La Villita: una historia mexicana

A quince kilómetros de Dauphin, una pequeña ciudad (población: 8,250) en la provincia canadiense de Manitoba, se levanta -orgulloso- el pueblo de La Ville mexicaine, conocido por sus habitantes como La Villita. Es, sin duda, un hábitat asombroso: en un par de décadas, unos setenta inmigrantes de Jalisco, Nayarit, Sinaloa y Chihuahua han recreado un “auténtico” pueblo mexicano en la zona gélida.

La población incluye un doctor, dos policías, cuatro clérigos (con siete hijos cada uno), trece licenciados, siete ladrones, seis prostitutas, cinco narcotraficantes, tres vacas, dos puercos, una gallina y dos pericos. Además, vive un “coyote” que por una suma módica ayuda a transportarse a La Villita a indocumentados de México que cruzan por Dakota del Norte.

A pesar de su escala menor, el tráfico es imposible. Nadie respeta las señales de tránsito. Una “mordida” evita una multa por manejar en estado de embriaguez. Además, el ausentismo caracteriza al cuerpo policial. A las cinco de la tarde, la hora de mayor tránsito, los policías frecuentan las cantinas.

Si bien es breve, la historia de La Villita es intensa y hasta trágica. Los primeros asentamientos se remontan a la década del setenta, cuando, según los demógrafos, la invasión mexicana de Canadá adquirió relieve. (En 2006 había unos 61,500 en todo el país). El fundador y patriarca es Justino de la Fuente, oriundo de Puerto Vallarta. Apodado “El Jefe”, de la Torre estuvo en Austin, Portland y Chicago antes de entrar ilegalmente en Canadá. Trabajó ocho meses en la Real Casa de Moneda, en Winnipeg. De allí se trasladó a Dauphin y luego de un par de años compró trece hectáreas en lo que hoy es La Villita, declarándose alcalde supremo a pesar de ser hasta entonces el único villista en existencia.

“El Jefe” trajo de Jalisco a su esposa María Cecilia “La Chunta” de la Fuente y González, a la que siguieron sus tres hijos, Javier Lorenzo “El Menso”, Guadalupe Garcilasa “La Pepa” y Sebastián Modesto “El Guajolote”. All legar a La Villita, “El Jefe” los dotó de pasaportes canadienses falsos.

El hijo menor de “El Jefe” asesinó al mayor con un espadazo bíblico. Meses después, “La Chunta” tuvo un romance con el esposo de su comadre, del cual nació Refugio Contreras “La Sobra”, que a los siete años fue coronada “unánimemente” por su padre como “La princesa de las flores” por su obsesión a oler hortensias.

Nadie en La Villita se atreve a mencionar que “El Jefe” ha ganado cinco elecciones municipales en las que nadie ha podido encontrar las urnas de votación y que ha estado en la cárcel siete veces. Su delito siempre es la corrupción, que él niega. Antes de entrar en prisión la última vez, “El Jefe” proclamó La Villita como “territorio autónomo e independiente” y redactó una constitución -en español, francés e inglés- que suma quince páginas y contiene setenta y dos cláusulas y quinientas treinta y siete faltas ortográficas. Una de las cláusulas afirman que una bandera villista “de tres colores (verde, blanco y rojo)” debe izarse diariamente a las nueve de la mañana en el parque “Bomberito” Juárez. La bandera desapareció al tercer día.

Según Jeremy F. Milloy, autor de la versión revisada de A Guide to th e Study of Manitoba Local History (1981), de Gerald Friesen y Barry Potyondi, jamás un villista ha pagado impuestos locales, provinciales o federales.

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