“No hay que llorar en política”: así lo afirma Michelle Bachelet, presidenta de Chile

A menos de 6 meses del fin de su mandato, la presidenta de Chile habla sobre sus aciertos y errores en su gobierno

Michelle Bachelet está a 6 meses de terminar su segundo mandato como presidenta de Chile, pero quiere esperar para hacer un balance completo de su gobierno.

Dice que aún tiene leyes entre manos para presentar, que las consecuencias de algunas de sus reformas se verán sólo con el tiempo y que hay temas de los cuales no puede hablar mientras sea presidenta de todos los chilenos.

Aún así, Bachelet habló con la BBC sobre los aciertos y errores de su gobierno, y de las cosas “por las que vale la pena estar sentada en este sillón, que trae un conjunto fuerte de situaciones que muchas veces no son fáciles”.

La primera presidenta de la historia de Chile y primera directora de la recién creada agencia ONU Mujeres también habló del sexismo en la política y de lo que significa abandonar el gobierno siendo la última mujer mandataria del continente. f

No en vano Bachelet es una de las 12 latinoamericanas incluidas en la lista de las 100 mujeres de 2017, una temporada que organiza la BBC a lo largo de octubre para dar especial destaque a temas vinculados a la mitad del mundo.

Esta es una síntesis de las entrevistas en inglés y español realizadas por la BBC la semana pasada en La Moneda.


¿Cuál considera que es el mayor logro de su actual gobierno, cuando le quedan menos de seis meses hasta su salida de La Moneda, en marzo de 2018?

Espero terminar el gobierno para poder tener un balance más adecuado de cuál puede ser el mejor logro.

Pero hay cosas que me dejan muy contenta, como poder entregar las casas de vivienda social, de lo cual tenemos un extenso programa. También cuando entrego cunas a jardines infantiles, que son hermosos y gratuitos para gente vulnerable. O como cuando inauguro un nuevo hospital o consultorio, que no tienen nada que envidiarle a una clínica privada. Me parece que todo eso va hacia asegurar derechos, pero sobre todo una mayor dignidad y respeto.

En otra área muy distinta, uno de los logros que muchas mujeres han celebrado es el haber aprobado la ley de la despenalización de la interrupción del embarazo por tres causales [en casos de violación, cuando el feto es inviable o la vida de la madre está en riesgo].

Con esta ley se han sentido más empoderadas para tomar decisiones en todos los ámbitos de la vida. ¿Por qué las mujeres pueden elegir presidente, ser profesionales y no pueden tomar decisiones de si quieren tener hijos y cuántos?

Particularmente en estos casos, que son tan dolorosos, lo que yo he buscado es que la gente tenga opciones. Y que, con sus propias convicciones, cada una pueda tomar las mejores decisiones y no ser castigada con cárcel por eso.

Esas cosas son por las que vale la pena estar sentada en este sillón, que trae un conjunto fuerte de situaciones que muchas veces no son fáciles.

Precisamente esta ley de despenalización del aborto ha tenido un apoyo masivo, de un 70% de la ciudadanía. ¿Es esto un reflejo de un cambio social en un país que con frecuencia es retratado como uno de los más conservadores de América Latina?

Creo que sí ha habido cambios sociales y culturales. Por ejemplo, hace 12 años nadie se hubiera atrevido a hablar de matrimonio igualitario en Chile y ahora nosotros acabamos de enviar un proyecto de ley en este sentido que está siendo discutido.

Por supuesto siempre hay gente que se opone, pero las generaciones jóvenes están más abiertas a entender que la diversidad no es necesariamente algo malo, más bien todo lo contrario. Así que sí, Chile era más conservador de lo que es ahora y está cambiado, creo, al menos culturalmente.

Si hiciera un ejercicio de autocrítica de su mandato, ¿qué se diría?

Tal vez hemos sido muy ambiciosos para hacer reformas tan profundas y grandes en tan solo cuatro años. Y por tanto, no siempre hemos tenido la posibilidad de ir mostrando los éxitos y beneficios que estas reformas tienen y no siempre fui bien comprendida.

Pero soy una convencida, y lo he ido viendo a lo largo de estos años, de que en la medida en que se vayan mostrando frutos la gente va a ir percibiendo lo bueno que es, por ejemplo, haber terminado con la segregación del sistema escolar. Lo bueno que va a ser cuando muchos más jóvenes puedan estudiar gratis en la educación superior, cuando se perciban los beneficios del fin al lucro en las escuelas privadas subvencionadas por el Estado.

En definitiva, cuando se vea cómo la calidad de la educación va mejorando creo que mucha gente va a percibir el sentido de muchas de estas transformaciones.

Cuando en 2010 dejó el gobierno, tras el primer mandato, sus índices de popularidad estaban por encima del 80%, en niveles que serían la envidia de cualquier político. Ahora, el año pasado esos índices se desplomaron hasta casi un 15%. ¿Qué cree que salió mal?

