Surgen autodefensas ante violencia en Acapulco

Un pueblo creó su propio ejército y arma su 'revolución' en Guerrero

En Xaltianguis, Acapulco, las autodefensas han liberado al pueblo de delincuentes.

En Xaltianguis, Acapulco, las autodefensas han liberado al pueblo de delincuentes. Crédito: Bernardino Hernández / Especial para La Opinión -

XALTIANGUIS, Guerrero.— Por años se ha sabido que las bandas del narco rondan este poblado, ubicado a unas 30 millas de Acapulco, pero cuando sus sicarios comenzaron a extorsionar, secuestrar, robar y matar a diestra y siniestra, la gente se lamentó: “el hijo del diablo tomó posesión”.

Entonces, los habitantes de este humilde lugar, que vive del campo y las remesas, voltearon hacia las comunidades de la Tierra Caliente de Michoacán y las regiones de la Costa Chica, Costa Grande y La Montaña de Guerrero, que se levantaron en armas para protegerse de los criminales, y acordaron seguir sus pasos con rifles “a medio servir”.

Así, en mayo, nació el grupo de autodefensa de Xaltianguis, integrado por más de 200 personas, aunque la idea es llegar a las 500. Hace dos días la prensa informó que un centenar de mujeres se unió al movimiento; ellas también portan armas. Apenas cuatro días atrás se había lanzado la convocatoria.

“Aquí [la autodefensa] nace por una desesperación inmensa, de impotencia”, comenta su líder Miguel Ángel Jiménez Blanco.

“Sucedió que el crimen organizado tomó posesión del pueblo […] Hubo secuestros, comenzaron a robar a la luz del día, en la misma cancha del pueblo. Nadie podía hacer nada”.

Nada de eso pasa ahora, afirman la policía civil y algunos pobladores. “La cárcel era nuestra propia casa, hoy nos sentimos libres”, asegura Apolinar Hernández, un hombre que este domingo ha llevado a su familia al río del pueblo, algo que no hacía por años.

Al lugar ha descendido un puñado de hombres con rifles de bajo calibre y pistolas. Vienen a comprobar que haya tranquilidad en una de las áreas que le han ganado a los delincuentes. “Antes no te podías meter a este territorio, lo que ya se puede a partir de este movimiento”, dice José, quien porta una pistola calibre .38 especial de cinco tiros.

Él regresó del estado de Washington hace dos años por falta de trabajo. Es por su familia, dice, que patrulla su comunidad ocho horas diarias sin recibir un centavo. “Sé que me pueden matar, pero prefiero que me maten peleando como comunitario a que me asalten y por ahí me tiren”, señala.

Dos cosas comparten muchos de estos hombres que cuidan celosamente al pueblo: que han ido a trabajar a Estados Unidos y que han sido víctimas de alguna u otra manera de los criminales.

“Hay que defender al pueblo, no queda de otra”, expresa con voz débil Manuel Vega, un anciano que es uno de los fundadores de la agrupación. Él recuerda que en las primeras reuniones las frases más comunes eran “¿y si nos vienen a chingar?” y “mejor nos quedamos con la familia”.

“Ignacio”, un joven que trae un dije con la forma de un rifle AK-47 o “Cuerno de chivo”, cuenta que él se unió a los comunitarios porque tomó el asunto como algo personal. “Vi morir a dos amigos”, dice.

Hoy Xaltianguis, con casi siete mil residentes, se ha declarado libre del hampa y su gente (que se encarga de alimentar y cubrir otros gastos de la autodefensa) ha tomado un par de veces la carretera federal México?Acapulco para impedir que el Ejército desarme a los guardias. El gobierno local se ha reunido con ellos, pero no ha querido meter las manos en el conflicto.

Jiménez Blanco, el líder, afirma que es porque se palpan los resultados. “Regresamos 25 años, cuando era un pueblo unido. Se recuperó como en la época de la Revolución, cuando la gente volvió a retomar la esperanza”, dice el “comandante” de Xaltianguis. “Este movimiento es padrísimo, decimos que es como una locura colectiva”, expresa con una sonrisa.

Pero no sólo los militares se oponen a sus actividades. Grupos de campesinos, que sólo reconocen a las policías comunitarias que por 19 años han operado en La Montaña, temen que el propio narco tenga las manos metidas en estas organizaciones, reclamando que poseen armas de grueso calibre.

“Definitivamente pueden estar los mismos narcos en las autodefensas, hay asesinos, hay cuatreros, hay gente mala”, advierte Marco Antonio Suástegui Muñoz, dirigente de agricultores en el municipio de Acapulco. “Hoy en día cualquier cabrón que tenga un arma, sin siquiera importar sus antecedentes penales, es reclutado en esta policía”, agrega.

Ya casi se oculta el sol y los vigilantes de Xaltianguis (recién llegados de un recorrido) reciben la alerta de que un espía del narco anda rondado la comandancia, donde tienen su centro de operaciones. Es un tipo gordo que estacionó su motoneta al otro lado de la carretera y se cruza de brazos fingiendo no verlos.

“Es un ‘halcón’”, afirma alguien. Ya hay doce guardias con rifles, pistolas y ametralladoras junto a una trinchera de costales de arena. Pero el sospechoso tiene la sangre fría y los ignora. Se relaja el ambiente.

No han faltado las amenazas por teléfono y radio de que un comando de sicarios llegará a recuperar el territorio perdido, acabando primero con todos los policías comunitarios. Estos dicen que no les tienen miedo y que los enfrentarían con sus rifles “a medio servir” y con lo que tengan a la mano.

“Quisiéramos que se aparecieran por aquí, porque deben muchas muertes”, dice José.

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