Entre amigas: Las aventuras de enseñar a mi niño a ir al baño

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Crédito: © Jiri Hera - Fotolia.com

Me quedé parada en ese pasillo de Target largo rato. Estudiar todos esos pequeños orinales e intentar encontrar el adecuado para mi hijo me abrumó un poco. Había tantas opciones – asientos cómodos, asientos plásticos, pequeños inodoros de funcionamiento completo. Algunos tenían personajes de caricaturas, algunos eran rosados, algunos eran azules, algunos tenían un pequeño recipiente de más en la parte delantera para los varoncitos, algunos tenían su propio sistema de ventilación.

Afortunadamente para mí, mi hijo hizo su propia selección. Para el baño de abajo, un sencillo orinal blanco con asiento plástico. Para su baño de arriba, un acolchonado asiento de Plaza Sésamo que hace ruidos graciosos cuando presionas un botón. Es más juguete que orinal.

Se sentía tan contento de haber tomado una decisión de niño grande. Gabriel, quien cumplirá 3 años en junio, es el primero en decir que es un niño grande. Estaba tan contento de haber pasado de pañales a calzoncitos desechables o pull-ups (“¡Los pañales son para bebés!”, le gusta decir) y por intentar usar el orinal, que pensé que enseñarlo a ir al baño sería pan comido.

Desde aquel día, hace un par de meses, enseñarlo a ir al baño ha sido cuestión de suerte. Le hemos proporcionado todo para que tenga buenos resultados. Se le permite llevar un amigo con él (por lo general, Gordon, su trencito de juguete) y un libro para mantenerlo ocupado hasta que sienta la necesidad. Cuando utiliza el orinal satisfactoriamente, nadie se siente más orgulloso que Gabriel. Se pueden escuchar sus gritos de “¡Lo hice!” por toda la casa.

Cuando todo resulta bien, resulta muy, muy bien, pero cuando las cosas van mal volvemos a empezar desde cero. Hemos tenido que lidiar con retos típicos como la frustración, las rabietas y la rebeldía, y grandes percances como una malísima infección respiratoria y ataques de asma que lo dejan cansado y de mal humor. Como madre, me disgusta ver que perdemos lo que habíamos progresado cuando nos encontramos con estos percances.

La constancia es clave cuando se trata de enseñar a un niño a ir al baño, y cualquier libro de crianza y mamá veterana te dirían lo mismo. Durante momentos de rabietas, enfermedades y otros percances, hemos intentado seguir reforzando el uso del orinal de la manera más positiva posible. Después de todo, no quiero sentirme tan abrumada como me sentí aquel día en el pasillo de los orinales en la tienda. Pero este proceso se está demorando mucho más de lo que debiera. Entre tú y yo, no puedo evitar pensar en mi propia responsabilidad con respecto a la demora en lograr buenos resultados en el orinal. ¿Estoy siendo lo más constante que puedo ser? ¿Le estoy permitiendo que se distraiga con juguetes y libros? ¿Estoy haciéndolo como es debido?

Saber cuándo pasar de una etapa de la infancia a la otra es preocupante. Una preocupación muy moderna que tengo es hacer de sus visitas al baño una mala experiencia, y por eso intento encontrarle la alegría a una actividad que solo debe ser parte del día. Me tengo que obligar a tomar un descanso y recordarme de que no voy a tener que comprarle calzoncitos desechables cuando esté en la escuela secundaria y que no le tendrá miedo irracional al inodoro porque yo insistí en que lo usara. En algún momento, acertaremos. Solo tengo que seguir adelante con una mente positiva y paciencia – tanto conmigo misma como con mi hijo.

En nuestras próximas ediciones, recurre a este nuevo espacio diseñado para que las mujeres compartan los tormentos y frustraciones de la maternidad desde una perspectiva de primera persona. Conoce, de sus propias bocas, cómo enfrentaron los problemas y cómo deciden superarlos. Estamos abriendo puertas para comunicarnos abierta y francamente con respecto a la crianza de nuestros hijos, solo entre amigas.

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