4 cosas por las que las elecciones “midterms” son poco democráticas
Y cómo para los pobres es más difícil votar
Las elecciones de mitad de período de este martes 6 de noviembre se adivinan como un barómetro del apoyo a la presidencia de Donald Trump. Pero ¿hasta qué punto son realmente representativas de Estados Unidos?
Si los demócratas barren en el Congreso, se verá como un rechazo al gobierno de Trump.
Si los republicanos se imponen, el mensaje será que el país valida su sorprendente triunfo de 2016.
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Aun así, en un país de casi 326 millones de habitantes, puede que solo se emitan 100 millones de votos.
Estados Unidos es una democracia representativa, pero a veces el proceso para determinar quién controla el gobierno federal puede parece muy poco democrático.
Estas son algunas de las razones.
1. Supresión del derecho a votar
En algunos estados, las asambleas legislativas han hecho que sea más difícil cumplir con el requisito de registrarse como votante e incluso, una vez en el censo, poder emitir el voto.
Quienes apoyan esto explican que las acciones se toman para combatir el fraude electoral, aunque cuando se les presiona para que ofrezcan pruebas tangibles de infracciones extendidas, no suelen ser capaces de hacerlo.
Los votantes de ocho estados deben presentar documentos de identidad con fotografía para poder emitir un voto no provisional. Otros ocho estados prefieren que los votantes tengan una identificación con foto, pero aceptan otros métodos para verificar la identidad.
Esto, combinado con la dificultad que tienen algunos, particularmente pobres, ancianos y minorías, para obtener una identificación oficial adecuada, hace que el impacto pueda ser sustancial.
Según un estudio de la Universidad de Wisconsin, en 2016 al menos 17.000 votantes en ese estado fueron disuadidos de votar durante la elección presidencial porque no tenían una identificación con foto considerada aceptable. Trump ganó ese estado solo por 22.700 votos.
Algunos estados también han incrementado los esfuerzos para purgar sus censos electorales, que con frecuencia contienen imprecisiones por fallecimientos o traslados a otros precintos en los que no se informó a la junta electoral local (aunque hay pocas pruebas de que esas imprecisiones conduzcan a votaciones ilegales generalizadas).
Según un informe del Brennan Center, un centro de expertos de izquierda, 12 millones de votantes en todo el país fueron eliminados de las listas estatales entre 2006-2008.
Entre 2012 y 2014, el número ascendió a 16 millones.
Georgia desencadenó recientemente una gran controversia porque intentó calladamente cerrar siete de los nueve lugares de votación en una zona del estado con una gran población de residentes negros con bajos ingresos.
2. Manipulación de circunscripciones electorales
En 37 estados, los límites de los distritos electorales -para miembros de la Cámara de Representantes y de las asambleas legislativas estatales- son determinados por políticos del propio estado.
Esto crea un incentivo en sí mismo para diseñar líneas que maximicen la ventaja política para el partido en el poder, otorgándole a su grupo más representación de lo que sería indicado si se hiciera una distribución coherente del voto en todo el estado.
Es un poder que los legisladores ejercitan de forma regular.
Dos estrategias comunes para los diseñadores de mapas con ideas partidistas es dispersar a los votantes de la oposición en múltiples distritos para diluir sus números o agruparlos en una circunscripción.
En la carrera por la asamblea estatal de Wisconsin en 2012, por ejemplo, los republicanos ganaron 60 de los 99 escaños (60%) pese a ganar solo el 48,6% del voto en todo el estado. Los demócratas han tenido ventajas similares en estados como Maryland.
El mapa de Wisconsin fue el fundamento para una demanda presentada por votantes demócratas y funcionarios que alegaron que constituía una violación inconstitucional de sus derechos de votación protegidos por la Constitución.
Pero, si bien la Corte Suprema falló que es ilegal para las asambleas usar la delimitación del mapa para disminuir el poder de los votantes minoritarios, declinó anular el mapeo de Wisconsin por sesgo político.
California es uno de los pocos estados que ha cedido su autoridad para delimitar los mapas a comisiones independientes. En otros, como Pensilvania, tribunales del estado han fallado que la manipulación partidaria de circunscripciones electorales viola las leyes del estado.
