Ancianos eligen entre mascota o soledad en Nueva York

Algunas personas mayores se las ven negras para tener su animalito en sus viviendas

Una mujer  pasea a su cachorro Coquí por  uno de los parques de la ciudad.

Una mujer pasea a su cachorro Coquí por uno de los parques de la ciudad. Crédito: <copyrite>EDLP</copyrite><person>Fotos: Mariela Lombard< / person>

NUEVA YORK — Para muchos ancianos su mascota representa su única compañía y pasa a ser un importante miembro de su familia, sobre todo cuando la soledad se ha incorporado inexorablemente a sus vidas.

A comienzos de mes, el dramático caso de una hispana de 67 años cuya cotorra Cuca fue “secuestrada” a punta de pistola en su residencia en El Bronx — y que luego fue recuperada por la Policía— pone sobre al tapete cuán grande puede ser la angustia de una persona ante el peligro de perder a una mascota querida.

En otro caso reciente, pero ocurrido en Puerto Rico, Eusebio Carrasco le dio un funeral con todas las de la ley a su fiel perro Brownie, porque para él su animalito era como su “hijo”.

En Nueva York, los ancianos amantes de las mascotas deben sortear innumerables peripecias para mantener a sus compañeros incondicionales en sus hogares, a pesar que las regulaciones de algunas viviendas sean adversas y la ira de los caseros los pueda llevar a enfrentar la amenaza del desalojo.

“Cuando uno se apega a una mascota, dejan de ser animales para pasar a ser miembros muy importantes de la familia”, sostuvo Rosa Rivera (nombre ficticio para proteger su identidad), de 72 años, que vive con su mascota Princess, una chihuahua de siete años.

Rivera se mudó el año pasado a un edificio del programa Mitchell-Lama y literalmente se la pasa rezando, porque cuando firmó el contrato dijo que no tenía mascotas y eso consta, no solo por escrito, sino que además le tomaron fotos al apartamento donde vive en Manhattan.

Aunque nadie se ha quejado, la mujer está consciente de que corre el riesgo de enfrentar una orden de desalojo.

“No pienso en eso porque me enfermo. Me mataría la soledad”, aseguró.

Rivera, que conoce sobre la Ley de Animales que anula la cláusula de no poseer animales en el contrato de arriendo, si la mascota ha sido abiertamente expuesta por el inquilino durante un período de al menos tres meses y nadie se ha quejado, vive temerosa de que la separen de Princess.

“No quiero correr ningún riesgo”, indicó temerosa la mujer cuyo quehacer diario gira en torno a Princess.

“No la puedo dejar sola en el apartamento porque empieza a ladrar y esto me puede delatar, así que la saco dentro de una cartera grande y me la llevo a todas partes”, reveló.

Sin embargo, esto no deja de ser también un inconveniente, porque hasta entrar a la farmacia se torna en una odisea.

“Siempre debo pedirle a alguien que me le eche un ojo mientras entro a comprar lo que necesito”, relató.

Rivera, que recibe una pensión de $1,368 por mes y paga $430 mensualmente de renta, recalcó que a veces “me la veo a gatas”.

Tener a Princess le cuesta unos $35 mensuales en comida más los $250 que paga una vez al año al llevarla al veterinario.

De acuerdo al Departamento de Higiene y Salud Mental, Nueva York es el hogar de medio millón de perros y una cifra casi similar de gatos.

María Ángel, de 79 años, residente en Manhattan, aseguró que Lenon, un pastor alemán de ocho años, es muy especial.

“El no solo es mi compañero, también es mi confidente”, dijo Ángel quien puede tener a su perro en el edificio de la Autoridad de Viviendas de la Ciudad de Nueva York, NYCHA, porque la regulación que no permite perros de más de 25 libras de peso, entró en vigencia en 2009 y la protege.

“Me gustaría tener más de un perro, pero no me lo permiten”, recalcó.

Para Billy Penn, administrador de un edificio en la calle 94 en Manhattan, que no permite mascotas en su inmueble, la situación es compleja.

“[Los perros o gatos] Rasguñan los tapetes —si sus propietarios no les cortan las uñas— además de los pisos de madera, y no todos son tan limpios con el aseo”, subrayó.

“Muchos inquilinos sufren de alergias y si van en un ascensor, ellos no tienen por qué sufrir, ya que no es que no les gusten los animales, sino que no los pueden tener cerca”, agregó Penn.

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