Del mar al aislamiento de un hospital en El Salvador
El náufrago salvadoreño José Salvador Alvarenga ha pasado en pocos días de navegar perdido más de un año en la inmensidad del océano Pacífico a estar aislado en un hospital
San Salvador.- El náufrago salvadoreño José Salvador Alvarenga ha pasado en pocos días de navegar perdido más de un año en la inmensidad del océano Pacífico a estar aislado en un hospital de su país, donde se recupera, sin contar aún su historia.
Alvarenga, de 37 años, volvió a El Salvador el pasado martes al término de un viaje de dos días en vuelos comerciales desde Islas Marshall, en el Pacífico Sur, poca cosa comparada con los 13 meses que, según relató cuando fue rescatado, duró su odisea en el mar.
Pasado el impacto de su regreso, muy poco se ha sabido de boca del propio Alvarenga, quien a su llegada al aeropuerto, en un vuelo procedente de Los Ángeles (EEUU), apenas pudo balbucear: “no hallo qué decir“, en una breve aparición ante más de un centenar de periodistas locales y extranjeros que le esperaban.
Después, en un video distribuido el miércoles por el Ministerio de Salud, el pescador aseguró: “me encuentro bien”, al tiempo que pedía a la prensa que se alejara.
“No quiero presión de los medios, no quiero hablar con ellos. Quiero estar tranquilo, que mi familia esté tranquila”, expresó Alvarenga desde su cama del hospital en el mensaje grabado en video.
El jueves, los médicos divulgaron un manuscrito en el que el superviviente relató: “el primer día (en el mar) me dio miedo, pero yo le pedía a Dios y Dios me escuchó”.
Y desde entonces, nada más.
Las autoridades médicas han dicho que están sorprendidas por el estado físico de Alvarenga, pero han advertido de que sufre un severo trauma psicológico, que le hace llorar con facilidad, ponerse triste, desesperarse y ya no querer saber nada del mar ni volver a pescar.
A finales de 2012, el salvadoreño salió desde México hacia el Pacífico de su país en busca de tiburones, junto a otro pescador mexicano, pero una tormenta les hizo perder el rumbo y quedaron a la deriva.
Más de un año después y a miles de millas de su destino original, el 30 de enero pasado su barco de unas 7 yardas fue arrastrado hasta un arrecife cerca del remoto atolón Ebon, en las Islas Marshall, donde los lugareños tuvieron problemas para comunicarse con él debido a que solamente habla español.
El director del periódico Marshall Islands Journal, Giff Johnson, dijo a la cadena australiana ABC que los residentes de Ebon relataron que el náufrago “estaba en unos calzoncillos harapientos y que el barco parecía como si hubiera estado en el agua por mucho tiempo”.
Según el relato inicial de Alvarenga en Islas Marshall, su compañero mexicano murió meses después de haber quedado el barco a la deriva, mientras que él sobrevivió al beber la sangre de tortugas cuando le faltaba agua de lluvia y comer esos quelonios, aves y peces que atrapaba con las manos.
Ya en su país, Alvarenga permanece en la unidad de cuidados intensivos del hospital estatal San Rafael, de Santa Tecla (centro), una ciudad aledaña a San Salvador, donde sólo su familia más cercana y los médicos tienen acceso.
La unidad de cuidados intensivos se escogió no por la gravedad del estado del superviviente, sino por el aislamiento que ofrece, según las autoridades del hospital.
Hasta ahora, la única vez que Alvarenga ha sido sacado del hospital de Santa Tecla fue el viernes, cuando se le trasladó por un corto tiempo al Instituto Salvadoreño del Seguro Social, en San Salvador, para practicarle una resonancia magnética.
Aunque inmediatamente después de su llegada se reencontró con sus padres y su hija en el hospital, Alvarenga todavía no ha ido a su casa, en el poblado costero de Garita Palmera, en el departamento de Ahuachapán (oeste), cerca de la frontera con Guatemala.
Familiares, amigos y vecinos -así como una cantidad cada vez menor de periodistas nacionales y extranjeros- llevan días esperando que el náufrago vuelva a su hogar, el que dejó hace unos 15 años para irse a México, atraído por la pesca de tiburones, actividad que sin quererlo le llevó a su aventura solitaria en el Pacífico.
Paradójicamente, fue gracias a su odisea que la familia de Alvarenga supo que estaba vivo, pues lo creía muerto porque tenía unos ocho años de no saber de él.
Como suele ocurrir en estos casos, ya es comidilla entre la prensa local que algunas cadenas internacionales de televisión han ofrecido fuertes sumas de dinero a la familia por la exclusiva del relato del náufrago.