Por qué los cardenales se aíslan para la votación del nuevo Papa: motivos y tradición
Durante el cónclave papal, los cardenales rompen todo contacto con el mundo exterior para sus votaciones, asegurando su libertad de conciencia

Los cardenales entregan sus teléfonos móviles, renuncian a correos electrónicos, redes sociales, televisión, periódicos y cualquier contacto con el mundo exterior, incluida la prensa. Crédito: Gregorio Borgia | AP
Mientras miles de fieles rezan en la plaza San Pedro con los ojos puestos en la chimenea de la Capilla Sixtina, 131 cardenales de todo el mundo se han encerrado en total aislamiento para tomar una de las decisiones más trascendentales de la Iglesia: elegir al nuevo Papa.
Una de las razones centrales de este retiro extremo es evitar cualquier presión externa.
Aislados del mundo por una causa mayor
Desde el momento en que se inicia el cónclave, los cardenales electores quedan completamente desconectados. Están alojados en la Casa Santa Marta, dentro del Vaticano, donde entregan sus teléfonos móviles, renuncian a correos electrónicos, redes sociales, televisión, periódicos y cualquier contacto con el mundo exterior, incluida la prensa.
Durante esos días no tienen acceso a noticias ni pueden recibir visitas. La orden es clara y tajante: Extra omnes (“¡Fuera todos!”), la frase en latín que marca el inicio del encierro.
Este aislamiento no es un gesto simbólico ni una medida de seguridad moderna. Es una tradición centenaria que protege el corazón del proceso: la libertad de conciencia. La Iglesia busca garantizar que la elección del nuevo Papa sea guiada únicamente por la oración, la reflexión y el discernimiento espiritual, sin interferencias políticas, mediáticas o sociales.
¿Por qué este aislamiento radical sigue vigente?
En una era donde todo ocurre en tiempo real, este corte drástico con el exterior puede parecer exagerado. Sin embargo, se trata de una garantía. Aislados, los cardenales pueden concentrarse en su misión sin distracciones ni temores a ser influidos por intereses ajenos a la Iglesia.
Esta práctica también impide filtraciones, especulaciones o campañas soterradas que puedan inclinar la balanza hacia un candidato por razones ajenas al bien común de los católicos.
La elección del Papa no es un acto político, sino espiritual, y así busca preservarse.
Cómo se elige al nuevo Papa
El voto es exclusivo para cardenales menores de 80 años, según lo establecido en 1996. Antes de encerrarse en el cónclave, participan en las Congregaciones Generales: reuniones previas donde debaten sobre los principales desafíos de la Iglesia y perfilan los primeros consensos.
La votación comienza con un escrutinio inicial, a modo de sondeo. Luego, se realizan cuatro votaciones diarias, dos por la mañana y dos por la tarde, hasta alcanzar un resultado.
Cada cardenal escribe en secreto el nombre de su elegido en una papeleta con la frase Eligo in Summum Pontificem (“Elijo como Sumo Pontífice”) y la deposita en una de las tres urnas sagradas. Los votos se cuentan, se revisan y luego se queman.
Si el humo que sale por la chimenea es negro, significa que aún no hay Papa. Si es blanco, el mundo entero sabrá que hay un nuevo líder en la Iglesia.
Este cónclave reúne a 131 cardenales. Para ser elegido, un candidato debe reunir 89 votos: mayoría de dos tercios más uno. Si después de 34 votaciones nadie alcanza esa cifra, el proceso se reduce a los dos cardenales con más apoyos, aunque ambos seguirán necesitando alcanzar los 89 votos.
Cada uno con su papel: los roles en el cónclave
No todos los cardenales votan y esperan. Hay funciones clave:
- Escrutadores: están desginados para recoger y contar las papeletas
- Revisores: controlan la validez del proceso
- Infirmarii: llevan las papeletas a los cardenales enfermos
- Ceremonieros: se encargan de distribuir el material de votación
Finalmente, cuando alguien obtiene los votos necesarios, se le hace una doble pregunta: si acepta el pontificado y qué nombre desea adoptar.
Tras responder, se dirige a la llamada “Sala de las Lágrimas”, donde se viste por primera vez con la sotana blanca. Luego, el mundo conocerá su identidad con las palabras: “Habemus Papam”, pronunciadas desde el balcón central de la basílica.
