Resonancias mexicanas: Territorio Televisa
Finalmente, Enrique Peña Nieto promulgó la ley secundaria en materia de telecomunicaciones y radiodifusión que lamentablemente va en contra de lo establecido en la Constitución Política: el fin de los monopolios. Esta ley reglamentaria redactada entre las oficinas de Televisa y los Pinos, lejos de poner un límite a las empresas preponderantes, es una vía para que incrementen su influencia y poder económico.
La ley es simplemente una simulación del gobierno de Enrique Peña Nieto por «hacer creer» que tiene la firme intención de establecer equilibrios entre las grandes empresas monopólicas. La letra firme de dicha normatividad promulgada, permite la expansión de la empresa Televisa en radiodifusión (radio y televisión) y entrar de lleno al sector de las telecomunicaciones.
Televisa gana porque podrá tener mayor concentración en el mercado de la televisión de paga, pues seguramente pronto buscará perder el estatus de “preponderante” al definir su influencia por sector y no por servicio. Gana también porque al dejar de ser preponderante no se verá obligada a compartir su infraestructura con los nuevos concesionarios. Gana Televisa porque se amplía el margen de venta de espacios publicitarios, sin considerar los infomerciales. Y gana sobre todo, porque podrá competir con las empresas de Carlos Slim en condiciones de desigualdad, es decir, toda la protección y beneficios para Televisa y todas las limitantes y sanciones para Telmex–Telcel.
Era obvio que la ley beneficiara a la empresa Televisa, ésta invirtió recursos multimillonarios y tiempo aire para llevar a Enrique Peña Nieto a la silla presidencial. Tarde o temprano cobraría la factura. Pero el problema es que la ambición de este tipo de empresarios aniquila el derecho de los ciudadanos a tener mejores contenidos en la televisión.
El gobierno federal ha emprendido una campaña propagandística para exaltar los supuestos beneficios de la Reforma con argumentos como: a partir del 2015 ya no se pagará larga distancia nacional, los usuarios podrán cambiarse de compañía celular, se podrá consultar el saldo sin costo, el crédito del prepago durará al menos un año, habrá internet gratuito… y sólo de refilón apenas imperceptible refiere que se podrá ver los canales de TV abierta en los servicios de televisión de paga. Si analizamos dichos “beneficios” fácilmente podríamos concluir que para ello no se necesitaba una reforma, simplemente bastaba con respetar la ley y normar a las empresas.
Pero sabemos que el tema es más complejo de lo que el mismo gobierno quiere minimizar. La reforma en telecomunicaciones, es la implementación de un marco legal que permitirá que la empresa Televisa y sus filiales (socios) crezcan sin límite bajo el amparo de la ley. Con ello, difícilmente vamos a tener competidores en materia de radio y televisión, pues la industria de producción de contenidos y exhibición de publicidad está controlada por la empresa de Emilio Azcárraga y prácticamente ninguna empresa independiente podrá tener el poder de penetración que actualmente tiene Televisa.
Es falso que la reforma sea en beneficio para los ciudadanos mexicanos, en realidad la Reforma se escribió con objetivos definidos, nombres y apellidos: frenar a Carlos Slim y expandir a Emilio Azcárraga. El primero está jugando un juego de inteligencia (del que nos ocuparemos en una siguiente entrega) al vender activos de Telmex–Telcel, para quitarse de encima la etiqueta de “proponderante” y así crecer dándole vuelta a la ley, el segundo, sigue y seguirá haciendo la televisión que tanto le ha gustado al PRI en los últimos años: televisión para jodidos.
Ecos…
El regreso del PRI al gobierno no es sólo el retorno de una clase política de militantes disciplinados, sino más bien es la llegada de la élite y el establishment que por años ha definido el rumbo del país. Aquella idea de Emilio Azcárraga Milmo de hacer televisión para «jodidos» persiste en la idea política de los nuevos gobernantes: la televisión debe ser un instrumento de control y enajenación. No importa que Carlos Slim tenga mayor poder económico, pues sus millones de dólares no consiguen el efecto de la televisión: inventar un presidente de papel que sólo puede expresarse con la ayuda del teleprompter.