Lágrimas a la moda

Estamos en el siglo donde los machos lloran

"Los hombres no lloran", nos cantaleteaban en casa.

"Los hombres no lloran", nos cantaleteaban en casa. Crédito: Shutterstock

Papeles

De nuevo está de moda su majestad la lágrima. Lloró el portugués Cristiano Ronaldo al recibir por segunda vez el balón de oro. Berreó y moqueó el rey Pelé cuando recibió el equivalente al Oscar honorario por haber convertido las patadas en una de las bellas artes. Debe estar que derrama lágrimas de cocodrilo el presidente Hollande, de Francia, no por ser infiel, sino por haberse dejado pillar con las manos en la masa y disfrazado de motociclista.

Su guardaespaldas era el encargado de comprarle cruasanes para las noches de amor. Con razón lo pillaron…

Alistan las glándulas lacrimógenas los ganadores del Oscar que incluirán lamentables discursos, algunos escritos en papelitos, en los que agradecerán a la maestra de prekinder que les hubiera enseñado a distinguir la letra “a” de un perro caliente.

Mandarán saludos a la primera novia y a la última amante.

En Colombia, otro país de lágrima fácil, los de arriba también lloran. Debe haber llorado para su almohada el alcalde bogotano Petro por haber votado por quien ahora lo destituye del cargo y le decreta la muerte política durante 15 años, el procurador Ordóñez, en un pecaminoso cambalache de puestos por voto.

Y lloró hace poco el periodista Yamid Amat, director de CMI, uno de los más influyentes de Colombia en las últimas décadas.

La revista Semana informó que el veterano aplastateclas que vive la chiva periodística como si fuera un orgasmo, berreó ante al anunciar en la redacción que había fallecido un ser “humano” excepcional: Homero, su perro. El turco Amat convirtió su rostro en una catarata del Niágara. Alguna “garganta profunda” filtró el drama que vive quien les firma la quincena y los regaña sin ninguna poesía. Ahora Colombia se solidariza con este animal de la noticia.

Amat, quería más a Homero que a sus zapatos viejos, levantarse tarde, comer con los dedos, chiviar, entrevistar personajes, jugar blackjack, rodearse de mujeres bellas al estilo de su jefe, el fallecido presidente López, y apostar en las carreras de caballos.

Lo acompaño en su pena. En casa sufrimos la pérdida de Yiya, nuestra French Poodle. Tenía la edad de Homero y su libido se había aquietado.

Despachamos a Yiya por la vía rápida de la eutanasia. Le celebramos el aniversario de su muerte cada año. En nuestra tarjeta de Navidad siempre aparece ella derrochando buenos deseos. Le damos gracias a Yiya por habernos mejorado el currículo. Lamento no haberle alcahueteado más despelucadas eróticas, pero actuaba como guardaespaldas de su virginidad. O mejor, tenía el encargo de que repitiera maternidades.

En alguna época el llanto era exclusivo de las mujeres. “Los hombres no lloran”, nos cantaleteaban en casa. Hasta que algún macho alfa descubrió las bondades de la liberación por la vía de la lágrima. Lloramos y quedamos cero kilómetros. Estamos en el siglo de la lágrima. Felicitémonos, machos. El llanto es demasiado importante para dejárselo a ellas.

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