Los malhumorados viven mejor que los ‘felices’ (aunque no lo creas)
Según algunos estudios, tener mal carácter y ser pesimista ayuda a ganar más dinero, a vivir más tiempo y a tener un matrimonio más feliz
En el escenario es un adorable príncipe encantador de melena despeinada. Detrás de las cámaras… Bueno, digamos que necesita mucho espacio personal. Odia ser famoso. Se arrepiente de haber sido actor. Los amigos de su exnovia lo llaman gruñón.
Hugh Grant es conocido por ser un cascarrabias y porque es complicado trabajar con él. Pero ¿es su mal humor el secreto de su éxito?
La presión para ser una persona optimista nunca ha sido más grande que en la actualidad. Puedes contratar a un experto en felicidad, tomar clases de meditación o buscar la satisfacción interior en una aplicación tecnológica.
El índice de felicidad se ha convertido en un indicador de bienestar nacional que compite con el PIB (Producto Interno Bruto). Pero lo cierto es que ser un gruñón tiene algunas ventajas.
Rabiosos famosos
La ira, la tristeza y el pesimismo no son crueldades divinas o el resultado de la mala suerte; son funciones útiles que nos ayudan a prosperar.
Desde los rencores obsesivos de Newton hasta las rabietas de Beethoven, parece que los genios, a menudo, tienen, valga la redundancia, mal genio. Durante años, el porqué fue un misterio.
Hasta que, en 2009, Matthijs Baas, de la Universidad de Amsterdam, en Holanda, eligió a un grupo de estudiantes dispuestos a enfadarse en nombre de la ciencia. La mitad de ellos tenía que recordar algo que les hiciera sentirse enojados y escribir un breve ensayo. La otra mitad tenía que experimentar tristeza.
Baas enfrentó a los dos equipos en un juego diseñado a probar su creatividad. Tal y como Baas esperaba, el equipo de los enojados produjo más ideas, y sus contribuciones fueron más originales y menos repetitivas que las del otro equipo.
Los estudiantes que estaban enfadados eran mejores en innovación accidental, o lo que se conoce como “pensamiento desestructurado”. En esencia, la creatividad se reduce a la facilidad con la que nuestra mente se desvía de una ruta de pensamiento hacia otra.
“La ira prepara al cuerpo para movilizar recursos. Nos dice si la situación en la que estamos es mala y nos proporciona la energía suficiente para salir de ella”, explica Baas. Para entender cómo funciona esto, primero necesitamos comprender qué sucede dentro de nuestro cerebro.
El proceso cerebral
Al igual que la mayoría de las emociones, la rabia se genera en la amígdala, una estructura responsable de detectar lo que amenaza a nuestro bienestar.
Es muy eficiente; activa la alarma mucho antes de que nos demos cuenta del peligro.
Luego se producen unas señales químicas que nos hacen sentir irritados. Y comienza un arranque de furia apasionada que dura varios minutos.
La respiración y el ritmo cardíaco se aceleran y se dispara la presión arterial. La sangre corre hacia las extremidades, generando el distintivo color rojizo en nuestro rostro y haciendo que palpiten las venas de nuestra frente.
Aunque se cree que esta respuesta fisiológica evolucionó para preparar al cuerpo a la agresión física, tiene otros beneficios. Por ejemplo, aumenta la motivación y dota a la gente de las agallas suficientes para correr riesgos mentales.
Todos estos cambios fisiológicos son muy útiles, siempre y cuando tengamos la oportunidad de dar rienda suelta a la ira (pegando un grito, por ejemplo).
Puede que eso aleje de nosotros a algunas personas, pero al menos nuestra presión arterial volverá a la normalidad. De hecho, evitar sentirse malhumorado tiene consecuencias más serias.
Reprimirse es malo para el corazón
La idea de que los sentimientos reprimidos pueden perjudicar la salud es antigua; el filósofo griego Aristóteles o el neurólogo Sigmund Freud ya hablaron de ella.
En 2010, un equipo de científicos analizó a un grupo de 644 pacientes con enfermedad de las arterias coronarias y tendencia a experimentar angustia, y les hicieron un seguimiento de años.
Durante el transcurso del estudio, un 20% experimentó eventos cardíacos mayores (como infartos o cirugías) y un 9% murió. Parecía que tanto la ira como la ira reprimida aumentaban por igual el riesgo de sufrir un ataque cardiaco.
