Esperanza contra la diabetes
Abren la primera clínica de México y América Latina contra esa enfermedad
MÉXICO. D.F. Todos los amigos retozaban en torno a la comilona. Era el final del Día de la Candelaria, había atole y tamales. Jugo de naranja, pan dulce, tacos, café con leche y a Juan Isidro Castillo se le hacía agua la boca. Lo pensó dos veces hasta que lo doblaron sus adentros, “que tanto es tantito”.
Al impulso que duró apenas unos segundos siguió el asalto a las grasas, los carbohidratos y los azúcares y un desmayo en plena calle, camino a casa, cuando la indisciplina le cobró la factura con un coma diabético que llevó la glucosa hasta 509., cuando los niveles normales son de 80-100.
Castillo regularmente tiene el control de la enfermedad que le diagnosticaron hace siete años, después de tres décadas de beber diariamente cuatro litros de Coca Cola, la bebida edulcorada de su preferencia, y toda una vida de comidas rebosantes de grasa, frituras, carnes doradas, antojitos mexicanos.
“El entorno social en que se mueven los pacientes diabéticos es la mayoría de las veces su peor enemigo”, describe Plácido Enrique León, director general de Servicios Médicos de salud pública del Distrito Federal, que ideó la primera clínica del país y América Latina especializada en diabetes, la segunda causa de muerte de los mexicanos después de las enfermedades cardiovasculares.
Este innovador concepto busca desde el pasado 6 de marzo atender los casos ya diagnosticados de la enfermedad a través de la red de hospitales públicos, pero también hacer una intensa campaña sobre las causas y consecuencias sobre las que existe un desconocimiento casi total.
La ignorancia de la población es tan grave como el hecho de que sólo el 6% de los 10 millones de personas que la padecen en el país sabe que es diabético. “Vienen a atenderse cuando el padecimiento está ya muy avanzado, cuando tienen principios de ceguera o hay que amputarles las piernas”, alerta el doctor Rubén Ramírez, quien también es parte del proyecto.
“Nuestra apuesta es la prevención porque cada vez hay más casos de gente joven diabética, ¿incluso de menos de 20 años”.
La dieta es una de las piezas claves en el ajedrez de la cruzada pública de la capital mexicana. Para empezar, el gobierno local firmó un acuerdo con el hospital de Nutrición Salvador Suvirán, donde enviará los casos más graves mientras la clínica especializada tendrá un chef para enseñar que las dietas sanas no es tán peleadas con el buen sabor.
Otro reto es que la gente comprenda la relación entre ciertos alimentos y la enfermedad para evitar así las 76,000 muertes que cada año ocurren en todo el territorio nacional, 10,000 de éstas en la Ciudad de México.
El año pasado, la organización civil Alianza por la Seguridad Alimentaria arrancó una dura campaña con propaganda gráfica en muros públicos donde aparecía un hombre mutilado por la diabetes que pedía frenar el consumo de refresco con un impuesto del 20% al producto, pero no prosperó.
Desde los años 70, las empresas refresqueras mantienen una agresiva publicidad que sugiere estatus social a quienes consuman sus bebidas. Además tiene efectivos mecanismos de distribución (pueblo por pueblo) y un atento lobby en el congreso que impide reformas contrarias a sus intereses.
Con todo, México ocupa hoy el primer lugar de consumo de bebidas edulcoradas en el mundo.
El doctor León señala que por ahora el papel de las autoridades sanitarias locales frente a las refresqueras es más bien pasivo porque consideran que la prohibición no es el camino a tomar en la lucha contra este mal.
“el paciente diabético y sus familias tienden a negar la enfermedad y asustarlos con imágenes tan fuertes similares a las de los cigarros o alzar los costos del producto tendría un impacto contrario”, describe. “Los malos hábitos deben dejarse voluntariamente”.
Para ello comenzaron la capacitación del personal de la red de clínicas y hospitales del DF y después realizarán talleres en las escuelas para instruir a los niños sobre la importancia del ejercicio y la nutrición, dos temas ausentes en la educación pública.
Los hijos de Isidro Castillo, por ejemplo, aún consumen refresco todos los días y se reúnen los domingos para comer barbacoa, a pesar de que su padre es diabético.
El mismo enfermo no ve las razones para que los suyos dejen sus costumbres.
“El enfermo soy yo no ellos”, concluye como si la diabetes se adquiriera por azares del destino que se ensaña en tener esclavos de la insulina. Por su cabeza no pasa que la alimentación es la principal causa, sino por herencia, y se sorprende ante la información del médico que lo atiende como uno de sus primeros pacientes en la clínica especializada. “Ay, no me diga”.