¿Qué es lo más extraño que te han pedido en la cama? Aquí algunas ideas

Muchas personas piden cosas raras a la hora de tener intimidad.

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A la hora de la intimidad muchas personas piden cosas inimaginables. Crédito: Shutterstock

En asuntos relacionados con el catre también aplica la frase aquella de que “entre gustos no hay disgustos”. Es más: ciertas preferencias, como hacerlo con la luz prendida, vestidos o en trío, pueden hasta convertirse en el sello personal de algunos individuos, que no se salen del rango de lo que la mayoría considera normal.

Sin embargo, cuando algunas de estas u otras inclinaciones acaban convertidas en un requisito indispensable para lograr la excitación o alcanzar el orgasmo, se cae en el terreno de las parafilias. Mejor dicho, que ya es patológico. Vale decir que su espectro es tan amplio como extraño.

Basta, por ejemplo, hablar de la autonepiofilia; quien la padece necesita, para sentirse medianamente satisfecho, convertir la cama en una especie de cuna, con móviles, pañales y demás, y ser tratado como un bebé. Por supuesto, se requiere que alguien le siga la cuerda y esté dispuesta a jugar a la niñera.

La cosa se complica cuando el parafílico manifiesta su gusto contra la voluntad de otras personas; ahí clasifica el frotismo. Como su nombre lo indica, hace referencia a aquellos hombres que intencionalmente frotan su anatomía contra cualquier superficie, buscando estimulación. Por supuesto que para ellos las multitudes o las aglomeraciones son como parques temáticos.

Lo que resulta curioso es que si bien a muchos esto puede resultarles repulsivo, e incluso obsceno e ilegal, hay gregomúlcicos que sí sienten un gusto desbordado por las caricias o el manoseo de desconocidos en escenarios de este tipo.

En tiempos de depilación masiva hay grandes damnificados, porque hay quien delira por el vello púbico. Y entre más abundante, mejor. Ese es el caso de los hirsutofílicos, que sienten ganas de salir corriendo ante un lampiño frontal.

Algunas de estas parafilias, hay que decirlo, son peligrosas, como la biastofilia, típica de aquellos que solo encuentran satisfacción sexual cuando someten a la persona contra su voluntad, o la asfixiofilia, que ha dejado más de un muerto. Se trata, cómo no, de aquellos que se excitan cuando experimentan una crítica falta de oxígeno, que los pone al borde de la muerte; para conseguirlo recurren a métodos extremos, que a veces se les salen de las manos.

Por supuesto, también hay otras francamente inocuas, aunque un tanto raras, como la misofilia (o atracción por la ropa sucia), y la keraunofilia, propia de quienes son capaces de llegar al éxtasis en medio de una tormenta, porque los rayos y los truenos les ponen las ganas a mil.

También hay parafilias extremas, pero divertidas y útiles, como la knismolagnia, en la que las solas cosquillas disparan la excitación, y la coreofilia, en la que el baile acaba allanando el terreno hacia el polvo.

Existe una que a mí, en particular, no me molesta para nada: la odaxelagnia. Dar o recibir mordiscos suaves es estimulante, siempre y cuando no haya agresión… Por supuesto.

Como no se trata de dictar una cátedra sobre este tema, prefiero dejar las parafilias escabrosas a los psiquiatras. Esto era por curiosidad. Hasta luego.

– Esther Balac

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