Opinión: Cruz Azul, la debacle cíclica y los ‘gritos del silencio’

Para Caixinha el equipo vive un 'Síndrome del fracaso' pero el cortoplacismo de su discurso lo explica todo

Pedro Caixinha, director técnico de Cruz Azul.

Pedro Caixinha, director técnico de Cruz Azul. Crédito: Especial | Captura

El timonel de Cruz Azul Pedro Caixinha dio su punto de vista en torno a lo que él identifica como la causa del desastre que es La ‘Máquina’ en este Clausura 2019 y se aventuró incluso a definirlo como un ‘síndrome‘.

En realidad el portugués articuló un discurso vacío en la conferencia de prensa posterior a la eliminación de la Copa MX a manos de Alebrijes. La perorata estuvo llena de lugares comunes y en el fondo es una torpe justificación que no alcanza a satisfacer ningún tipo de cuestionamiento de la afición celeste, fiel y aguantadora que ha visto debacles repetidas, pero siempre vuelve a confiar. Hoy la vergüenza ya no alcanza para volver a dar un voto de confianza a nadie que no demuestre en la cancha un ápice de lo que se atreva a prometer con palabras.

Y sí, es que hay duelo, porque Cruz Azul es un muerto al que nadie le ha dicho que lo está.

Para Caixinha esta crisis cíclica se trata sólo de “… Un momento malo que se está haciendo largo (…) “No es algo que yo defienda (…) pero el ‘Síndrome del fracaso’ tiene que ver con este dato: 60% de todos los equipos que llegan a una final el torneo anterior y la pierden, no califican al torneo siguiente. En este momento de los ocho equipos que calificaron el torneo anterior, cinco están fuera de zona de calificación en este. Tenemos las cosas muy claras e identificadas (…) El grupo siempre ha dado una respuesta muy buena en términos de trabajo y de identificación de estos puntos”.  Lo que quiera que esto signifique.

Es precisamente ese cortoplacismo el que no deja ver ni a Caixinha, ni a nadie que haya sentado en ese banquillo en los últimos 20 años, que el problema de Cruz Azul está en el corazón de una institución que ya se acostumbró a no ganar, a no ambicionar, porque siempre hay un nuevo torneo por delante y por ende una nueva oportunidad, mientras su afición comparte, asiente y vuelve a sentarse en la grada y frente al televisor a esperar el milagro que ni los propios jugadores están realmente comprometidos a buscar. No entienden que la ya desbordada frustración es la exacta medida de sus múltiples y repetidos fracasos deportivos, y que ese laberinto sólo tiene una única salida.

Este círculo vicioso sólo se romperá con estadios vacíos como el de ayer, un Azteca fantasmal que un buen entendedor cargaría en su conciencia como los ‘gritos del silencio’ premonitorios al fin de un negocio que tiene su piedra angular en el aficionado, que lamentablemente no termina de entender su enorme poder en esta correlación.

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