Así es viajar en el primer crucero entre EEUU y Cuba
"Mi papá siempre quiso venir, pero nunca pudo. Lo hago por él" dice Rick Schneider, uno de los viajeros
Rick Schneider le dijo a su pareja que no se preocupara, que ya irían a La Habana en el siguiente ferry. Y lo hizo, pero “el siguiente” tardó en salir 56 años.
Efectivamente, desde el triunfo de la Revolución cubana, el estrecho de la Florida sólo lo habían cruzado balseros: jugándose la vida en su huida desesperada y, de regreso algunos, “pies mojados” devueltos por los Guardacostas de EEUU.
Hasta este histórico domingo, un primero de mayo, en que zarpó del puerto de Miami el primer barco con pasajeros rumbo a La Habana en más medio siglo.
Y Schneider, ondeando su bandera cubana con Miami Beach de fondo, parecía más entusiasmado que nadie.
“Tengo muchas ganas de visitar La Habana y conocer a su gente (…). Por lo que cuentan, los cubanos son un pueblo maravilloso. ‘Conozcámonos, compartamos’”.
Una semana
Música, cocteles y el tórrido sol de Miami acompañaron la partida del Adonia.
Con unos 700 pasajeros abordo, el Adonia es un barco de crucero más bien pequeño si se compara con los otros que se pueden ver en el Puerto de Miami, que fácilmente triplican su capacidad.
El crucero durará una semana -entre ida y vuelta- y por supuesto empezó con una fiesta.
Con las torres del centro de Miami alejándose, cada vez más pequeñas, era la fiesta del “deshielo”.
Porque este viaje no hubiera sido posible sin el acercamiento iniciado por Raúl Castro y Barack Obama.
“¿Qué vamos a hacer, seguir ignorándolos? Y lo mismo para ellos, ¿van a seguir ignorándonos?”, se preguntaba Richard Hoy.
“Tenemos que trabajar juntos para encontrar soluciones o ellos van a seguir con salarios de US$25 al mes y nosotros vamos seguir recibiendo balseros”.
Eso sí, con su camiseta de Cuba con una estrella roja comprada en Key West, Hoy confiesa que la razón número uno para estar en el primer barco que sale a La Habana es que todos sus amigos viajan con él.
Porque en el ambiente, más que una reivindicación política, reinaba el entusiasmo por poder viajar a uno de los países que más curiosidad despierta entre los estadounidenses.
Esa isla que le plantó cara a Washington durante tantos años es el lugar de moda.
Virginia Mohamed, disfruta de la espectacular vista dorada de la playa de Miami, mientras resume el sentimiento de muchos sobre la oportunidad de poder viajar a Cuba: “Es una isla muy bonita que nos hemos estado perdiendo durante 50 años”.
Y como la capital cubana no es precisamente un sitio con la infraestructura lista para la avalancha de turistas que le espera, no es mala idea llegar en un crucero.
Al menos eso cuenta Debbie McMand mientras disfruta de su primer mojito en la cubierta del barco junto a su marido, Dan.
“Como sea, pero vamos (…). Tenemos muchas ganas de comer en los “paladares” (restaurantes locales), estar con la gente local, aprender de su cultura, de su historia…”.
Casi no sale
Hacer posible este viaje ha sido un largo camino lleno de obstáculos burocráticos, de un lado el embargo y del otro la prohibición de que los cubanos lleguen por mar a la isla.
Una norma que databa de los años en que una de las principales preocupaciones del gobierno de los Castro era la llegada de milicianos de Miami.
Arnold Donald, presidente de Carnival, le relató a BBC Mundo que esa fue “la última piedra en el camino”.
En Miami no se habían hecho esperar las protestas contra el rechazo de Carnival de vender a los nacidos en Cuba unos pasajes que iban de US$1.800 a US$7.000
El ruido que generó el asunto llevó a Carnival a responder con lo que muchos interpretaron como una amenaza al gobierno cubano, cancelar el viaje si no se abolía la norma.
“No fue una amenaza, fue decir que si había un retraso en remover esa norma, también se retrasaría la salida del barco”, asegura Donald.
Finalmente el gobierno cubano accedió a levantar la restricción y el barco pudo zarpar.
Aunque las protestas no terminaron.
En el mismo puerto, antes de la salida, lo que iba a ser una flotilla de protesta se materializó más bien en un bote con la palabra “Democracia“.
“Castro, por qué le pides a los cubanos una visa para visitar su propio país”, decía uno de los carteles del bote.
El primer cubano
Y lo decía en inglés, buena idea si lo que quería era que lo entendiera el pasaje del Adonia, dominado por los estadounidenses anglófonos.
Según contó Tara Russell, la presidenta de Fathom (la subdivisión de “cruceros solidarios” Carnival a la que pertenece el Adonia), a bordo había muy pocos nacidos en Cuba, la mayoría trabajadores de la empresa.
“Entre media y una docena”, decía Russell cada vez que le preguntaban.
Y le preguntaban mucho porque todos los periodistas estaban a la caza de la historia ideal: la del cubano que regresaba por primera vez a la isla después de décadas de exilio y, claro, que no fueran trabajadores de la empresa.
Y los encontraron, Robert e Isabel Buznego, quienes incluso antes de embarcar iban camino de convertirse en las estrellas del viaje.
Las cámaras de televisión casi que guardaban turno para entrevistarlos en la fila.
Hasta dieron una especie de rueda de prensa, con los periodistas agolpados, extendiendo los micrófonos.
“Son muchas cosas, estoy nerviosa, estoy contenta, estoy orgullosa, da miedo, da susto“, decía Isabel, algo más elocuente que su marido.
Contaron que habían dejado Cuba hacía muchos años y que estaban regresando por primera vez.
“Mi papá siempre quiso venir, pero nunca pudo. Murió recientemente y es por eso que estoy haciendo este viaje por él. Por eso es tan emocional”, agregó la mujer, quien dejó Cuba cuando tenía 5 años.
Y tanta atención de los medios para alguien que en realidad está de vacaciones, debe cansar.
“Por favor, que estoy aquí con la familia”, fue lo que le dijo a BBC Mundo cuando lo abordamos en el que seguramente no fue el mejor momento.
En cualquier caso, Carnival ya tenía preparada la historia del primero que se bajará del barco.
Ese honor recayó en Arnie Pérez. Abogado estadounidense, y cubano. Será el primero en descender al puerto de La Habana desde un crucero en más de medio siglo.