Un abrazo es recompensa para la Caravana de Madres Migrantes
La Caravana de Madres Centroamericanas cumple diez años de regresar cada doce meses en búsqueda de sus hijos con más de 200 reencuentros
@GardeniaMendoza
San Sebastián, Tenochtitlán
María Valle vio aproximarse a un hombre moreno vestido con jeans azules, camisa a cuadros y chaleco de un rojo tan intenso, que lo distinguía del grupo que le acompañaba: era su hijo Yael a quien daba por desaparecido desde hace 16 años.
Al encontrarse se observaron atónitos y, alentados por la multitud, subieron los peldaños del kiosco donde se abrazaron entre lágrimas y susurros, atados el uno al otro por varios minutos hasta que Benita Mejía, vecina de esta localidad ubicada a 180 kilómetros de la Ciudad de México, llamó a la concurrencia a entonar un Padre Nuestro.
Fue el segundo de los tres encuentros que logró este año la Caravana de Madres Centroamericanas, la cual cumple una década con más de 200 reencuentros.
El de María y Yanel Valle, nativos de El Guantillo, Honduras, es un caso de éxito en la extenuante labor de hallar a los migrantes centroamericanos desaparecidos: el Movimiento Migrante Mesoamericano (M3) que acompaña y coordina a las madres, calcula que hay entre 70 mil y 120 mil centroamericanos desaparecidos en México.
Así que cualquier reencuentro es motivo de esperanza para los padres, como José Aníbal Beatoro, oriundo de San Francisco de Coray, Honduras quien no sabe nada de su hijo Darwin desde hace cuatro años, cuando le llamó por última vez desde Nuevo Laredo, Tamaulipas.
A José Aníbal le preocupa la coincidencia de la desaparición de su muchacho con la ejecución de 72 migrantes, acontecida en 2010 en San Fernando, Tamaulipas.
De sólo pensarlo, la madre de Darwin ha enfermado tanto que es su esposo quien ha tomado su lugar en la caravana a la que se unió desde su inicio en Guatemala.
Las madres centroamericanas saben que el proceso de encontrar a sus hijos puede tardar décadas, pero siempre hay esperanza. A Yanel lo encontraron gracias a Benita, quien convocó al rosario en pleno kiosko. Ella se enteró del caso porque Pedro, su yerno, fue compañero de trabajo del hondureño ahí en Hidalgo, donde llegó cansado de un largo viaje en el tren de carga camino a Estados Unidos y encontró calor humano como vaquero.
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