De conejos a aureolas: los secretos de las sombras de la Luna
La Luna es la compañera más cercana de la Tierra en el espacio y el único cuerpo celeste que hemos podido visitar. A pesar de ello, no ha dejado de sorprendernos.
Para Galileo Galilei era “un espectáculo hermoso y encantador contemplar el cuerpo de la Luna”.
El firmamento nos ha fascinado desde la noche de los tiempos y nuestro cuerpo celeste más cercano, aquel que a Albert Einstein le gustaba “saber que está ahí, así no la esté mirando”, ha sido una fuente inagotable de inspiración y sabiduría.
También ha sido y sigue siendo causa de desconcierto.
No extraña entonces que la humanidad haya empezado desde muy temprano a intentar explicar lo que observaba desde la Tierra.
Pero sí es curioso encontrar creencias similares en varios lugares del mundo, como en el caso de la vinculación de la Luna con la muerte.
Al otro lado del mundo, en Nueva Zelanda, los maoríes la llamaban “devoradora de hombres“, mientras que para los tártaros en Asia central era “la reina de la vida y la muerte” y pensaban que allá vivía un monstruo que comía humanos.
Los hindúes pensaban que las almas de los muertos iban a la Luna a esperar su renacimiento y varias historias europeas hablan de un hombre exiliado en la Luna tras ser sentenciado a muerte por Dios por recoger leña en el sabbat.
Otra coincidencia curiosa es que varias culturas asocian a los conejos con nuestro satélite natural.
¿La razón? Por más distintos y distantes que fueran los pueblos, al mirar hacia el cielo, tod o s veían la misma Luna y en sus sombras encontraron al menos un conejo.
No obstante, sigue siendo curioso que aunque varios vieron conejos, no todos en la misma posición.
En la mitología china, la diosa Chang’e se tomó una poción para la inmortalidad y flotó hasta llegar a la Luna, donde encontró que estaba acompañada por un conejo de jade que prepara el elixir de la vida.
Los japoneses y los coreanos también tienen conejos viviendo en la Luna, sólo que haciendo galletas de arroz.
El de los japoneses llegó allá luego de que “el viejo de la Luna” decidiera adoptar la forma humana y visitar el mundo disfrazado de limosnero.
Cuando le pidió comida al conejo, éste no tenía qué darle, así que se lanzó a la hoguera y se ofreció a sí mismo.
Al viejo le enterneció tanto el gesto que se lo llevó a la Luna con él.
Cuando el dios Quetzalcóatl vivió en la Tierra por un tiempo con forma humana, se propuso recorrer el planeta, pero llegó el momento en el que se sintió muy cansado y hambriento en un lugar donde no había qué tomar ni comer.
Pensó que iba a morir pero un conejo se le acercó y se ofreció como sustento. Conmovido por la oferta de sacrificarse por él, Quetzalcóatl lo levantó hasta la Luna.
Al ponerlo en el suelo le mostró cómo la silueta de su cuerpo había quedado estampada en la Luna y le dijo que cuando los hombres la miraran recordarían que estuvo dispuesto a dar su vida por salvar otra.
“Houston, aquí Base Tranquilidad… el Eagle ha alunizado”
Aunque, siglos más tarde, cuando la tripulación del Apollo 11 llegó a la Luna no encontró conejos, las sombras siguieron desconcertando.
Una de las primeras cosas que mencionó Armstrong ese 20 de julio de 1969, tras convertirse en el primer humano en pisar el astro que tantos habían contemplado desde la Tierra, fue:
“Es muy oscuro aquí en la sombra y un poco difícil ver dónde estoy pisando“.
Sombras sin luz interna
Mientras que si observas tu sombra en un día soleado notarás que puedes ver la textura del suelo, en nuestro satélite natural, así estuviera brillando el Sol, los astronautas no veían más que negro.
Las moléculas de la atmósfera de la Tierra dispersan la luz del sol en todas las direcciones, así que algo de esa luz alumbra tu sombra.
A falta de atmósfera, los rayos del Sol no tienen en qué reflejarse, de manera que el cielo de la Luna es completamente negro.
“Hay que evitar estarse moviendo continuamente entre los lugares soleados y los ensombrecidos pues pierdes por un tiempo la habilidad de percibir”, señaló Aldrin.
Torres de hadas, aureolas y cavernas
Las cosas se tornaron aún más extrañas cuando notaron que algunas sombras -las de ellos- tenían halos.
“Hay un halo alrededor de la sombra de mi casco”, reportó Aldrin sorprendido.
Más tarde supieron que la espeluznante experiencia se debía, al menos en parte, al efecto de oposición.
“Granos de polvo lunar se juntan y forman estructuras suaves llamadas ‘castillos de hadas‘ que proyectan sombras profundas”, explica el experto en óptica atmosférica Les Cowley.
Las sombras de la Luna fueron una especie de criaturas traviesas para varias de las misiones Apollo.
A algunos astronautas les hacían imposibles sus labores de mantenimiento pues la sombra de sus propias manos no les dejaban ver lo que estaban haciendo, mientras que otros pensaron que estaban alunizando en empinadas pendientes pues las profundas sombras parecían cavernas.