Creo que ha habido una mezcla de situaciones que han pasado en estos años. Como decía antes, no siempre hemos podido comunicar bien el sentido de las cosas.

Además, cuando uno hace una transformación siempre hay conflictos de interés. Algunas personas que se sintieron amenazadas por estos cambios iniciaron una fuerte campaña de propaganda en contra de muchas de las reformas que estábamos llevando adelante. Y eso hizo que la gente se atemorizara y sintiera inseguridad.

Es como pasa a veces con el tema de los migrantes. Hay gente que siente que la migración puede poner en peligro su trabajo y su seguridad. Y no es así. De hecho, Chile es un país de inmigrantes esencialmente. Lo único que es original son los pueblos originarios.

También tuvimos una oposición que no dio luna de miel desde el primer día, pero es parte de la vida. Como dice la gente: no hay que llorar en política.

Cuando uno está en cargos como éste, lo que tiene que preguntarse cuando la aprobación ha bajado es si uno tomó las decisiones correctas, si la manera como se implementaron las cosas fue la adecuada o si son transformaciones casi contraculturales que generan temor y, por tanto, preocupación y menos apoyo.

Pero espero que todos estos cambios vayan dando fruto porque Chile los necesitaba.

Lo importante no son mis niveles de aprobación, sino que al país le vaya mejor para todos.

También ha tenido que enfrentar una serie de convulsiones políticas recientemente. Quizás la más dañina haya sido el llamado Caso Caval, las alegaciones de que su hijo, Sebastián Dávalos, habría abusado de su posición de poder para conseguir un crédito bancario para su nuera, Natalia Compagnon, destinado a un negocio de especulación inmobiliaria. ¿Usted cree que eso afectó mucho su imagen y que lo manejó bien en su momento?

Esa situación está bajo investigación, así que no voy a hablar sobre eso. Cuando ya no sea presidenta, voy a hablar del tema, porque entonces va a estar terminado y se va a saber la verdad, porque hubo mucha desinformación sobre el tema.

En aquel momento yo no era la presidenta de la república, así que no había una situación particular ahí. Pero está bajo investigación por lo que no voy a hablar. Pero por supuesto que afectó mi imagen, porque hubo mucha desinformación. Pasó y está bien. Entiendo que pasó y que, por supuesto, me afectó.

Usted ha hecho de la reforma educativa una prioridad de su gobierno y, entre los cambios propuestos, se ha abierto el acceso a la enseñanza universitaria gratuita a un cuarto de millón de los estudiantes más necesitados. Pero usted quiere gratuidad total en el 2020, ¿cree que puede lograrse?

En realidad queremos educación superior gratuita pero de calidad. Gratis e inadecuada no le sirve a la gente. Por eso tenemos una propuesta de ley en discusión para mejorar la institucionalidad, la calidad, etcétera. Claro que no es posible saber cómo se va a desempeñar la economía en los próximos años, así que el proyecto introduce mecanismos para que, si la economía va bien, se pueda alcanzar a un número cada vez más grande de personas (estudiantes).

Así que esperamos que se incremente gradualmente hasta llegar a la gratuidad universal. Pero no para cualquier universidad: tienen que ser universidades o institutos terciarios que hayan cumplido con los requisitos y demostrado calidad. No es un cheque en blanco para cualquiera.

Usted enfrentó duras críticas durante la implementación de su reforma educativa. ¿Piensa que Chile está listo para aceptar un modelo de Estado fuerte que defina asuntos como la educación, tal como hizo su reforma?

Creo que todavía tenemos ciertas reminiscencias de la época del neoliberalismo económico, cuando se indujo a la gente a pensar que lo único importante era el esfuerzo personal y que el Estado tenía que ser pequeño. Y la verdad es que las personas se volvieron un poco individualistas, por lo que se ha hecho difícil que se acepte el fin de la segregación escolar.

Chile tenía uno de los sistemas educativos más segregados del mundo y había mucha discriminación según el colegio al que uno asistía. Pero eso está cambiando y siempre es difícil aceptar los cambios.

En muchas de estas reformas, los resultados no se van a ver mañana. Por supuesto que con la universidad gratuita sí se nota de inmediato, las familias ya lo están sintiendo. Pero mejorar la excelencia en la educación no se hace mediante una ley que da resultados instantáneos. Hemos aumentado los requerimientos que los docentes deben alcanzar y, si lo hacen, sus salarios mejoran significativamente. Así que hay incentivos, pero también exigencias para una educación de mayor calidad.

En Chile el desafío era el de la calidad porque ya tenemos una buena cobertura en términos de acceso a la educación primaria y secundaria. Pero a nivel universitario, en el pasado el acceso estaba más vinculado con la capacidad que cada familia tenía para pagar. Eso en parte está cambiando gracias a la gratuidad.

