Crónicas mexicanas: Por favor excomúlgueme, Papa Francisco
No quiero seguir bautizado bajo un régimen corrupto, homofóbico e hipócrita, que en México está asociado a las redes de pedofilia y al narcotráfico
Mi madre es católica y va a misa casi todas las semanas. Pero al volver de la iglesia este domingo, su gesto lucía particularmente duro.
Me contó que el sacerdote ocupó media hora de homilía en insultar a los homosexuales, y a hacerle propaganda a la campaña del Frente Nacional por la Familia —impulsado por el Episcopado mexicano y el Partido Acción Nacional—, el cual salió a marchar en varias ciudades de México el sábado 10 de septiembre contra la iniciativa de aprobar en la Constitución el Matrimonio Igualitario.
El cura dijo que las y los homosexuales eran una conspiración para acabar con las familias, que tienen ganado el infierno y que no es cristiano convivir y, menos, apoyar la “sodomía”. Que quienes lo hagan, están cometiendo un pecado grave. Mi madre me dijo que, por primera vez en mucho tiempo, sintió ganas de abandonar la iglesia.
Por una razón similar yo dejé el catolicismo. Abandoné, de hecho, cualquier religión. Y no fue una decisión sencilla. Me sentía bien asistiendo a los grupos juveniles de la iglesia, pero el sacerdote del barrio se encargó de aplastar todo dejo de fe en mí, y en mis amigos. Ególatra, corrupto, amante de la vida fácil, aceptaba todo tipo de regalos de sus amigos millonarios, incluidas las limosnas para remodelar un templo que, a la fecha, no tiene yeso en el techo. Un día corrió de la oración a uno de mis amigas por llevar minifalda y a mi mí me negó la eucaristía por tener el pelo largo.
Pero pensé que dios era más grande que eso y, aprovechando un año sabático obligado en mis estudios de prepa, entré al seminario de Tulancingo, Hidalgo. Cuartos individuales, agua caliente todo el día, mesas de billar y ping pong, cancha empastada de fútbol y un grupo de monjas esclavizadas en la cocina para atendernos, en tanto los sacerdotes estacionaban sus autos de reciente modelo y llegaban a comer, apartados de los mortales seminaristas. Se entiende el amor de estos curas por la vida galante. Por eso, cuando entre todo ese burgués escenario, corrieron a mi amigo David por preferir orar en otomí y no en latín, me fui. Dios era una trampa y tenía que largarme de ahí.
Desde entonces, como ahora, sólo tengo una petición al Vaticano: Excomúlguenme, por favor. No quiero seguir bautizado bajo un régimen corrupto, homofóbico e hipócrita, que en México está asociado a las redes de pedofilia y al narcotráfico. Además, bastante tengo yo con mi propia doble moral.
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