conocido el verdadero amor hasta que me los entregaron en brazos.
Jan y Alexia tienen 6 años de edad. Nacieron en Miami, y se han criado desde que tenían un año en Barcelona, España. Dicen que son boricuas, pero la “zeta” al hablar los delata.
Alexia es una niña muy tranquila y medida Es fina, educada y muy europea. Jan es un boricua aunque naciera en la Luna: es alborotado, extrovertido, por no decir que no se calla. Dice que quiere ser como su padre, presentador de televisión. Yo espero que termine haciendo un trabajo diferente, pero con los genes se nace y con el destino no se puede pelear. Como mujer al fin, Alexia lo regaña todo el tiempo, piensa que no está a su nivel, que le falta comportarse.
Aunque entre ellos se pelean, no permiten que nadie hable mal de ninguno de ellos. En fin, son una mafia. Para mi fortuna, Alexia adora a mi enamorada Anna Barbi, la ve como una especie de ídolo que algún día le gustaría ser.
Los gemelos viajan con una nanny, que se llama lorgia Galeano, pero ellos le cambiaron el nombre y le llaman Lole. Es nicaragüense y se mudó a España en busca de salir de la crisis de su país y se encontró con la crisis española. Es experta en crisis, jajaja. Con los años se ha convertido en parte de la familia. No sólo no le basta con regañar a los niños, sino que también me regaña a mí. Pero qué se le va hacer, es parte de la casa.
El apartamento donde vivo es muy bonito pero pequeño. Cuando llegaron los gemelos lo convirtieron en un campamento palestino, donde el único espacio que me queda es el ladito de la cama que con mucho cariño me regala Anna.
Aunque perdí mis espacios y el alboroto es la norma del día, soy feliz, porque llegó la alegría a la casa. Dios me los cuide.