Chile tendrá elecciones presidenciales el 19 de noviembre y Sebastián Piñera, su predecesor en La Moneda y ahora el candidato que lidera las encuestas, ha hablado de hacer “una reforma de sus reformas”. ¿Teme que parte de lo que usted considera sus mayores logros puedan verse amenazados?

Puede haber una amenaza, pero una ley sólo puede ser cambiada por otra ley. No sé quién va a ganar las elecciones, creo que todavía es muy pronto para aventurarlo. Por supuesto que él es el favorito en algunas encuestas que he visto, pero todavía no está claro qué va a pasar porque en Chile tenemos balotaje y probablemente haya una segunda vuelta.

Independientemente de eso, él ha dicho que quiere cambiar lo que hemos hecho. Pero el Parlamento no lo va a aprobar, estoy segura. No sabemos quiénes van a ser los próximos congresistas, pero ahora tenemos una ley electoral mejorada y creo que quienes resulten electos representarán mejor lo que piensa la ciudadanía.

Por ejemplo, pienso que la mayoría de la gente está a favor de las tres causales [como se conoce a la ley de despenalización parcial del aborto] y él ha dicho que la va a cambiar, pero el Parlamento la va a respaldar.

Por supuesto que todas las reformas pueden ser mejoradas. Si encuentras que una reforma no cumple con el objetivo que tenías pensado, puedes cambiarla. Pero lo que no debería pasar en un país es que haya un retroceso en términos de los derechos de las personas y la expansión de la democracia. Porque, al final, en todas estas áreas, lo que estamos haciendo es luchar contra la discriminación y contra las desigualdades en un país que todavía tiene muchas.

Cuando asumió su actual gobierno, había mujeres poderosas al frente de otros países de la región: Dilma Rousseff en Brasil, Cristina Fernández en Argentina. Ahora, cuando termine su mandato no quedará ninguna mujer presidente en el continente. ¿Cree que esto es un paso atrás en la lucha por la igualdad de género en política?

No me gustaría pensar eso. Las mujeres pueden ser presidentas, pero eso no quiere decir que tengan que ser presidentas todo el tiempo. Pero tenemos que analizar más a fondo qué está pasando: en muchas partes del mundo, las mujeres están abandonando la política porque no les gusta el rumbo que la política está tomando. Por ejemplo, en muchas partes ha disminuido la cantidad de candidatas parlamentarias y creo que eso es una pena.

Creo que es importante que en todos los niveles de liderazgo exista una buena representación de lo que es la sociedad, con mujeres y hombres. Los asuntos que importan a las mujeres a veces son diferentes y es muy importante por eso tener esta complementariedad.

La expresidenta Rousseff dijo alguna vez que a ella la acusaban con frecuencia de ser muy dura y difícil, mientras que si hubiera estado un hombre en su lugar, lo habrían elogiado por ser fuerte y firme. ¿Usted coincide con ese sentir?

Sí, aunque cada uno tiene su personalidad y en mi caso, como no insulto ni hablo duro, creen que es debilidad. No lo es, no soy débil. Uno puede ser amable y firme la vez, y ser dura en las ocasiones en que toque serlo. Se hacen diferencias sexistas en cómo se percibe a hombres y mujeres en posición de liderazgo.

Se habla de ese techo de cristal que afecta a las mujeres en su progreso en el mundo laboral. Usted sin embargo ha llegado quizás al puesto máximo que se puede aspirar en una carrera política, ¿siente que ha tenido que enfrentar ese techo de cristal o no lo ha sufrido tanto?

En mi vida lo he vivido porque no nací presidenta. Siempre he trabajo por opción en el ámbito público y sin duda que uno veía que habían sesgos importantes.

A las mujeres las analizan y discuten con cuestiones que no son importantes. Por ejemplo, me contaba una primera ministra danesa que en la campaña lo que le analizaban era el tamaño de las carteras, no los contenidos programáticos que ella estaba señalando.

En el caso nuestro igual: si yo tengo el aspecto físico que tengo, soy considerada “grande”, y lo digo así para no sonar feo. Cuando era ministra, un colega mío que también era “grande” lo llamaban en realidad el “Panzer”, sinónimo de poder. Y como presidenta también lo he vivido. Las evaluaciones y las críticas son, en el tono y la forma, distintas que las que aplican a un hombre.

Pero esto también viene de las propias mujeres. En Davos, donde estaba participando como directora de ONU Mujeres, tenía encuentros con empresarias y ellas no tenían mirada de género. Decían: “Yo estoy donde estoy porque soy buena, no porque soy mujer”.

Yo les decía: “Yo he sido presidenta porque soy buena, casi a pesar de ser mujer”. Pero porque soy mujer y conozco que hay muchas mujeres competentes, hago todo lo posible para que muchas más con capacidades y talentos puedan acceder a las áreas donde merecen estar y desde donde pueden contribuir.


Este artículo forma parte de la temporada de 100 Mujeres #100Women que organiza la BBC durante el mes de octubre.

Mira toda la información sobre 100 Mujeres aquí

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Chile Michelle Bachelet

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