Cómo saber cuándo la ira es patológica
La ira tiende a surgir en situaciones que nos hacen sentir frustrados o que nos son desagradables
La ira es una emoción común que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida. Generalmente se trata de una emoción que no es patológica pero, como señala WebConsultas, es posible que sí lo sea en determinados casos.
La ira puede ser patológica cuando surge con mucha frecuencia, o cuando es desproporcionada. Esto representa un peligro no solamente para quien la experimenta, sino también para las personas de sus círculos más cercanos.
¿Qué es la ira?
La ira es una emoción básica y esencial del ser humano para cumplir tres funciones específicas para su supervivencia: facilita el desarrollo de conductas de defensa-ataque, vigoriza nuestro comportamiento y sirve como regulador de las interacciones sociales.
La ira es también una emoción universal porque todas las personas la han sentido o sentirán en algún momento de sus vidas, y porque todos tenemos la capacidad para sentirnos iracundos. Esto la pone al mismo nivel que la alegría, y también de la tristeza.
Por ende, la ira es una emoción tanto normal como necesaria para el sano desarrollo psicológico y emocional del individuo, y que tiene desencadenantes relativamente comunes en la vida diaria.
¿Qué situaciones nos generan ira?
A grandes rasgos, la ira es una emoción que aparece cuando nos involucramos en situaciones que nos resultan frustrantes o que nos parecen desagradables por un motivo o varios. Dichas situaciones generan los pensamientos que desencadenan la emoción.
Las situaciones frustrantes se caracterizan por la falta de recompensa posterior a una acción o conducta de nuestra parte, como tener una mala calificación después de haber estudiado mucho.
Por su parte, una situación aversiva es aquella donde nos enfrentamos a algo desagradable, como una lesión o la experiencia del dolor en general.
¿Cuándo la ira es patológica?
Se puede hablar de ira patológica cuando la ira surge con mucha frecuencia, pero también cuando se manifiesta desproporcionadamente. En ambas situaciones se trata de fondo de un exceso, y ambas suponen un importante obstáculo para el individuo que se enfada.
Un ejemplo común de ello son los infames “ataques de ira“, cuando el enfado de una persona es muy elevado y/o cuando se manifiesta de manera frecuente. Dependiendo de la circunstancia, dichos ataques pueden acompañar un episodio de agresión física dirigido hacia otra persona.
Cómo es de esperar, la ira patológica tiene repercusiones negativas en las relaciones interpersonales del sujeto, pero también en su propia experiencia individual ya que ella puede motivar su aislamiento respecto a sus círculos sociales, lo que afecta su autoestima.
El control de la ira patológica se puede conseguir con la terapia adecuada. Sin embargo, hay personas que no acuden a ella por miedo a sentirse estigmatizados, o por pensar que no la necesitan y que pueden manejar la situación por su cuenta.
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