¿Pecar o no pecar?

Aquello que queremos controlar, nos domina. Si en cambio somos capaces de tolerar el pánico de no tener el control, podemos acceder a la libertad

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Crédito: Shutterstock

La mutua atracción y la posibilidad del romance habían quedado sobre la mesa. El problema es que tanto Sonia como Gabriel eran buenos amigos y estaban casados. Ambos tenían treinta y pico y buenos matrimonios con hijos.

A él le tomó pocas semanas darse cuenta que quería avanzar. Sentía que más allá de la fuerte admiración que sentía por Sonia, el tema era mayormente calentura y por ende, podría jugar con fuego sin quemarse.

Ella en cambio, estaba más contrariada. Las mujeres solían tener dificultades para disociar el cuerpo del alma con tanta facilidad, y requerían estar conectadas afectivas o emocionalmente.

Sin embargo, como Sonia había estado con un solo hombre en toda su vida, la curiosidad, las ganas de probar algo nuevo, de sentirse deseada, valorada, la empujaban hacia adelante.

Llevaba quince años de pareja, y aunque su vida estaba bien, pensar que iba a ser así hasta el final de sus días era algo que la aterrorizaba.

En una conversación a fondo con su potencial amante, jugó a enmarcar el vínculo, como queriendo definir el marco de reglas en el que discurriría la aventura. ¿Era posible, o una vez que las personas entraban al baile se perdía el control de la situación?

A Sonia la angustiaba mucho pensar que su matrimonio podía destruirse. Se sentía superficial e irresponsable por estar alimentando esta pasión clandestina. Y culpable, al imaginarse fallándole a su marido.

Se aferró a la estrategia de que las burbujas no deben ser pinchadas, sino absorbidas. ¿Pero era cierto, o simplemente estaba negando lo que verdaderamente le pasaba con aquél hombre? Para ella, la idea de absorber la burbuja significaba evitar romper una relación con alguien a quien quería y admiraba mucho. Sonia no deseaba reventar la burbuja, que en términos prácticos implicaba no ver nunca más a Gabriel.

Por lo tanto, seguía conectada por celular y se reunían en cafés. Cuando la temperatura de la relación subía mucho, antes de cruzar el umbral del pecado ella se sentía mal y clavaba los frenos. Gabriel, fuera por la perseverancia obsesiva del deseo, o porque en realidad estaba más comprometido emocionalmente de lo que estaba dispuesto a reconocer, aguantaba la situación como un caballero.

Y así iban pasando los meses, en los que Sonia oscilaba entre no verlo más y volver a buscarlo. La situación no podía ser más contradictoria. Cuanto más intentaba sacárselo de la cabeza, más ganas tenía de estar con Gabriel. Por el contrario, cuando se acercaba a él, al principio la ansiedad se reducía, pero luego el deseo se volvía ingobernable. ¿Cómo salir de aquella trampa, en la que ambas alternativas parecían perdedoras?

Así las cosas y sin proponérselo, se encontró contándole el dilema a su abuela, una inmigrante italiana de ochenta y nueve años. La anciana la escuchó pacientemente sin juzgar, casi divertida.

Te entiendo, mi hijita.

-Pero tú  ¿qué me aconsejas, abuela?-, apuró Sonia con impaciencia.

-Solo puedo decirte que esos no son problemas. En la vida hay muy pocos problemas reales, y éste no es uno de ellos…

-¿Cuáles son los problemas reales?-, preguntó Sonia con cierto fastidio, como sintiendo que no empatizaban con su pequeño calvario.

-El hambre o la falta de trabajo; las guerras, la mentira, la locura, las enfermedades, la muerte, que te confieso que a mi edad es más una oportunidad que un problema

Sonia se sentía completamente afuera de la película que describía su abuela, por lo que volvió a su obsesión. “-¿Qué harías en mi lugar?”

-Eso no puedo decírtelo, porque es algo que tienes que averiguar tú. Como ya te habrás dado cuenta, debes salir de esa falsa dicotomía porque no te conduce a ningún lado, y te va a enloquecer.

-¿Y cómo salgo?-, preguntó Sonia con desesperación.

-Para empezar, deja de hacer esfuerzos por querer salir. ¿Sabes qué es lo primero que le dicen a las personas que sufren de insomnio?-, preguntó la anciana.

-No.

Que paren de hacer esfuerzos para dormirse-, dijo la vieja con una sonrisa.

-Pero yo necesito saber si me acuesto con él o si me lo tengo que sacar de la cabeza…-, insistió Sonia.

La abuela sonreía frente a lo obtuso del planteo de su nieta.

-¿Y tú piensas que te lo vas a sacar de la cabeza a martillazos? Leí una vez que un sacerdote decía que cuando las prostitutas se confesaban con él, sólo le hablaban de Dios. De lo cansadas que estaban de la vida que llevaban. Que no podían más, y que sólo anhelaban tener paz…-, soltó la abuela.

Luego de una pausa, continuó: -Ese mismo cura contaba que cuando otros sacerdotes se confesaban con él, de lo único que le hablaban era de sexo. Que no podían más, y que lo único que anhelaban era tener paz…

Sonia sonrió por la sabiduría de la historia, aunque le resultaba inútil en términos prácticos.

-Aquello que queremos controlar, nos domina. Si en cambio somos capaces de tolerar el pánico de no tener el control, podemos acceder a la libertad-, dijo la abuela. –Cuanto más fuerza y empeño ponemos en controlar, peor es. Nunca el hombre se salva a sí mismo por sus propios esfuerzos, sino que siempre es la vida la que lo saca de sus pequeños infiernos…

-O sea que me estás diciendo que me acueste con él-, dijo Sonia rogando por alguna definición.

-No-, dijo su abuela con tono amoroso. -Solo te estoy diciendo que no vas a resolver este tema pensando. Será la vida, tus emociones, tus circunstancias, las que irán abriendo el paso de tu camino. Igual, si llegaste a un lugar de tanta contrariedad, es porque hace rato que algo no está funcionando. Y esto seguramente no tiene que ver con tu marido, sino contigo. Por lo cual, mala solución sería cambiar de esposo para encontrarte dentro de unos años, en la misma situación-, dijo la anciana consciente del peso de sus palabras.

-Te vine a ver por un problema y ahora resulta que tengo uno mayor-, se quejó Sonia. -¿Entonces, qué hago?

-No tienes un problema mayor. Tienes la vida. Esto es vivir y yo no puedo hacerlo por ti. A mí ya me tocó y enfrenté mis dilemas, pasiones, abismos, lo mejor que pude. De todos aprendí y crecí. Este es tu turno, así que disfrútalo. O al menos, aprende a llevarlo lo mejor posible.

-Lo más importante que tengo para decirte es que vivas sin miedo. Permítete sentirlo, pero trata de no tomar decisiones basadas en el temor. Después de todo, la vida siempre nos ofrece dos alternativas: que las cosas nos salgan bien, o que aprendamos. Y ambas son buenas.

La anciana sirvió dos copas de vino tinto, y brindando la de su nieta, le guiñó un ojo.

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