Peregrino de la esperanza

El papa mantiene una apretada agenda en su quinto día en Río.

El papa mantiene una apretada agenda en su quinto día en Río. Crédito: EFE

Al grano

Decepcionado y alejado de las capillas y los curas, veo este momento histórico de la Iglesia Católica con expectativa, siendo un espectador crítico, pero, creyente.

A los únicos que preocupa Jorge Bergoglio es al grupo de cardenales y obispos que como la típica mafia italiana mandaba en el Vaticano a sus anchas. Esos tiempos terminaron.

Por fin alguien llegó a ponerlos en su lugar, dándole la razón a quienes exigían una evolución. ¡Cuánta falta le hacía al mundo católico un nuevo rayo de ilusión espiritual y ver un auténtico remesón detrás de las gruesas paredes del Vaticano, que por siglos ha escondido asesinatos, robos y traición! Podría decirse que en sus salones y pasillos se ha librado una batalla entre el bien y el mal.

Llegó un tiempo distinto, no solo de predicación y siembra de una nueva fe, sino de generar confianza y unión en una Iglesia golpeada y mancillada por sus propios miembros.

En los cuatro meses de pontificado, Francisco ha logrado cambiar la visión de una institución cargada de pecados, desde la pederastia, el encubrimiento de los jerarcas de ese delito, la complicidad inmoral y la ambición desmedida de poder y dinero.

El nuevo Papa limpia la casa, comenzando donde más les duele a los anquilosados cardenales y obispos que cometen, entre muchos otros, el pecado de la codicia. A mediados de julio ordenó reformar la estructura económica administrativa de la Santa Sede. Un mes antes, Francisco sorprendió creando la comisión para reformar el Banco Vaticano, una institución podrida que ha lavado dinero sucio de todo el planeta, hasta de las mafias del narcotráfico.

Reformó leyes del código penal, mediante un decreto en el que amplió la definición de delitos contra menores de edad, para castigar de forma ejemplar la inducción a la prostitución, los actos sexuales con niños y niñas y a los que posean pornografía infantil.

Francisco recuerda que la iglesia debe ser pobre y estar con los pobres, dándoles una lección de humildad a los arrogantes y soberbios curas, obispos y cardenales, muchos de ellos enseñados a vivir en la opulencia. Les ha ordenado ir a los arrabales a buscar a la gente que le falta pan y justicia. Dice que “ningún esfuerzo de pacificación será duradero para una sociedad que ignora, margina y abandona en la periferia a una parte de sí misma”. También apoya la lucha de los indignados.

En su peregrinaje que hace por Suramérica, Francisco va cubierto de un halo de sinceridad. Arrastra multitudes entusiastas y alegres. Jóvenes y ancianos. No solamente gente piadosa y complaciente; también están regresando los que dudaban, los que perdieron la alegría y la ilusión, quienes vuelven con su parranda, sus sonrisas, bailes y cantos.

El rostro jovial y su energía, a pesar de los 77 años, proyecta una nueva cara de la Iglesia Católica, haciendo resurgir la fe en almas incrédulas.

Ahora vendrán tiempos de examen y vigilancia por parte de los feligreses quienes deben ser garantes de este cambio para que los curas de parroquia respeten y cumplan lo que demanda Francisco, el sacerdote vestido de blanco que los conoce y los comprende. El cura de los pobres, del pueblo, el humilde.

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#papaFrancisco Iglesia Vaticano

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