“Que esté soltera no significa que estoy disponible”

Tiene 37 años y es soltera por opción en India. Sin embargo, esta decisión le generó conflictos con sus padres y la expuso a ser juzgada por familiares y amigos. "Lo único que quiero es ser libre y para mí el matrimonio es como una forma de esclavitud", dice

¿Qué sucede cuando una mujer decide no casarse?

¿Qué sucede cuando una mujer decide no casarse? Crédito: Shutterstock

“Que esté soltera no significa que estoy ‘disponible'”.

La frase pertenece a una mujer que vive en el noroeste de India.

Sin embargo, ella no es la primera ni la última en ser juzgada y presionada para cambiar una decisión tan personal y consciente como no casarse.

El estigma va desde algo tan aparentemente inocente como el uso del título “señorita” para identificar a las solteras (y que carece de una versión en masculino) hasta dramas sociales como el de las “mujeres sobrantes” en China, aquellas que cumplieron 27 años y aún no se casaron.

Este es el testimonio de aquella mujer india soltera, narrado a la periodista de la BBC Archana Singh, con la producción de Divya Arya.

Su identidad fue mantenida en anonimato a pedido de ella.


Estaba mirando los anuncios en la página matrimonial de un periódico, buscando una novia para mi hermano menor, cuando de repente me di cuenta de que un familiar había marcado con un círculo rojo las palabras: Tiene una hermana mayor soltera”.

“La hermana mayor soltera va a crear un gran problema al momento de encontrar a una mujer adecuada para el muchacho”, acotó este pariente.

Sentí un pinchazo en el corazón, como si una flecha me lo hubiera atravesado. Hice una mueca de dolor y luché por contener las lágrimas.

Quería gritar, preguntarle a la gente por qué mi decisión de permanecer soltera evitaría que mi hermano encontrara una compañera de por vida.

Esperaba que mi hermano y mi padre me defendieran, pero ellos también eran indiferentes a mi dolor.

Mi madre, que siempre me ha entendido, intentó intervenir en la conversación, pero no funcionó.

Igual ella tampoco ocultaba la felicidad de que mi hermano se casara.

Por ser la mayor de los dos, siempre se asumió que yo sería la primera en contraer matrimonio.

Pero no lo hice.

Haberle quitado esa felicidad a mis padres generó mucha tensión entre nosotros. Y la fricción incluso se extendió a otros familiares y amigos.

Un día, un viejo compañero de escuela me llamó diciendo: “Sé que no quieres casarte. Pero tienes ciertas necesidades y, si quieres, puedo ayudarte con ellas”.

La única condición era que su esposa e hijos nunca se enteraran del acuerdo.

Estaba anonadada. Si bien yo era muy consciente de mis “necesidades”, el hecho de que él asumiera que yo estaba “disponible” me resultaba inaceptable.

Es más: su propuesta no me provocó enojo, sino que me deprimió. Era ridículo que pensara que estaba planteando una suerte de ayuda o servicio.

Ahora tengo 37 años y no me arrepiento de haber decidido permanecer soltera.

Tenía 25 años cuando le dije a mi madre por primera vez que no quería casarme. Recién empezaba a ganar mi propio sueldo y quería seguir mis sueños.

Creo que ella lo entendió, pero se sentía impotente ante las preguntas de otras personas.

A medida que fui avanzando en mi carrera, la búsqueda familiar de un novio se intensificó, pero yo no quería casarme solo por la supuesta seguridad que eso me traería.

Era muy consciente de lo que mis padres estaban viviendo por tener una hija que pronto iba a cruzar la edad aceptable de casarse y que todavía vivía con ellos.

Mi padre insistió en que “sentara cabeza y arregló para que conociera no a uno, dos o tres hombres, sino a 15. No elegí a ninguno de ellos.

De alguna manera, ese episodio finalmente generó el espacio para que pudiera explicarles por qué no quería casarme.

Mis padres me entendieron, pero otras personas siguen juzgando mi decisión. Lo ven como una rabieta. Piensan que soy demasiado orgullosa, demasiado independiente y que no escucho a mis padres.

Y cuando todo esto no funciona para hacerme cambiar de opinión, hablan de mi “carácter”.

Pero tengo la conciencia tranquila y sé que una aventura o la convivencia no tienen nada de malo.

Lo único que quiero es ser libre y para mí el matrimonio es como una forma de esclavitud.

Puedo elegir quedarme en casa todo el día o estar fuera toda la noche. Puedo ir al club, la discoteca, al templo o el parque. Puedo hacer tareas domésticas… o no.

No quiero tener que hacerle el té a mi suegra en las mañanas o prepararle el desayuno a mi esposo o llevar a los niños a la escuela.

He visto a tantas mujeres casadas que tienen hijos y una familia numerosa y, aún así, se sienten solas. Yo no me siento sola: tengo familia y amigos.

En nuestra sociedad se considera que una mujer soltera es una carga, pero nunca lo he sido. Viajo por el mundo, gano mi propio dinero y tengo un control total sobre cómo lo gasto.

Los periódicos que antes se burlaban de mí por no estar casada, ahora alaban mi coraje por ser una mujer soltera.

Mis padres están orgullosos de mí y sus amigos me señalan como un ejemplo de éxito entre sus hijas.

Al final, realmente no importaba lo que otros pensaran de mi elección: lo hice por mí y valió la pena.


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