Incluso con explícitas prohibiciones de las formas más evidentes de manipulación, es difícil evitar los desequilibrios. Los republicanos tienen a nivel nacional una ventaja en la Cámara de Representantes por una simple cuestión de demografía. Sus votantes tienden a estar más expandidos, mientras que los votantes demócratas se congregan en áreas urbanas grandes.
En 2016, por la compleja maquinaria del Colegio Electoral, Donald Trump ganó la presidencia pese a perder el voto popular por casi 3 millones.
3. El mapa del Senado
Las elecciones de mitad de período no reflejan totalmente la voluntad de la gente por otra razón fundamental: así lo quisieron los fundadores de la nación.
El Congreso de dos cámaras, la Cámara de Representantes y el Senado, fue resultado del “Gran Compromiso” entre los estados grandes y los pequeños durante la Convención Constitucional de 1787.
Los escaños de la Cámara de Representantes se determinan por representación proporcional, pero cada estado tiene la misma influencia en el Senado.
Con el crecimiento de Estados Unidos, el contraste se ha hecho particularmente claro. Los 40 millones de residentes de California, por ejemplo, eligen 53 miembros de la Cámara, mientras que el total de Wyoming, con 579.000 habitantes, tiene uno.
Ambos estados, sin embargo, tienen dos escaños en el Senado.
Además, están los habitantes de territorios estadounidenses como Puerto Rico y Guam, así como el Distrito de Columbia, con una población en sí mismo más grande que la de Wyoming, que no tienen representación en el Congreso.
Mientras toda la Cámara de Representantes se elige cada dos años, los creadores de la constitución diseñaron el Senado para que no tuviera que responder tanto a la voluntad popular.
Los miembros de la cámara alta sirven mandatos de seis años, escalonados de forma que solo un tercio de los 100 escaños se elige cada vez.
El Senado fue en el pasado menos democrático de lo que es ahora. Antes de una enmienda constitucional en 1913, los senadores eran elegidos por legisladores del estado, no por los votantes estadounidenses.
Este año, gracias a comicios especiales, se eligen 35 escaños del Senado. De ese número, demócratas e independientes cercanos a los demócratas defienden 26, incluyendo 10 de estados en los que Trump ganó en 2016.
La realidad, entonces, es que pese a que los vientos políticos pueden estar soplando fuertemente hacia la izquierda, el Partido Republicano todavía tiene la oportunidad de retener -o ganar- terreno en el Senado, la cámara que tiene el poder único de confirmar nombramientos ejecutivos y judiciales y ratificar tratados internacionales.
Residentes de 17 estados estarán al margen mientras se libra una de las batallas políticas más significativas del año. Y en los estados que sí votan, las voces de algunos electores pesarán más que la de otros.
Noviembre bien puede convertirse en un punto de inflexión en la presidencia de Donald Trump.
Si es así, sin embargo, será como resultado de las voces de una minoría de estadounidenses.
4. Baja participación
Si las elecciones de mitad de período no son totalmente representativas de la voluntad popular, el primer grupo al que hay que responsabilizar de esto es el pueblo estadounidense.
Una mayoría de los ciudadanos que pueden votar simplemente deciden no hacerlo.
En las midterms de 2014 votó solo el 35,9% de los electores. Fue la tasa más baja desde 1942 (en plena II Guerra Mundial). El momento más álgido de la era moderna se dio en 1966 cuando hubo un 48,7% de participación, todavía por debajo de la mitad.
En la década de los 70, los números vieron una estrepitosa caída, quizá como consecuencia del escándalo político del Watergate, y se mantuvieron así hasta 2014.
Los datos de participación en las elecciones presidenciales suelen ser algo mejores. Esto no es enteramente sorprendente al observar las grandes cantidades de dinero que se invierten en publicidad y la atención constante de los medios.
La cifra más alta para unas presidenciales fue un 64% en 1960 y, tras una caída en las décadas de 1970 y 1980, los números volvieron a subir hasta el 62% de la histórica victoria de Barack Obama en 2008 y un 60% para el triunfo de Trump en 2016.
Aun así, en aquella elección un informe del Centro de Investigación Pew halló que los niveles de participación de Estados Unidos están en el puesto 31 de 35 países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos. OCDE.
Parte de esta falta de entusiasmo por votar se puede atribuir a la escasa competitividad de muchas de las carreras al Congreso, donde los políticos que ya están en el poder ganan más del 90% de las veces.
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