Trump y su estrategia militar: por qué se acabó el idilio entre el presidente y los generales
El mandatario parece desencantado con los resultados que ha obtenido
Dicen que entre las películas favoritas del presidente estadounidense Donald Trump se encuentra la epopeya de la Segunda Guerra Mundial “Patton”.
El general George Patton era un carismático oficial, serio y combatiente aguerrido. Y aunque obtuvo resultados, también era egocéntrico y polémico: golpeó en dos ocasiones a soldados que sufrían estrés postraumático.
¿Es tal vez Patton, en la mente del presidente, el general arquetípico? Si eso cree, entonces habrá sufrido una profunda decepción con la gran cantidad de generales que nombró para su gabinete.
De hecho, sabemos que la sufrió porque lo dijo recientemente al describir como un fracaso al general James Mattis, su secretario de Defensa, a quien tras haber anunciado que “se retiraba” dijo que “de hecho lo había despedido”.
La realidad es, por supuesto, que el general Mattis renunció.
Militares de alto perfil
Pongamos a un lado al primer asesor de Seguridad Nacional de Trump, el general Michael Flynn, quien sí fue forzado a dejar el puesto.
Flynn se vio obligado a renunciar en febrero de 2017 después de haberle mentido al vicepresidente Mike Pence sobre sus vínculos con los rusos.
Lo más notable de los funcionarios que Trump eligió inicialmente para su Ejecutivo es que eran militares de alto perfil.
El general retirado del cuerpo de marines John Kelly fue nombrado secretario de Seguridad Nacional antes de convertirse posteriormente en jefe de gabinete de la Casa Blanca.
Otro alto oficial de los marines, James Mattis, pasó a ser el secretario de Defensa y el descarriado Michael Flynn fue reemplazado como asesor de Seguridad Nacional por el respetado e innovador estratega militar, el general HR McMaster.
Avancemos hacia finales de diciembre de 2018: los tres hombres, primero McMaster, (en marzo), luego Kelly y finalmente Mattis, se han ido.
Esto no es una sorpresa. Al hablar con un grupo de expertos aproximadamente un año después de que Trump tomara el poder, ya se consideraba que este escenario era casi inevitable.
El argumento de los expertos fue que iba a ser imposible presentar informes al presidente y que este no tenía interés en los detalles.
Finalmente, los militares se verían obligados a elegir entre el código de valores que habían seguido durante sus carreras profesionales o adoptar los del magnate de las propiedades y estrella de la telerrealidad que ahora se encontraba en la Casa Blanca.
Y así ha quedado demostrado.
Casta de guerreros
¿Por qué entonces Trump estaba tan enamorado de los militares, en primer lugar?
Es importante recordar que fue el contexto lo que hizo que los roles de los generales fueran tan importantes en este gobierno, y no ellos en sí mismos.
A menudo se olvida que el expresidente Barack Obama también designó a una gran cantidad de exmilitares, entre ellos su primer asesor de Seguridad Nacional y su Secretario de Asuntos de Veteranos, ambos exgenerales.
Pero lo que hizo que el equipo de Trump fuera tan diferente fue el hecho de que muchos expertos en política exterior de tendencia republicana se negaron al principio a tomar cartas en el asunto.
Trump tuvo que ampliar su red y, dada su peculiar visión del tipo de liderazgo valiente que brindaban los generales como Patton, ¿por qué no recurrir a la casta de guerreros contemporáneos de Estados Unidos?
El propio Trump, por supuesto, nunca ha servido en el ejército.
Lo más cerca que estuvo de las fuerzas armadas fue durante parte de su educación en una academia de estilo militar.
Presentó documentos de aplazamiento cinco veces (cuatro por estudios y uno por motivos médicos), lo que hizo que no tuviera que servir en Vietnam. Sin embargo, su fascinación por los militares es palpable.
En una reciente sesión televisada en el gabinete, el mandatario habló con admiración de los militares con más alta graduación.
“Cuando asumí la presidencia -señaló- tuve una reunión en el Pentágono con muchos generales, parecían (salidos de) una película, lucían mejor que Tom Cruise y eran más fuertes”.
Misión imposible
No es de extrañar entonces que el presidente designara a militares para ocupar puestos clave.
La tríada de Mattis, Kelly y McMaster formaba parte de un pequeño grupo apodado por algunos como “los adultos de la sala”. Supuestamente su función era hablarle con la verdad, para frenar los excesos del presidente, tranquilizar a los aliados y así sucesivamente.
Y por un tiempo lo hicieron.
Cuando el presidente, por ejemplo, criticaba a sus aliados de la OTAN en público, Mattis intentaba (en la medida de lo posible) asegurarles que, en la práctica, no se trataba de nada grave.
Los generales aceptaron trabajar para Trump sabiendo que era casi una misión imposible y uno por uno se han quedado en el camino.
Por un tiempo, trabajar con el presidente podría considerarse como brindar un servicio a la nación. Pero con su errático comportamiento y sus inciertas decisiones políticas, para cada uno de estos hombres llegó un momento en que ya no pudieron permanecer en sus puestos.
Para Mattis, por ejemplo, la gota que colmó el vaso fue la decisión de Trump de anunciar la salida en 30 días de las tropas de Siria pues Estado Islámico ya, según dijo, había sido derrotado.
Esta decisión fue ampliamente criticada. Algunos especialistas han dicho que se tomó con demasiada rapidez. Otros, que detrás de ella no hubo ninguna estrategia coherente.
Pero (y este es un “pero” crucial) puede que la polémica decisión sea popular entre los votantes.
“Tipos duros y leales”
Las campañas militares de Estados Unidos en países como Afganistán, Irak y Siria han quedado en el imaginario popular como “guerras infinitas” y muchos estadounidenses están hartos de ellas.
En este tema, como en uno o dos más, la racionalización de la política de Trump puede estar a la deriva. Pero puede que no pase lo mismo con sus instintos.
Al elegir a reconocidos militares para puestos de tan alto perfil, el presidente no ha obtenido lo que esperaba.
Como me comentó el principal experto en relaciones cívico-militares de Estados Unidos, el profesor Eliot Cohen de la Universidad Johns Hopkins, “lo más interesante de todo esto es el hecho de que los militares encarnan el consenso en política exterior estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial”.
“Creen en nuestro sistema de alianzas, en los compromisos globales, en las políticas persistentes (incluyendo ‘las guerras infinitas’) y en la preservación de los valores sociales del último medio siglo (tengamos en cuenta su posición sobre las personas transgénero dentro del personal de servicio). Esto no estaba en sintonía con la propia perspectiva del presidente”, opina Cohen.
Eliot Cohen no es un fan de Trump.
Pero su experiencia es tan amplia que prestó testimonio ante el Comité de Servicios Armados del Senado cuando se reunió para decidir si se podrían suspender las restricciones de larga data para permitir que el recientemente retirado James Mattis asumiera el cargo de secretario de Defensa.
“Trump -dice- tiene una visión adolescente del ejército como un grupo de tipos duros que, además, serían personalmente leales a él, y una y otra vez ha descubierto que realmente no son así”.
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