Pero, tras controlar otros factores, los investigadores se dieron cuenta de que la ira reprimida aumentaba las posibilidades de tener un ataque cardíaco en casi tres veces.
Todavía no se sabe exactamente por qué ocurre esto, pero otros estudios han demostrado que también puede generar hipertensión arterial crónica.
Beneficios sociales
No todos los beneficios son físicos. El enojo puede ayudarnos a la hora de negociar. Algunas investigaciones sugieren que tiene que ver con cómo nos expresamos cuando nos enojamos.
Y sostienen que los movimientos faciales que hacemos no son arbitrarios, sino que están destinados a incrementar nuestra fuerza física a ojos de nuestro oponente.
De hecho, los científicos cada vez tienden más a reconocer que el mal humor puede ser beneficioso para un gran número de habilidades sociales.
“Los estados de ánimo negativos indican que estamos en una situación nueva y desafiante, y nos hacen estar más atentos y observadores”, dice Joseph Forgas, quien lleva casi cuatro décadas estudiando cómo las emociones afectan a nuestro comportamiento.
Gruñón, pero imparcial
Aunque la felicidad suele considerarse virtuosa, no siempre nos trae tantos beneficios. Para la elaboración de un estudio publicado en la revista Nature, la psicóloga Cuizhen Liu, de la Universidad Nacional de Singapur, experimentó con diferentes emociones -asco, tristeza, enojo, miedo, felicidad y sorpresa- de un grupo de voluntarios en el marco del llamado “juego del ultimátum”.
El primer jugador recibía un dinero y tenía que responder a la pregunta sobre cómo quería dividirlo (entre él y otro participante). Y el segundo jugador decidía si aceptaba o rechazaba la propuesta.
Si se ponían de acuerdo, el dinero se dividía de la forma en que había propuesto el primero. De lo contrario, ninguno recibía nada.
El juego del ultimátum a menudo se utiliza para examinar nuestro sentido de la justicia, al mostrar si queremos que el dinero se divida a partes iguales o si nos sentimos felices si cada persona apuesta por sí misma.
El juego del dictador tiene las mismas reglas, pero en este caso el segundo jugador no toma decisiones; simplemente recibe lo que decidió el primero. Y resultó que los participantes más felices se quedaban con más parte del dinero, mientras que aquellos que se sentían tristes eran mucho menos egoístas.
“Las personas que se sienten tristes prestan más atención a las normas sociales y a las expectativas externas, y actúan de manera más justa hacia los demás”, dice Forgas.
En algunas situaciones, la felicidad implica riesgos más serios.
Está asociada con la hormona del cariño, la oxitocina, la cual, según varios estudios, reduce nuestra habilidad para detectar amenazas y nos hace más vulnerables.
Hoy día, eso se traduce en una tendencia mayor a comer y beber alcohol en exceso, y a practicar sexo sin protección.
“La felicidad es una señal abreviada de que estamos a salvo y de que no tenemos que prestar demasiada atención al entorno“, explica Forgas.
“La gente se siente realizada, se relaja y no invierte los esfuerzos necesarios para hacer realidad sus fantasías positivas y sus sueños”, dice Gabriele Oettingen, de la Universidad de Nueva York, EEUU. “Muchos dicen: ‘Suéñalo y lo conseguirás’. Pero eso es problemático”, dice la científica.
Pesimismo defensivo
Al comparar diferentes artículos económicos del diario USA Today con el rendimiento posterior del que hablaban, Oettingen encontró que cuanto más optimista era el contenido de los artículos, peor era el rendimiento. Luego hizo lo propio con discursos presidenciales.
Y los discursos positivos predijeron una menor tasa de empleo y de PIB durante el tiempo en que quien lo pronunció estuvo en el cargo.
El “pesimismo defensivo” implica anticipar lo peor para estar preparados si eso sucede. Al hacerlo, necesitas pensar en posibles soluciones.
Así que la próxima vez que alguien te diga: “¡Anímate!”, dile que estás trabajando en mejorar la justicia, reducir el desempleo y salvar la economía mundial.
Tú te reirás el último, aunque apenas exhales un resoplido cansado y cínico.
– Zaria Gorvett