La guerra contra las drogas y el Presidente
En abril habrá una caravana de familias de Guatemala, Honduras y El Salvador
El cruce entre el peligro trágico que es la guerra contra las drogas en Centro y Sudamérica con la reforma del sistema criminal en Estados Unidos nunca ha sido tan claro. Es obvio que los latinos sufren bajo un sistema penal que no funciona.
En el 2012 fui testigo de la Caravana por la Paz que empezó en México, cruzó seis mil millas antes de llegar a Nueva York. Los integrantes llegaron con un mensaje al país –el consumidor más grande de drogas ilegales en el mundo. Cambien, por favor, su moda de ser y paren esta guerra.
Fui testigo también recientemente de algunas madres mejicanas que llenas de lágrimas hicieron presencia en frente del monumento de Washington en el Capitolio estadounidense. Su mensaje fue igual de claro: ayúdenos a para las muertes, a los desaparecidos y pon un fin a esta guerra.
Y en abril del corriente seré testigo a una caravana de familias de Honduras, Guatemala y El Salvador que viajaran por México a recorrer a otros hacia su última parada en Nueva York para enaltecer una sesión especial de las Naciones Unidas que se enfocará en la política global de las drogas, llamada el UNGASS. Ellos también exigirán un cese en la guerra contra las drogas.
A la misma vez los latinos en este país sufren de los efectos dañinos de un sistema penal que discrimina racialmente y que no funciona equitativamente. Estos son las consecuencias de la política prohibicionista y fracasada que los Estados Unidos continúa por décadas.
Estos acontecimientos ocurren en un contexto donde la reforma del sistema penal por fin tiene audiencia en el Senado federal, en la Casa Blanca y al nivel nacional. Ocurre a la vez que hasta el vocabulario de la “adicción” se transforma a “desorden de abuso de sustancias” justamente porque la cara de la adicción para la heroína y drogas farmacéuticas es ahora más blanca, y menos afro-americana y latina. Si eso es la manera de cambiar el modelo de prohibicionista y encarcelamiento hacia un modelo de salud y tratamiento, lo acepto.
Lo acepto también porque por fin tenemos un Presidente que entiende. Un Presidente que visitó una prisión – el primero en historia. Un Presidente que admite que sus imprudencias juveniles lo llevó a experimentar con drogas.
Pero Sr. Presidente no puede acabar ahí. Tiene que confrontar el factor que impulsa el motivo insaciable para castigar que existe en el país. Tiene, Sr. Presidente, que hablar de la guerra contra las drogas.
Le exijo que se presente a la ONU durante la reunión de UNGASS en abril. El Presidente debe reafirmar que el modelo de salud y tratamiento es lo que necesitamos hoy para enfrentar la crisis de la adicción y no la encarcelación masiva y la militarización de hemisferio.
Sr. Presidente, debe de oír las voces de reforma que vienen de Centro y Sudamérica. Oír su pedido, su lamento, su humanidad. Y hacerle eco en la tarima global.